martes, 9 de mayo de 2017

CARTA A LOS AMIGOS DE LA CRUZ

Leer a San Luis María Grignion de Montfort es un privilegio. Tras la lectura de La Verdadera Devoción a la Santísima Virgen, y el Secreto Admirable del Santísimo Rosario, ha llegado el turno de abrir las páginas de la Carta a los Amigos de la Cruz, librito en el que su autor nos explica la importancia que, para nosotros cristianos, tiene el apego a la Cruz de Nuestro Señor Jesucristo, y cómo podemos unirnos más estrechamente a esa Cruz adorable.
 
 
"Amigos de la Cruz, ¡qué nombre tan grande! Es el nombre inconfundible del cristiano." Esta idea resulta tan difícil de aceptar para la inmensa mayoría, sin darnos cuenta que, cuanto más nos alejemos de la cruz, más sufriremos y más nos desviaremos del camino que conduce al Cielo. San Luis María nos explica que todo amigo de la cruz es un hombre elegido por Dios, un héroe que combate contra el demonio y el mundo, venciendo a ambos. Amando la cruz, soportando sufrimientos, penas y humillaciones, se opone al orgulloso Satanás; amando la pobreza, vence la avaricia del mundo; sintiendo apego al dolor, destierra la sensualidad de la carne.
 
El amigo de la Cruz se convierte en un ser que se eleva sobre lo terrenal, lo visible y perecedero, pues su mente y su destino están en el cielo, identificándose en todo con Nuestro Señor..."Ya no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí".
 
Para ello debemos visualizar claramente la existencia de dos bandos muy diferenciados:
 
  • El bando de Jesucristo: compuesto por los auténticos seguidores de Jesús, de escaso número, pues seguir al Maestro supone poseer un grado de valentía que permita cargar con las cruces con buen ánimo, sirviendo a Nuestro Señor todos los días de nuestra vida, y encaminándose hacia el cielo.
  • El bando del mundo o del demonio: es el más numeroso, y a simple vista muestra una apariencia atrayente. Sus integrantes aborrecen la humillación, ambicionan los honores, y viven sumergidos en placeres, ofreciendo justificaciones para todo lo que acometen, pensando que la misericordia divina les salvará y les abrirá las puertas del cielo, sin que tengan que renunciar a ningún aspecto terrenal. En realidad, se engañan a sí mismos, pues Dios es misericordioso pero también justo.
Como cristianos, debemos aplicarnos a la lectura de este librito y grabarnos a fuego cada una de las directrices que el autor nos ofrece para alcanzar la perfección cristiana, y que paso a exponer.
 
La perfección cristiana comprende varios aspectos que debemos cumplir:
 
  1. Querer ser santos, es decir, querer seguir a Jesucristo, renunciando al mundo, a su propio cuerpo y a su propia voluntad.
  2. Abnegarse, lo cual implica, negarse a sí mismo.
  3. Padecer: cargar con la propia cruz. 
  4. Obrar: seguir a Jesucristo.
Cargar con la propia cruz, implica cargar con la cruz individual, la que el Altísimo destina a cada uno de nosotros, conformada por nuestros sufrimientos, dolores, humillaciones, una cruz construida a nuestra medida, que debemos cargar con buen ánimo y sin quejas. Debemos ser muy conscientes de este punto, pues tenemos que pagar por nuestros pecados en este mundo o en el otro. Y a todas luces, es mucho más ventajoso hacerlo en este mundo, pues de esta forma, nuestro castigo será más suave y llevadero, asistiéndonos en todo momento la misericordia divina. Mientras que si tuviéramos que pagar por nuestros pecados en el otro mundo, sería un castigo sin misericordia y eterno. Cargar nuestra cruz es un regalo que Nuestro Padre nos hace, pues sólo a través de ella podremos entrar en el cielo, por ello mismo, sufrir con alegría se convierte en un acto de sabiduría. Además debemos tomar en consideración que si Nuestro Señor fue coronado de espinas, nosotros no somos merecedores de estar coronados de rosas, pues "es necesario que el discípulo sea tratado como el maestro y el miembro como la Cabeza." Aceptando la voluntad divina con paciencia y resignación, demostraremos nuestro amor a Jesucristo, que padeció tanto por nosotros, y nos purificaremos. Él sabe bien lo que hace, lo que nos conviene, "sus golpes son acertados y amorosos." Y además fijémonos en  el ejemplo de numerosos santos, que fueron hombres y mujeres de carne y hueso, y que con la ayuda de la gracia, demostraron su amor a Nuestro Señor, y hoy disfrutan del paraíso celestial. Nada ni nadie evitará nuestro sufrimiento, por tanto, mejor sufrir con paciencia y resignación, con alegría como hizo Jesucristo, asistidos de la gracia, que sufrir con impaciencia, incrementando el peso de nuestra cruz con el añadido por el demonio, sin asistencia de la gracia, y condenándonos al sufrimiento eterno.
 
