viernes, 30 de marzo de 2018

LETANÍAS DE LA PRECIOSÍSIMA SANGRE DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Foto: María Luz

Señor, ten misericordia de nosotros.
Cristo, ten misericordia de nosotros.
Señor, te misericordia de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.

Dios, Padre Celestial, ten misericordia de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo, ten misericordia de nosotros.
Dios, Espíritu Santo, ten misericordia de nosotros.
Santísima Trinidad, un solo Dios, ten misericordia de nosotros.

Sangre de Cristo, el Unigénito del Padre eterno, sálvanos.
Sangre de Cristo, Verbo de Dios encarnado, sálvanos.
Sangre de Cristo, del Nuevo y Eterno Testamento, sálvanos.
Sangre de Cristo, derramada sobre la tierra en agonía, sálvanos.
Sangre de Cristo, vertida copiosamente en la flagelación, sálvanos.
Sangre de Cristo, brotada de la coronación de espinas, sálvanos.
Sangre de Cristo, derramada en la cruz, sálvanos.
Sangre de Cristo, precio de nuestra salvación, sálvanos.
Sangre de Cristo, sin la cual no hay perdón, sálvanos.
Sangre de Cristo, bebida y limpieza de las almas en la Eucaristía, sálvanos.
Sangre de Cristo, manantial de misericordia, sálvanos.
Sangre de Cristo, vencedora de los demonios, sálvanos.
Sangre de Cristo, fortaleza de los mártires, sálvanos.
Sangre de Cristo, sostén de los confesores, sálvanos.
Sangre de Cristo, que haces germinar vírgenes, sálvanos.
Sangre de Cristo, consuelo en el peligro, sálvanos.
Sangre de Cristo, alivio de los afligidos, sálvanos.
Sangre de Cristo, solaz en el llanto, sálvanos.
Sangre de Cristo, esperanza de los penitentes, sálvanos.
Sangre de Cristo, consuelo de los moribundos, sálvanos.
Sangre de Cristo, paz y ternura de los corazones, sálvanos.
Sangre de Cristo, prenda de la vida eterna, sálvanos.
Sangre de Cristo, que libras a las almas del Purgatorio, sálvanos.
Sangre de Cristo, acreedora de todo honor y gloria, sálvanos.

Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, escúchanos, Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.

V. Oh, Señor, nos has redimido en Tu Sangre.
R. Y nos has hecho reino de nuestro Dios.

Oremos. - Dios omnipotente y eterno, que has hecho de tu Hijo Unigénito el Redentor del mundo, y has querido ser aplacado por su Sangre, concédenos, te suplicamos, que de tal modo adoremos el precio de nuestra salvación, que por su virtud nos salvemos de los peligros de la vida presente y alcancemos el gozo de sus frutos eternamente en el Cielo. Por el mismo Señor Nuestro Jesucristo, tu Hijo, que contigo vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por todos los siglos de los siglos.
Amén.

