jueves, 31 de enero de 2019

Acto de desagravio al Sagrado Corazón de Jesús para el mes de febrero y días de carnaval


¡Corazón amantísimo y afligidísimo de mi Amado Jesús! 
Vos andáis buscando quien os consuele en estos días, dignándoos estar expuesto en nuestros altares, para mostrarnos que aun en estos días, profanados con tantos desórdenes y crímenes, conserváis para con nosotros sentimientos no de ira y de venganza, como mereceríamos, sino de benignidad y misericordia.

Correspondiendo a vuestra invitación amorosa, vengo yo también a unirme con vuestros fieles siervos, deseosa de mitigar con ellos la vehemencia de vuestras angustias y congojas, y resuelta a vivir en este mes refugiada dentro de Vos. Permitid que me humille ante vuestro acatamiento divino, en compañía de serafines que os están haciendo aquí la corte, y llore con ellos los muchos agravios que yo os he hecho, y los que tantos otros cometen contra Vos. ¡Ojalá pudiera yo impedirlos, aunque fuese a costa de mi sangre! ¡Por cuán bien empleada la daría, a trueque de que Vos, oh Bien mío, no fueseis ofendido! Por lo menos, en reparación de tantas blasfemias y pecados como se cometen en estos días, aceptad todas cuantas alabanzas os tributan los ángeles y bienaventurados, y el Purísimo Corazón de María Santísima, que os ama y glorifica más que todos ellos juntos. Aceptad vuestros mismos merecimientos infinitos, y todas cuantas Misas se ofrecen en la universal Iglesia. A todas quisiera asistir personalmente, para alcanzar de Vos, oh fuente de amor, de piedad y de misericordia, la conversión de los pecadores y la perseverancia de los justos; dadnos a mí y a todos una vehemente contrición de nuestros pecados, para que, entablando una nueva vida, os honremos y alabemos en el tiempo y en la eternidad. Amén.

"Áncora de Salvación"
por el R.P. José Mach
Edición de 1954

domingo, 27 de enero de 2019

La Fuente de la Gracia

En mi reciente visita al Museo Nacional del Prado, además de visitar la exposición dedicada al artista Bartolomé Bermejo, tuve ocasión de contemplar con detenimiento una de las obras más importantes de la colección de pintura flamenca que se conserva en nuestra pinacoteca. Se trata del célebre cuadro titulado "La Fuente de la Gracia y el triunfo de la Iglesia sobre la Sinagoga".

La Fuente de la Gracia (1430-1440)

La obra fue pintada en los Países Bajos en el taller de Jan van Eyck, aunque el maestro no trabajara directamente en ella. Fue donada por el rey Enrique IV de Castilla al Monasterio de Santa María del Parral en Segovia antes de 1454, aunque se ignora cómo la adquirió el monarca. En el siglo XIX, durante el proceso desamortizador de los bienes eclesiásticos, el cuadro fue tomado del mencionado monasterio, pasando a la Academia de Bellas Artes, después al Museo Nacional conocido como Museo de la Trinidad, el cual se fusionó con el Museo del Prado en 1872. 

 Enrique IV de Castilla

El reciente proceso de restauración de la obra ha facilitado un estudio exhaustivo de la misma, razón por la cual, el Museo Nacional del Prado la ha expuesto temporalmente en una sala independiente que proporciona a los visitantes la posibilidad de adentrarse en multitud de detalles que podrían pasar desapercibidos.

La pintura en cuestión expone uno de los principales dogmas del Cristianismo: el goce de la Gracia Divina, entendida como el goce de la presencia de Dios más allá de la vida terrena. Una gloria que el cristiano alcanzará mediante la Comunión Eucarística. La Eucaristía es, por tanto, la gran protagonista de esta pintura, que mana de la fuente divina, la cual surge bajo el Trono de Dios Padre, y se dirige hacia la Humanidad a través de un frondoso prado. En la parte inferior contemplamos a la Humanidad, dividida en dos grandes grupos: la cristiandad y los judíos. 