Cargar la cruz y seguir a Jesucristo, implica llevar la cruz como Él la llevó, y para conseguirlo debemos guardar una serie de catorce reglas:
  1. No buscar cruces a propósito ni por culpa propia. No tiene sentido hacer el mal para buscar el desprecio de otros y cargar con esa cruz, sino todo lo contrario, debemos hacer siempre el bien, imitando a Nuestro Señor Jesucristo, para agradar a Dios y ganar al prójimo. Será siempre la Providencia la que nos enviará los sufrimientos, sin que nosotros lo elijamos.
  2. Mirar por el bien del prójimo. A la hora de actuar, siempre debe guiarnos la caridad hacia el prójimo.
  3. Admirar, sin pretender imitar, ciertas mortificaciones de los santos. Admiremos sus virtudes y la maravillosa obra del Espíritu Santo en sus almas, pero no pretendamos volar tan alto como ellos.
  4. Pedir a Dios la sabiduría de la Cruz, y pedirla con insistencia, para que lleguemos a comprender cómo podemos llegar a desear, buscar y cargar la cruz.
  5. Humillarse por las propias faltas, pero sin turbación. Si hacemos algo indebido, sea por culpa o por ignorancia, humillémonos enseguida ante Dios, y aceptemos la humillación que nos pueda sobrevenir, pues es permitida por Dios para humillarnos ante nosotros mismos y ante los hombres, y quitarnos la consideración orgullosa de las gracias concedidas por Él.
  6. Dios nos humilla para purificarnos, y de este modo, conducirnos a la humildad y santidad, pues "todo cuanto hay en nosotros está corrompido por el pecado de Adán y por los pecados actuales."
  7. En las cruces, evitar la trampa del orgullo. Nunca debemos pensar que nuestras cruces son grandes y muestra del amor que Dios nos tiene, sino amorosos castigos por nuestros pecados.
  8. Aprovecharse más de los sufrimientos pequeños que de los grandes, ya que Dios no mira tanto cuánto sufrimos sino cómo sufrimos. "Sufrir mucho y mal es sufrimiento de condenados; sufrir mucho y con aguante, pero por una mala causa, es sufrir como mártir del demonio; sufrir poco o mucho, por Dios, es sufrir como santo." Ante las contrariedades que nos sobrevengan, demos gracias a Dios.
  9. Amar la cruz con amor sobrenatural. Dios no nos exige que amemos la cruz con amor sensible, pues resulta imposible a la naturaleza. Hay otro amor a la cruz que es el racional, que surge del conocimiento de la felicidad que hay en sufrir por Dios. Siendo éste un amor bueno, no es siempre necesario para sufrir con alegría y según Dios. Existe un amor fiel y supremo, que nace del alma, a la luz de la fe, que nos hace amar la cruz que cargamos. Con uno de estos dos últimos tipos de amor, debemos amar la cruz y aceptarla.
  10. Sufrir toda clase cruces, sin rechazarlas ni elegirlas...Cualquier injusticia, pobreza, pérdida, enfermedad, humillación, pena, calumnia, abandono, traición..."Ahí está la meta suprema de la gloria divina y de la felicidad verdadera del auténtico Amigo de la Cruz".
  11. Los cuatro motivos para sufrir como se debe: La mirada de Dios (Dios dirige Su mirada a quien lucha por Él y carga su cruz con alegría); la mano de Dios (que está en todo aquello que nos sobreviene...No nos resistamos a ello, pues nos podría someter a la justicia de la eternidad); las llagas y dolores de Jesús crucificado (mirémosle a Él, que era inocente, y no nos quejemos nosotros, que somos culpables); el cielo y el infierno (contemplemos el lugar que merecemos por nuestros pecados, y por sufrir mal...y fijemos nuestra vista en el reino eterno al que llegaremos, luchando con valentía y cargando nuestra cruz con paciencia).
  12. Nunca nos quejemos voluntariamente de las criaturas de que Dios se sirve para afligirnos. La queja que constituye pecado es la que trata de evitar el mal que nos hace sufrir, o la queja con intención de venganza, o la queja consentida y acompañada de murmuración e impaciencia.
  13. Recibir la cruz con agradecimiento, sabiendo que la recibimos por nuestro bien.
  14. Cargar con cruces voluntarias...Pequeñas cruces como renuncia al apego de ciertas cosas, alimentos, etc...Esto nos ayudará a enriquecernos, siendo fieles al Señor, y recibiendo de Él numerosas gracias junto con las cruces, hasta llegar a la gloria eterna.
 
Si seguimos todos los consejos ofrecidos por San Luis Mª Grignion de Montfort, acatando todas estas reglas, nos convertiremos en auténticos amigos de la Cruz, y en merecedores de alcanzar el reino celestial.


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