miércoles, 7 de marzo de 2018

UNA REIVINDICACIÓN FEMENINA

A pocas horas del día 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, contemplo con pena las reivindicaciones feministas que han convertido dicha fecha en la ocasión para protagonizar una protesta errónea, inmoral, vulgar e incluso obscena. Erigidas en las "defensoras" de los derechos de la mujer, las activistas del feminismo únicamente claman por aberraciones como el derecho al aborto y la igualdad absoluta con el sexo masculino. Lo único que logran las feministas es degradar cada vez más el sexo femenino y conducir a las mujeres al abismo. Desde que la precursora del feminismo contemporáneo, Simone de Beauvoir, proclamara la necesidad de que las mujeres abandonaran sus hogares para no regresar a ellos jamás, han transcurrido unas cuantas décadas. Su logro se refleja en las declaraciones de una diputada del Parlamento español, manifestando "la obligatoriedad del feminismo". No contentas con proclamar sus aberrantes pretensiones tratan de imponer la obligatoriedad del pensamiento único. La situación ha llegado a tal extremo que lo "normal" hoy en día es la feminización del hombre y la masculinización de la mujer, constituyendo una aberración de la que derivan otros muchos problemas.
El engranaje infernal de la Revolución, explicado magistralmente por el Dr. Plinio Correa de Oliveira en su obra "Revolución y Contra-Revolución", nos ha conducido a un mundo moderno en el que el movimiento feminista ha contribuido a producir la reversión de la naturaleza. En aras de la igualdad, la mujer se ve obligada a actuar en todo como si de un hombre se tratara, no sólo adoptando el pantalón como prenda estrella de su vestuario, sino también saliendo del hogar para ejercer funciones propias del hombre. No es preciso que yo enumere las consecuencias de esta revolución feminista, pues están a la vista en nuestro entorno. Tal como expresó Gilbert K. Chesterton: "El feminismo sostiene la idea absurda de que la mujer es libre si sirve a su jefe y esclava si ayuda a su marido". Vivimos en un mundo en el que se "glorifica" a la mujer independiente, moderna, agresiva e incluso libertina. Por el contrario, si la mujer se comporta con decencia, es virtuosa, y escoge permanecer en su hogar, desempeñando sus funciones de esposa y madre, se la denigra y avergüenza.
El hecho es que la sociedad actual sólo concede un derecho a la mujer: el derecho de actuar en todo como un hombre, mientras se le niega su derecho a realizar su propósito como mujer. Ni se protege su pureza, ni su dignidad, ni la auténtica femineidad. En cualquier medio de comunicación o en el ámbito de la publicidad, la mujer aparece representada como mero objeto sexual, proyectando una imagen escandalosa y poco ejemplar. Y lo que es peor, todo ello con la aprobación unánime de las mujeres modernas, que consideran que tienen derecho a vestir y a actuar como mejor les plazca.
Esta situación ha pervertido por completo el papel del hombre, que ha perdido su masculinidad, su instinto protector, su caballerosidad e incluso su instinto de lucha y superación. Mientras algunas mujeres lamentamos esas pérdidas, las defensoras del movimiento feminista las acogen con regocijo. Siento comunicarles a éstas últimas que están sosteniendo un grave error.
Sí, mujeres modernas, os han estafado, os habéis dejado embaucar por una gran mentira, y no contentas con ello, os empeñáis con ahínco en propagar tan grave error. Hombres y mujeres no somos iguales y nunca lo seremos. Por mucho que algunos se empeñen, la igualdad no existe. Todos los seres humanos somos iguales únicamente en cuanto hijos de Dios y herederos del Cielo, en todo lo demás somos desiguales. Hombres y mujeres fuimos creados diferentes para poder complementarnos. Si tratar a todos los humanos de forma igual supone una gran injusticia, mucho más cuando ese trato igualitario se aplica a hombre y mujer, pues cada uno de ellos tiene sus propias peculiaridades y necesidades diversas. Gracias a ello, hombre y mujer pueden ayudarse mutuamente en el camino al Cielo, pueden crear una familia y suplementar las deficiencias del otro. El hombre se caracteriza por su fortaleza física, resistencia, capacidad de liderazgo, mientras que la mujer equilibra esos rasgos a través de su debilidad física, su dulzura y su naturaleza maternal. A su vez, la sensibilidad y emociones femeninas encuentran su refugio en las características masculinas. Cuando un hombre actúa femeninamente, la mujer se ve compelida a actuar como hombre, alterando el comportamiento propio de su naturaleza.
Entre otras graves consecuencias, las feministas han sido las grandes culpables de que los caballeros brillen por su ausencia en nuestra sociedad. Gestos propios del pasado como ceder el paso a una mujer, sujetar una puerta a su paso, cederle un asiento, evitar que coja peso, ofrecerle el brazo para descender una escalinata o cruzar una calle, son muestras de buena educación y respeto hacia las mujeres. Por culpa de la revolución feminista, muchas mujeres sufrimos a diario el hecho de que no se respete nuestra naturaleza femenina. Aunque las defensoras del feminismo lo nieguen, lo cierto es que las mujeres somos físicamente más débiles que los hombres, razón por la cual el hombre fue creado con un especial instinto protector, desarrollando su cortesía hacia la mujer como forma de hacerla sentir segura y protegida. Es un hecho comprobado que cuando una mujer es víctima de abuso o se siente amenazada, sus cualidades femeninas se ven afectadas, reaccionando con dureza, frialdad y bloqueando su ser interno. De ahí que el deber del hombre sea el de protegerla y cuidar de forma especial sus peculiaridad femenina. La protección del hombre fortalece en ella su femineidad.