Ese principio de la Eucaristía como salvadora se plantea a través de tres niveles visuales que son recorridos por la Fuente de la Gracia y que quedan ligados por una arquitectura que enmarca el conjunto. Bajo el tema principal subyace la alusión a la difícil convivencia entre cristianos y judíos.

Nivel superior 




En el centro, contemplamos a Dios Padre sentado en el trono, y a ambos lados la Virgen María y San Juan Evangelista. Dios Padre bendice con su mano derecha mientras sostiene el cetro en la izquierda. Se trata de una imagen que nos recuerda a Cristo Rey. Porta corona alusiva a su reinado eterno. En los laterales de su trono se aprecian las esculturas alusivas a los cuatro evangelistas. Ante Dios Padre aparece el Cordero del sacrificio, bajo el que mana la corriente Eucarística.


El trono se sitúa al pie de una pieza arquitectónica acabada en una aguja gótica adornada con dieciocho estatuas que hacen referencia a los profetas. Toda la estructura arquitectónica es, en sí misma, una traslación visual de las custodias góticas que albergan al Santísimo Sacramento. Se trata de una verdadera metáfora visual que se repite en la parte inferior de la obra.


A los lados de Dios Padre, contemplamos a la Santísima Virgen María leyendo con atención las Sagradas Escrituras y a San Juan escribiendo el Evangelio. El suelo que aparece bajo sus pies está decorado con baldosines, en uno de los cuales, la reciente restauración de la obra ha descubierto una decoración epigráfica en la que se representan las iniciales hebreas de la frase: Tú eres poderoso y eterno, oh Señor. 

Nivel intermedio 



La corriente Eucarística atraviesa un prado poblado por multitud de especies vegetales, habiéndose identificado hasta 20 especies distintas representadas de forma exquisita. Justo al paso de la corriente eucarística, las plantas se inclinan como si estuvieran sedientas de la gracia que mana de esa corriente. Se trata de una metáfora que integra el mensaje que se quiere ofrecer a través de esta obra pictórica. A ambos lados, contemplamos grupos de ángeles. Los ángeles músicos de la izquierda tocan la viola, el órgano portátil y la trompa marina, mientras que los de la derecha tocan el salterio, el arpa y el laúd. Junto a ellos se encuentran los ángeles cantores situados en sendas torres ubicadas en los extremos. Los de la izquierda cantan mientras que los de la derecha, además de cantar, sostienen una filacteria que incluye una inscripción alusiva a un versículo del Cantar de los Cantares: "Fuente de los huertos, pozo de aguas vivas". Este versículo alude a la corriente que fluye junto a los ángeles y que clarifica el mensaje de la obra. Las piezas arquitectónicas góticas hacen referencia a la Jerusalén celestial, y a través de sus ventanas se contempla el frondoso jardín que alude al Paraíso. Los ángeles situados bajo las arcadas miran hacia la parte inferior donde se sitúa la Humanidad, dirigiéndole este mensaje: Esta es la fuente de la Vida, esta es la fuente de la gracia.
Nivel inferior



La zona inferior está situada fuera de la Jerusalén celestial y agrupa a la Humanidad como receptora de la corriente Eucarística. En el centro se sitúa el pozo de aguas vivas. Al pozo cae el agua repleta de la Eucaristía a través de una custodia gótica ricamente decorada con diversos elementos simbólicos. Bajo un ángel se sitúan un pelícano picándose el pecho para alimentar a sus crías y un ave Fénix que resurge de sus cenizas; ambos son alusiones simbólicas al sacrificio Eucarístico y a la Resurrección.

A ambos lados del pozo se sitúan la Humanidad. A la izquierda del espectador se dispone la Cristiandad, incluyendo al Romano Pontífice, un emperador, un Cardenal, un obispo, un rey, un abad y personajes diversos con ropas civiles, arrodillados o en oración y con elementos distintivos de su cargo. La mano del Papa señala las Eucaristías que manan de la fuente de la gracia, indicando cuál es el camino de la salvación.

