miércoles, 2 de enero de 2019

La espada del Espíritu

Transcurridas unas horas desde el comienzo de un nuevo año, es habitual que escuchemos en nuestro entorno una larga lista de buenos propósitos y deseos por cumplir a lo largo de los próximos 365 días. En medio de todos ellos, difícilmente encontramos propósitos de tipo espiritual, demostrando una vez más, lo lejos que se encuentra nuestra sociedad de alcanzar la tan necesaria superación moral.

Tiempo atrás,  a través de la magnífica obra "El alma de todo apostolado", escrito por el religioso francés Jean-Baptiste Chautard y libro de cabecera del Papa San Pío X, pude constatar lo necesaria que a todos nos resulta la vida interior. Y muchos se preguntarán qué es la vida interior...Se trata de la vida de Nuestro Señor Jesucristo en nosotros mismos.

En un entorno en que la noción de pecado se ha diluido hasta desaparecer, resulta especialmente difícil convencer de la necesidad de tener vida interior para poder luchar contra el mundo en el que vivimos, no por afán de violencia o enfrentamiento, sino por ser contrario a los principios cristianos que deben regirnos. Vivimos en este mundo, pero no debemos pertenecerle, por ser un mundo que constituye solamente un lugar de tránsito en nuestro caminar hacia el Cielo, y por estar imbuido del espíritu del mal al haberse apartado de Dios.

Cuando pecamos, damos pasos que nos alejan de Jesucristo, disminuyendo de esta forma el ejercicio de la vida interior hasta llegar a su completa supresión y poniendo en peligro nuestra salvación. Por el contrario, si cuando somos tentados, nuestra voluntad se opone a ello, contribuimos a aumentarla en proporción a nuestro celo. Por nosotros mismos nada valemos, estamos condenados al fracaso. Nuestras supuestas capacidades y fuerzas no son tales, pues nosotros, simples mortales, tenemos un papel meramente secundario y subordinado y nada podemos conseguir sin apoyarnos en Nuestro Señor. Únicamente en Él podemos encontrar todos los medios para alcanzar una verdadera vida interior y las fuerzas necesarias para enfrentar las numerosas pruebas y circunstancias adversas que aparecerán en nuestras vidas. Para ello, es necesario que seamos humildes, pidiendo a través de la oración la ayuda de Dios para que todo aquello que emprendamos se vea coronado por el éxito, sabiendo que los fracasos constituyen también fuentes de aprendizaje que no debemos desaprovechar. 

Cada uno de nosotros debe esforzarse en alcanzar el grado de vida interior que Nuestro Señor nos exige, para lo cual, debemos incrementar nuestras ansias de vivir en Él. Si realmente le amamos, sentiremos grandes deseos de agradarle en todo, siguiendo Sus ejemplos, cumpliendo los Mandamientos de la Ley de Dios, dedicando tiempo a la oración, asistiendo a la Santa Misa, manteniéndonos unidos a los Sacramentos, realizando con detenimiento nuestro examen de conciencia y aplicándonos a las lecturas piadosas. ¿No les parecen estos unos buenos propósitos de año nuevo? Si conseguimos, con la ayuda de Dios, mejorar en todos estos aspectos, nos convertiremos en almas que vivirán unidas a Nuestro Señor, produciendo abundante fruto.

Ese crecimiento de nuestra vida interior constituirá nuestra mejor defensa frente a los peligros que nos acechan, siendo revestidos de una auténtica armadura que nos protegerá de las asechanzas del maligno, y convirtiéndonos en faros de luz en medio de la oscuridad imperante.

Para terminar, me gustaría desear a todos los lectores muy feliz año nuevo, proponiendo como lectura en el inicio de este nuevo año la Carta de San Pablo a los Efesios, y muy especialmente de las recomendaciones recogidas en la misma (Ef 6, 10-17):
"Buscad vuestra fuerza en el Señor y en su invencible poder. Revestíos de la armadura de Dios a fin de poder resistir a las asechanzas del diablo, porque nuestra lucha no es contra hombres de carne y hueso sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos del aire. Por eso, tomad las armas de Dios para poder resistir en el día malo y manteneros firmes después de haber superado todas las pruebas. Estad firmes; ceñida la cintura con la verdad, revestidos de la coraza de la justicia; calzad los pies con la prontitud, dispuestos a salir a la predicación del Evangelio de la paz y, sobre todo, tomad el escudo de la fe, con el que podréis extinguir todos los dardos inflamados del enemigo. Poneos el casco de la salvación y empuñad la espada del Espíritu que es la Palabra de Dios".
 
 Crucifijo "la espada del Espíritu".
Foto: María Luz Gómez

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