Uno de los puntos hirientes que las feministas incluyen en sus protestas es el ataque sistemático a la Iglesia Católica, considerándola culpable de restringir los derechos de la mujer. Esta afirmación constituye una gran mentira. Antes de que la Iglesia ejerciera su influencia en la sociedad, se puede afirmar que la mujer era un ser carente del derecho y de la dignidad que Dios le otorgó desde el momento de la Creación. Fue precisamente la influencia cristiana la que devolvió a la mujer su posición como compañera del hombre, a quién éste respeta y cuida precisamente por ser mujer. Es sorprendente que quienes dicen hoy defender a la mujer, quieran hacerlo convirtiéndola en una imitadora del hombre, es decir, queriéndola privar de su femineidad, como si ser mujer no fuese algo valioso y digno de respeto en sí mismo.
Las activistas del feminismo creen erróneamente que adjudicar a la mujer características propiamente femeninas equivale a considerarla un ser inferior, débil y sin personalidad. Esta es la razón por la cual atacan sin piedad la femineidad, la maternidad y las funciones de la mujer en el hogar. Una vez más se sumergen en el error. Esas funciones que las mujeres han desempeñado durante siglos, en absoluto son degradantes. Concebir a un hijo y portarlo en su seno durante nueve meses constituye un privilegio concedido por el Todopoderoso.  Permanecer en el hogar como administradoras del mismo es una función que las mujeres han desarrollado siempre con gran eficacia. Si a eso añadimos su función educando de primera mano a los hombres del mañana, comprobamos que el poder de una mujer es inmenso.
Seguro que todos y cada uno de nosotros conocemos mujeres que han sabido comportarse de forma valiente y con gran fortaleza en las más diversas circunstancias. No se trata de considerar a la mujer como un ser débil y apocado, todo lo contrario. Afirmar y reconocer las características propias de la femineidad no está reñido con rasgos como la fortaleza y la inteligencia. Muchas mujeres, a lo largo de la Historia, han demostrado su gran valía personal e incluso profesional, sin perder un ápice de su femineidad, tanto en su comportamiento como en su apariencia externa. Esto se produce simple y llanamente porque la dulzura, la delicadeza y el buen gusto no son sinónimo de debilidad.
Para comprender mejor esta idea y todo lo relativo a la verdadera femineidad, no tenemos más que tomar como referencia a la más excelsa mujer que ha existido en la historia de la Humanidad: la Santísima Virgen María. A excepción de Su Divino Hijo, ningún otro ser humano experimentó mayor dolor, pruebas y sufrimiento. Su dolor fue indescriptible cuando contempló a Su Hijo torturado y muerto en la cruz. No existen palabras suficientes para describir el inmenso dolor y la angustia que debió experimentar en aquel Viernes Santo. Es más, sus sufrimientos se sucedieron a lo largo de su vida terrenal... Imaginemos la pérdida de sus padres, la huida a Egipto para salvar la vida del Niño Jesús frente al odio de un tirano, la muerte de su querido y buen esposo convirtiéndose en viuda, y otros muchos problemas que no conocemos pero seguro tuvo que enfrentar en su vida diaria. Todas esas circunstancias podrían convertir a cualquier persona en un ser duro, frío o amargado. Sin embargo, Nuestra Señora constituye el modelo perfecto de femineidad, belleza, gracia, bondad y dulzura. Este hecho viene confirmado por todas y cada una de sus apariciones, en las que todos los videntes coinciden en describirla como la dama más hermosa, bondadosa y dulce que hayan visto jamás. Todos estos rasgos van acompañados de su extraordinaria fortaleza, como lo demuestra haber permanecido al pie de la cruz soportando lo que debió ser un tremendo cansancio físico y una terrible agonía mental.
La bondad, la dulzura, la gentileza, la ternura, la compasión no son sinónimos de debilidad sino características propias del universo femenino, que constituyen como tales el punto fuerte de una verdadera mujer. Frente a la fortaleza física del hombre, la mujer siempre ha demostrado una gran fortaleza interna en las situaciones más diversas, pero siempre acompañada de las cualidades propiamente femeninas.
Dios quiso que Nuestra Señora tuviese a su lado un excelente esposo que la protegiera y cuidara, y sin duda San José debió sentirse inmensamente feliz teniendo a su lado a una esposa con las maravillosas cualidades de su naturaleza femenina. De esta forma, ambos debieron ver enriquecida su vida terrenal.
Respetar las características propias de hombre y mujer es positivo para que cada uno de ellos pueda desarrollar sus mejores cualidades. Ser mujeres implica ser diferentes, no inferiores, sino seres únicos e insustituibles como creación especial y querida por el Todopoderoso. Ser mujer es un verdadero regalo de Dios, no un problema a erradicar o a transformar.
La modernidad y el feminismo ya han causado un enorme daño a nuestra sociedad. Es hora de contribuir a detener el avance infernal de la revolución igualitaria, recuperando los tradicionales roles de hombre y mujer. Si las mujeres potenciamos nuestras cualidades femeninas, actuando con dignidad, siendo virtuosas y siguiendo el plan que Dios diseñó para nosotras, comprobaremos la gran influencia que podemos ejercer sobre los hombres, pues ellos se sentirán motivados para ejercer el papel que Dios les otorgó como protectores y líderes. Si las mujeres se rebelan contra su propia naturaleza, usurpando el papel de los hombres, el resultado sólo puede ser el caos total y el desorden absoluto. Nadie ha explicado esta idea mejor que el Venerable Arzobispo Fulton J. Sheen:
"El nivel de una civilización se mide, en gran medida, por el nivel de sus mujeres. Cuando un hombre ama a una mujer, se ve obligado a convertirse en digno de ella. Cuanto mayores sean su virtud, sus cualidades, cuanto más devota sea ella de la verdad, la justicia, la bondad, el hombre tendrá que esforzarse más en ser digno de ella. Realmente, la historia de la civilización podría ser escrita en términos del nivel de sus mujeres".
(Venerable Arzobispo Fulton J. Sheen)
En lugar de imitar a los hombres, seamos nosotras mismas, comportémonos de acuerdo al modo en que Dios nos creó. Aprovechemos esta fecha para celebrar nuestra femineidad, agradeciendo a Dios los dones que nos ha concedido, y pidiendo a Nuestra Señora que nos comunique Sus Virtudes, transformándonos a imagen y semejanza suya.
Foto: María Luz