Los expertos adivinan en las facciones del Romano Pontífice, al Papa Martín V, mientras que el emperador parece reflejar las de Segismundo de Luxemburgo. En cuanto a la figura del Obispo, parece representa a Alonso de Cartagena, Obispo de Burgos, muy vinculado a la Corte de Juan II. El Obispo era hijo de judeoconversos, personaje de gran poder en la Castilla de la época y asesor de Enrique IV cuando éste era príncipe. Los textos teológicos de su autoría se vinculan directamente al mensaje que ilustra esta obra pictórica hasta el punto que se puede afirmar que la obra comparte el método teológico propio del Obispo. La tesis que afirma que se trata de Alonso de Cartagena se refuerza por el hecho de que la pieza arquitectónica superior en la pintura presenta el mismo diseño con el que se concluyeron las torres de la Catedral de Burgos por orden del Obispo.

A la derecha del espectador, se disponen los judíos, que por sus gestos demuestran no aceptar ni entender la importancia de la gracia. Dan la espalda, se tapan los oídos, se rasgan las vestiduras; en resumen, constituyen un grupo sumido en la confusión y esto se refleja también en el texto hebreo que aparece en una filacteria, el cual es ilegible, no dice nada.

Todo indica que se trata de una obra realizada en el taller de Jan van Eyck pero concebida en Castilla reflejando la difícil convivencia entre cristianos y judíos, pero dentro de un ambiente conciliador con la cuestión judía, del que formó parte el Obispo Alonso de Cartagena, como hijo de judeoconversos.

Todos estos detalles objeto de estudio junto a la magnífica restauración a la que ha sido sometida la pintura han incrementado la luminosidad de esta obra en todos los aspectos que encierra. Resulta enriquecedor situarse ante una obra maestra y desgranar todos los detalles que contiene, para lo cual no queda más que agradecer a todos los que trabajan para su conservación y estudio, dándonos la oportunidad de disfrutarla y conocerla en profundidad.



jueves, 24 de enero de 2019

Bartolomé Bermejo

En el doscientos aniversario de su fundación, el Museo Nacional del Prado ha acogido una exposición dedicada al artista Bartolomé Bermejo, cita obligada para quienes somos amantes del arte gótico y de la originalidad que caracteriza al artista.

Para la ocasión, la mayoría de sus obras conservadas, procedentes de España, Europa y Estados Unidos, han sido reunidas para componer una magnífica exposición, en la cual los visitantes nos hemos deleitado con la intensidad de su colorido y la temática religiosa, protagonista en todas las obras expuestas. 

Bartolomé de Cárdenas, alias el Bermejo (1440-1501) es, sin duda, uno de los pintores más fascinantes del siglo XV. Nació en Córdoba y su condición de judeoconverso le condujo a una vida itinerante, residiendo en Valencia, Daroca, Zaragoza y, finalmente, Barcelona. Su trabajo se desarrolló, por tanto, mayoritariamente en la Corona de Aragón. Debido al sistema gremial que impedía trabajar a artistas foráneos, tuvo que asociarse con maestros locales mucho menos cualificados que él, lo cual dio lugar a muchos conflictos en su vida profesional como el incumplimiento de contratos e incluso el abandono de ciertos encargos. Uno de estos contratiempos le hizo recibir una sentencia de excomunión.

Artista con un perfecto dominio de la técnica del óleo, su principal influencia fue la pintura flamenca, en especial la de artistas de la talla de Jan van Eyck y Rogier van der Weyden, cuyo estilo reinaba por entonces en toda Europa. Esta la razón por la cual algunos han barajado la posibilidad de que Bermejo se hubiese formado en Flandes, sin embargo lo más probable es que su aprendizaje tuviese lugar en la cosmopolita Valencia del siglo XV. Fue precisamente en Valencia donde dejó una de sus obras más emblemáticas, su "San Miguel triunfante sobre el demonio". Posteriormente, se trasladó a Daroca, donde se ocupó del retablo de la parroquia de Santo Domingo de Silos, y de allí a Zaragoza, donde dejó patente su arte en la Seo del Salvador y en la primitiva Basílica del Pilar. Su última residencia se ubica en Barcelona donde, entre otros trabajos, realizó el famoso retablo de la Piedad Desplà. 

