domingo, 8 de diciembre de 2019

Acto de desagravio al Sagrado Corazón de Jesús para el mes de diciembre y tiempo de Adviento



¿Qué necesidad tenías, oh dulce Jesus mío, de instituir la adorable Eucaristía, para probar el encendidísimo amor en que ardía tu Corazón para conmigo? ¿No publicaba bastante el amor que me tenías aquel purísimo y virginal seno en que estuviste nueve meses encerrado? Y aquel vil establo en que te dignaste nacer con tanta abyección, incomodidad y pobreza; la paja y el heno de aquel pesebre que te sirvió de cuna, y la misma inclemencia de la estación y de la noche, a que recién nacido quisiste sujetar tus tiernas y delicadas carnes, ¿no pregonaban bastante el amor que me tenías?

¿Y cómo podré yo corresponder a tan excesivo amor? Ya te entiendo, amable Redentor mío: tú quieres que en este Adviento reforme mi corazón, y te prepare en él una morada menos indigna que hasta aquí, para celebrar la memoria de tu Nacimiento, repasar las lecciones que desde el pesebre nos leíste, y alcanzar las gracias que naciendo nos mereciste. Quieres que viva en mayor recogimiento y retiro; que me guarde aun de las más leves culpas, que me niegue al fausto y a la vanidad; que sea humilde, manso, sufrido, resignado a la divina voluntad, y mortificado. ¡Y qué es todo esto, Jesús mío, en comparación de lo que tu Corazón se merece y ha hecho por mi! Gustoso haré eso poco que me pides: mas, ¡ay de qué servirían mis resoluciones y promesas, si no me dieras gracia para cumplirlas! Para alcanzarla más fácilmente, uno mis afectos y sentimientos con los del Purísimo Corazón de María. Acepta, como cosa propia mía, los amorosos suspiros, las humildes oraciones e internos coloquios, las profundas adoraciones con que esta Seora te cortejaba, reverenciaba y amaba, teniéndote aún en su castísimo seno. Acepta las ardentísimas ansias con que anhelaba por el feliz momento de su parto purísimo; y sobre todo acepta su Corazón, tan encendido y abrasado en llamas de tu amor. ¡Cuán dichoso seria yo si, al recibirte el día de Navidad en mi pecho, supiese hacerte total e irrevocable donación de este ruin corazón mío, como lo hizo la Virgen, y lo harán tantas almas fervorosas! ¡Y qué dicha la mía, si, en retorno de esta generosa entrega, recibiese de ti una copiosa avenida de gracias, y un constante y ardentísimo amor a tu Corazón amoroso! Pues ya que los reyes de la tierra acostumbran señalar con mercedes extraordinarias el nacimiento de un príncipe hijo suyo, señala también tú el tuyo propio, derramando tus dones sobre esta tu pobre criatura para que, viviendo ahora mi corazón estrechamente unido con el tuyo, logre amarte y gozarte eternamente en la gloria. Amén.


"Áncora de Salvación"
por el R.P. José Mach.
Edición de 1954.