viernes, 28 de septiembre de 2018

MI QUERIDA CINCA...

Todavía recuerdo con nitidez el primer día que atravesé el umbral de tu puerta...Era un 7 de octubre, festividad de Nuestra Señora del Rosario. Mi primera impresión fue encantadora, una simple mirada a mi alrededor me transmitió una completa consonancia con tu atmósfera, sin embargo, todavía no podía imaginar lo mucho que llegarías a significar para mí.

Aquella primera visita, asistiendo a la Santa Misa en tu pequeña capilla, viene a mi memoria con la hermosa presencia de Nuestra Señora, con el recuerdo del aniversario de la Batalla de Lepanto, y con la cálida luz que atravesaba el cristal de la ventana. Salí de allí llena de paz y deseando regresar.

No tardé mucho en cumplir ese deseo y, en pleno tiempo de Adviento volví a visitarte, repitiéndose en mí esa misma sensación reconfortante de la primera visita. Nuestra Señora me había llamado, meses atrás, a acompañarla cada primer sábado de mes, y he ahí que, respondiendo de nuevo a su llamada, me llevó a ti, mi querida Cinca, para no abandonarte más.

Me convertí en tu habitual visitante de la mano de los Heraldos del Evangelio, y en especial de los Reverendos Don Pedro Paulo y Don José Francisco, que con sus brillantes explicaciones prepararon mi pobre alma para la consagración a Jesús por María, ceremonia que tuvo lugar un 13 de mayo en tu bonita capilla. Dicho proceso dio como resultado a esta pobre esclava de María que, con sus pobres capacidades, se sentía feliz de escuchar y recibir, junto a otras almas amigas, las más sabias, piadosas y excelentes enseñanzas.

Lo admito, tú mi querida Cinca, con la presencia de Nuestro Señor, la maternal mirada de Nuestra Señora y la cálida hospitalidad de los ángeles que te habitaban, me robaste el corazón y ya nada ni nadie podía apartarme de ti. Mis jornadas transcurrían con el intenso deseo de reencontrarte y, cuando por fin ese día esperado llegaba, ascendía tu escalinata con la ilusión de una niña que tenía la certeza de llegar al refugio en el que se sentía segura y a salvo. El tiempo transcurrido junto a ti se me hacía muy corto y el momento de abandonarte suponía para mí un triste descenso del Tabor.

Como esclava de María Santísima, sé que nuestras vidas son una sucesión de tristezas y alegrías y que todas ellas conforman parte del pobre patrimonio que podemos ofrecer a Nuestra Señora. Mi pobre alma sufrió una conmoción al conocer la noticia de tu cierre y mi reacción estuvo llena de lágrimas desconsoladas al pensar en la separación que las circunstancias me imponían. Esas lágrimas que fluían sin cesar fueron la manera de expresarte los sentimientos que albergaba mi corazón y con ellas mi alma te transmitió todo aquello que mis palabras no alcanzaban a expresar.

La nostalgia suele apoderarse del alma sensible que se ve obligada a separarse de aquellos que comparten sus mismos ideales. Sólo el transcurso del tiempo puede atenuar su tristeza tratando, al mismo tiempo, de vislumbrar en el horizonte promesas de futuras alegrías...Sí, alegría por saber que quienes te habitaron están llamados a mayores proyectos que tus pequeñas paredes son incapaces de albergar. La vida se compone de etapas que hay que saber afrontar, mirando siempre en la dirección en que sopla el Espíritu Santo. Sabes que gran parte de mis mejores recuerdos estarán para siempre ligados a ti, pero es tiempo de aceptar las renuncias con valentía y optimismo. Es por esta razón que las lágrimas deben quedar atrás... Aun así, no te asustes si supieras que alguna se escapa de mis ojos, considérala un recuerdo de las emociones vividas junto a ti; por mi parte, yo se la ofrezco a Nuestra Señora.

En este momento de la despedida, te pido un último favor: transmite a los ángeles que moraron en ti mi mayor admiración, respeto y agradecimiento eterno por todo lo que me transmitieron y el excelente ejemplo que me ofrecieron. Ellos me enseñaron el verdadero alcance del "lema luciliano": "Vivir es estar juntos, mirarse y quererse bien". Comunícales que, aun en la distancia, no tengo intención de separarme de ellos pues nos une un mismo ideal y una misma esperanza. Yo les brindo mis pobres oraciones y mi deseo de refugiarme para siempre con ellos en el Corazón Inmaculado de Nuestra Madre, Reina y Señora.

¡Hasta siempre, mi querida Cinca!

Fotos: María Luz Gómez