Tras su fallecimiento, casi se podría decir que su nombre y su obra cayeron en el olvido. No sería hasta finales del siglo XIX cuando volvió a despertar el interés  de destacados coleccionistas internacionales. Ya en el siglo XXI el Museo Nacional del Prado le ha tributado un merecido homenaje con objeto de que sea conocido por el gran público.

Bermejo es el artista más representativo de la escuela aragonesa, con clara influencia flamenca que se deja ver en el manejo de la perspectiva, la minuciosidad en los detalles, su perfecta técnica del óleo, así como el naturalismo en los rostros de los personajes y en los paisajes. Su estilo y cualificación fue apreciado por sus selectos comitentes que iban desde eclesiásticos hasta miembros de la Nobleza, así como distinguidos mercaderes.

Es tiempo ya de recrearnos en algunas de sus obras más emblemáticas de entre todas las expuestas.

"San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan" 
Cuadro fechado en 1468, es su primera obra documentada. Fue realizada en Valencia para la parroquia de Tous, por encargo de Antoni Joan, personaje que aparece arrodillado junto al Arcángel.  Es, sin duda, una de las obras más paradigmáticas del artista, en la que destaca el intenso cromatismo de la capa carmesí y el tono verde del peto.

En un magistral uso del color y de los reflejos luminosos, nuestra atención se dirige al intenso reflejo dorado de la armadura así como a los ricos adornos de piedras preciosas y perlas en los escarpes y en los brazos del Arcángel, dando gran importancia a la orfebrería.

Llama también nuestra atención el fulgor en los ojos del demonio, que aparece representado de una forma imaginativa y fantástica, casi se podría denominar surrealista.

Arrodillado, aparece el comitente de la obra, Antoni Joan de Tous, noble mercader y ocasional pirata valenciano. Debido al carácter delictivo de algunas de sus actividades, necesitaba imperiosamente el auxilio del Arcángel San Miguel para la salvación eterna de su alma. Por esta razón aparece arrodillado, implorando por esa intención al príncipe de la milicia celestial, quien más allá de su función salvadora, presenta una imagen que se conecta claramente con los ideales caballerescos medievales.

"Santo Domingo de Silos entronizado como Obispo"




En 1474, el artista recibió el encargo de realizar el retablo para la parroquia de Santo Domingo de Silos en Daroca. Concluida la tabla central que representa al santo, el artista abandonó el proyecto, recibiendo sentencia de excomunión, la cual traía consigo penas espirituales y restricciones laborales. No se conoce con exactitud la causa del abandono del proyecto, pero sin duda, la gran tabla central es una de las obras icónicas de Bermejo.

Constituye la obra más monumental de todas las de su autoría y un magistral juego de realidad pintada y realidad arquitectónica gracias a la gran crestería superior. El santo aparece sentado en un trono, en rígida majestuosidad y vistiendo una rica capa pluvial con multitud de bordados. A través de la tracería gótica pueden contemplarse a modo de esculturas policromadas, la representación de la siete virtudes (las tres virtudes teologales y las cuatro virtudes cardinales) que se albergan en fornículas. 

 
"Fermando I de Castilla acogiendo a Santo Domingo de Silos"
Junto a la obra anterior, perteneció al retablo de Santo Domingo de Silos en Daroca. Representa al rey Fernando I de Castilla y su Corte, recibiendo al Santo a las puertas de Burgos, tras huir del Monasterio riojano de San Millán de Suso debido a su enfrentamiento con el rey Don García de Nájera. El rey de Castilla le nombró Abad del Monasterio de Silos.

 "Santo Obispo. (¿Benito de Nursia?)"

Respecto a esta obra, los expertos no muestran acuerdo. Para unos se trata de San Agustín y para otros de San Benito de Nursia. Este cuadro constituye un ejemplo de virtuosismo técnico, especialmente al representar la gran dalmática, así como la mitra y la lámpara de cristal que cuelga del techo. En segunto plano se pueden apreciar las figuras de dos monjes: uno sopla la lumbre en la cocina y otro aparece en actitud de meditación. Uno y otro aluden claramente a la vida activa y la vida contemplativa. 


"Muerte y Asunción de la Virgen"

El artista supo plasmar el dolor que produjo en los Apóstoles el tránsito de Nuestra Señora. Cuerpos pesados, miradas ausentes, desfallecimiento...Todo sirve para plasmar el estado de ánimo de los once testigos. San Pedro, revestido de pontifical, moja el hisopo en agua bendita y parece encontrar un punto de apoyo en el lecho de la Santísima Virgen.

Junto a esta escena de dolor, aparece representada en la parte superior del cuadro la Asunción de Nuestra Señora: la Santísima Virgen, vestida de Sol, con la luna a sus pies y coronada de estrellas, es portada por cuatro ángeles que ascienden su cuerpo al seno de Dios. Entre los apóstoles, sólo San Juan, con una cruz en sus manos, y otro apóstol que se sitúa al otro lado del lecho, perciben la Asunción de Nuestra Señora. Justo detrás de San Pedro, aparece un apóstol con un cirio encendido en sus manos, recordando la inmortalidad del alma.

La habitación aparece representada de un modo exquisito y con elementos que indican un ambiente selecto, entre ellos la magnífica colcha sobra la que descansa el cuerpo de la Virgen María. La estancia se ilumina con la luz que penetra por una ventana y por la puerta abierta, y a través de la cual contemplamos una escena en la que un ángel entrega a Santo Tomás el cíngulo de la Virgen.

 "Retablo de Santa Engracia"


Contemplamos aquí dos pinturas de las seis que componen el retablo de Santa Engracia de San Pedro de Daroca, concretamente "Santa Engracia conducida a prisión" y "La flagelación de Santa Engracia". Una vez más, el artista hace un despliegue de riqueza cromática así como del dominio de la perspectiva. 

Santa Engracia fue una noble hispana que sufrió martirio en el siglo IV por orden del procónsul romano Daciano, que aparece sentado, contemplando la flagelación y sosteniendo en su mano el clavo que luego hundirían en la frente de la santa. 

La maestría del  artista se refleja no sólo en la riqueza cromática sino también en la riqueza de los ropajes, en la sangre que mana de la frente de la santa y en la abundancia de elementos decorativos del interior. La perspectiva se logra con el ajedrezado del suelo, la ventana situada al fondo, la disposición de los personajes y la luz que se proyecta sobre la espalda de la santa. 

El espectador puede percatarse de un claro anacronismo: Daciano aparece ataviado a la manera morisca. Se trata de un recurso utilizado para moralizar a los cristianos en contra del enemigo musulmán.

"Virgen de la Misericordia"

La autoría de esta obra es compartida por Bermejo y el artista Martín Bernat. Alude a una representación  repetida por otros pintores, Nuestra Señora como Madre de Misericordia, bajo cuyo manto, sostenido por ángeles, se disponen grupos de personajes, representando diversos estratos sociales. Todos estos, sin importar su condición, son cobijados por el manto protector de Nuestra Madre. Quienes hemos tenido ocasión de visitar esta exposición y de contemplar cada uno de los cuadros y  esta obra en particular, admiramos sobremanera la destreza del artista al representar en relieve las vestimentas de los clérigos, la orfebrería y los bordes del manto de Nuestra Señora.

"Tríptico de la Virgen de Montserrat"

Esta obra fue realizada por Bermejo junto a otros dos artistas, Rodrigo y Francisco de Osona. Obedecía a un encargo realizado por un mercader italiano (Francesco della Chiesa) para decorar la capilla de la catedral italiana de Acqui Terme. En el panel central, el comitente aparece arrodillado junto a la Santísima Virgen, completando la decoración una vista que alude al Monasterio de Montserrat y una marina surcada por barcos en un atardecer. Los paneles laterales fueron pintados por Rodrigo de Osona y en ellos aparecen representadas las escenas del nacimiento de la Virgen y la Presentación del Niño Jesús en el Templo. En la parte inferior destacan San Francisco de Asís recibiendo los estigmas y San Sebastián.

"La Piedad Desplà"

Se trata de la última obra conocida de Bartolomé Bermejo. Fue encargada por el canónigo y arcediano barcelonés Luis Desplà, que aparece a la derecha de la composición. Es una de las obras maestras de Bermejo y destaca por su paisaje altamente simbólico, que invita a meditar sobre la sacrificio de Nuestro Señor y su papel redentor. Destaca el dolor desgarrado de Nuestra Señora, cuya figura junto a la de su Divino Hijo que yace sobre su regazo forman una cruz. Acompañan la escena, el arcediano Desplà a la derecha con gesto contenido y San Jerónimo a la izquierda, evocando el carácter humanista del arcediano. El paisaje evoca un Edén guardado por el león, en el que aparece una calavera como símbolo de la muerte y una mariposa que alude a la resurrección. 

Fue ésta la obra cumbre de Bartolomé Bermejo, que tras finalizarla se dedicó a realizar diseños preparatorios para diversas vidrieras en Barcelona. Continúa siendo una incógnita el motivo de su desaparición del panorama artístico, siendo considerado el mejor artista de su generación y el mejor pintor español del siglo XV. Aun así, disponemos de sus pinturas para, siglos después, seguir admirando su maestría técnica y vibrando con su magistral colorido, al tiempo que somos invitados a meditar, acompañando a los santos, a Nuestra Señora y a Nuestro Amado Salvador.


jueves, 10 de enero de 2019

Acto de desagravio al Sagrado Corazón de Jesús - Enero (para dar principio al año)

A Vos vengo, Corazón dulcísimo de mi Amado Jesús, y al veneraros en ese adorable Sacramento, acordándome de aquel amor ternísimo con que recién nacido ofrecisteis por mí al Eterno Padre las primeras gotas de vuestra sangre divina, vengo a consagraros todos los días y momentos de este nuevo año, entregándoos mi pobre corazón y todo cuanto hay en mí. 

¡Oh, quién viviese todo este año santamente sin ofenderos, reparando así las innumerables injurias que se os hacen! ¡Qué dichosa sería yo, si lograse obrar siempre con la única mira de vuestra gloria, en imitar aquella purísima intención que Vos teníais durante vuestra vida mortal en todas vuestras acciones! Este es el único blanco de mis deseos, oh Corazón amorosísimo, y con vuestra divina gracia, ésta será la única regla de todas mis intenciones, acciones y operaciones. Ofrézcoos, pues, con esta sola mira de agradaros y glorificaros, todos mis pensamientos, palabras y obras, todo cuanto os pluguiere que yo padezca en este año, y todas mis cosas, por mínimas que sean.

Abomino y detesto el pecado, con firme resolución de no cometer jamás ninguno, mediante vuestra divina gracia. De Vos espero, oh Corazón amabilísimo, que purificándome cada día más y más con ese celestial fuego de vuestro puro amor, e inflamándome con sus vivas llamas, me alcanzaréis la pureza de corazón, y una intención recta y constante de agradaros en todo. Despachad favorablemente, oh Corazón Sagrado, estas mis súplicas, y aceptad y confirmad estos mis ofrecimientos y propósitos: os lo pido por el Inmaculado Corazón de María, y suplico a esta vuestra Madre Santísima, por aquellos dulcísimos abrazos  que os daba en vuestra infancia, que os dé anticipadamente las gracias en nombre mío por tan señalado beneficio, mediante el cual os alabaré y glorificaré en esta vida, y después con todos los Santos eternamente. Amén.

"Áncora de Salvación"
por el R. P. José Mach
Edición de 1954

viernes, 4 de enero de 2019

Consagración al Sagrado Corazón de Jesús


Sagrado Corazón de Jesús, OS CONSAGRO MI CUERPO, ALMA Y ESPÍRITU para que purifiquéis mis tres potencias con vuestras adorables virtudes.

Sagrado Corazón de Jesús, os consagro MI VIDA para morar en los aposentos de vuestro Divino Corazón porque ellos son el camino de salvación, santidad, perfección, conformidad y unidad con vuestra Divina Voluntad.

Sagrado Corazón de Jesús, os consagro TODO MI SER porque en vuestro Divino Corazón quiero amar, respirar y vivir.

Sagrado Corazón de Jesús, os consagro MI CORAZÓN; sumergidlo en el vuestro, porque en Él encontraré la luz, la fuerza, el verdadero consuelo.

Sagrado Corazón de Jesús, os consagro MI ESPÍRITU para que no cese nunca de pensar en Vos.

Sagrado Corazón de Jesús, os consagro MI ALMA para que sea toda vuestra

Inmaculado Corazón de María, sois vos la que habéis unido mi corazón al Corazón de Jesús.

Asistidme siempre a fin de que le sea fiel en la vida y en la hora de la muerte. Amén.

Consagración personal diaria al Sagrado Corazón de Jesús


¡Sacratísima Reina de los cielos y Madre mía amabilísima!

Yo (N.N.) aunque lleno de miserias y ruindades, alentado sin embargo con la invitación benigna del Corazón de Jesús, deseo consagrarme a Él; pero conociendo bien mi indignidad e inconstancia, no quisiera ofrecer nada sino por tus maternales manos, y confiando a tus cuidados, el hacerme cumplir bien todas mis resoluciones.

Corazón dulcísimo de Jesús, Rey de bondad y amor, gustoso y agradecido acepto con toda la decisión de mi alma ese suavísimo pacto de cuidar Tú de mí y yo de Ti, aunque demasiado sabes que vas a salir perdiendo. Lo mío quiero que sea tuyo; todo lo pongo en tus manos bondadosas: mi alma, salvación eterna, libertad, progreso interior, miserias; mi cuerpo, vida y salud, todo lo poquito bueno que yo haga o por mí ofrecieren otros en vida o después de muerto, por si algo puede servirte; mi familia, haberes, negocios, ocupaciones, etc., para que, si bien deseo hacer en cada una de estas cosas cuanto en mi mano estuviere, sin embargo, seas Tú el Rey que haga y deshaga a su gusto, pues yo estaré muy conforme, aunque me cueste, con lo que disponga siempre ese Corazón amante que busca en todo mi bien.

Quiero en cambio, Corazón amabilísimo, que la vida que me reste no sea una vida baldía; quiero hacer algo, más bien quisiera hacer mucho, porque reines en el mundo, quiero con oración larga o jaculatorias breves, con las acciones del día, con mis penas aceptadas, con mis vencimientos chicos, y en fin, con la propaganda, no estar, a ser posible, un momento sin hacer algo por Ti. Haz que todo lleve el sello de tu reinado divino y de tu reparación hasta mi postrer aliento, que, ¡ojalá! sea el broche de oro, el acto de caridad que cierre toda una vida de apóstol fervorosísimo. Amén.


miércoles, 2 de enero de 2019

La espada del Espíritu

Transcurridas unas horas desde el comienzo de un nuevo año, es habitual que escuchemos en nuestro entorno una larga lista de buenos propósitos y deseos por cumplir a lo largo de los próximos 365 días. En medio de todos ellos, difícilmente encontramos propósitos de tipo espiritual, demostrando una vez más, lo lejos que se encuentra nuestra sociedad de alcanzar la tan necesaria superación moral.

Tiempo atrás,  a través de la magnífica obra "El alma de todo apostolado", escrito por el religioso francés Jean-Baptiste Chautard y libro de cabecera del Papa San Pío X, pude constatar lo necesaria que a todos nos resulta la vida interior. Y muchos se preguntarán qué es la vida interior...Se trata de la vida de Nuestro Señor Jesucristo en nosotros mismos.

En un entorno en que la noción de pecado se ha diluido hasta desaparecer, resulta especialmente difícil convencer de la necesidad de tener vida interior para poder luchar contra el mundo en el que vivimos, no por afán de violencia o enfrentamiento, sino por ser contrario a los principios cristianos que deben regirnos. Vivimos en este mundo, pero no debemos pertenecerle, por ser un mundo que constituye solamente un lugar de tránsito en nuestro caminar hacia el Cielo, y por estar imbuido del espíritu del mal al haberse apartado de Dios.

Cuando pecamos, damos pasos que nos alejan de Jesucristo, disminuyendo de esta forma el ejercicio de la vida interior hasta llegar a su completa supresión y poniendo en peligro nuestra salvación. Por el contrario, si cuando somos tentados, nuestra voluntad se opone a ello, contribuimos a aumentarla en proporción a nuestro celo. Por nosotros mismos nada valemos, estamos condenados al fracaso. Nuestras supuestas capacidades y fuerzas no son tales, pues nosotros, simples mortales, tenemos un papel meramente secundario y subordinado y nada podemos conseguir sin apoyarnos en Nuestro Señor. Únicamente en Él podemos encontrar todos los medios para alcanzar una verdadera vida interior y las fuerzas necesarias para enfrentar las numerosas pruebas y circunstancias adversas que aparecerán en nuestras vidas. Para ello, es necesario que seamos humildes, pidiendo a través de la oración la ayuda de Dios para que todo aquello que emprendamos se vea coronado por el éxito, sabiendo que los fracasos constituyen también fuentes de aprendizaje que no debemos desaprovechar. 

Cada uno de nosotros debe esforzarse en alcanzar el grado de vida interior que Nuestro Señor nos exige, para lo cual, debemos incrementar nuestras ansias de vivir en Él. Si realmente le amamos, sentiremos grandes deseos de agradarle en todo, siguiendo Sus ejemplos, cumpliendo los Mandamientos de la Ley de Dios, dedicando tiempo a la oración, asistiendo a la Santa Misa, manteniéndonos unidos a los Sacramentos, realizando con detenimiento nuestro examen de conciencia y aplicándonos a las lecturas piadosas. ¿No les parecen estos unos buenos propósitos de año nuevo? Si conseguimos, con la ayuda de Dios, mejorar en todos estos aspectos, nos convertiremos en almas que vivirán unidas a Nuestro Señor, produciendo abundante fruto.

Ese crecimiento de nuestra vida interior constituirá nuestra mejor defensa frente a los peligros que nos acechan, siendo revestidos de una auténtica armadura que nos protegerá de las asechanzas del maligno, y convirtiéndonos en faros de luz en medio de la oscuridad imperante.

Para terminar, me gustaría desear a todos los lectores muy feliz año nuevo, proponiendo como lectura en el inicio de este nuevo año la Carta de San Pablo a los Efesios, y muy especialmente de las recomendaciones recogidas en la misma (Ef 6, 10-17):
"Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Revestíos de la armadura de Dios a fin de poder resistir a las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire. Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñida la cintura con la verdad, revestidos de la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud, dispuestos a salir a la predicación del Evangelio de la paz y, sobre todo, tomad el escudo de la fe, con el que podréis extinguir todos los dardos inflamados del enemigo. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios".
 
 Crucifijo "la espada del Espíritu".
Foto: María Luz Gómez