miércoles, 16 de diciembre de 2020

La devoción de Eugenia de Montijo

Al visitar la ciudad de París y caminar por sus amplios bulevares contemplando sus bellos edificios de apartamentos, es obligado retrotraerse al Segundo Imperio francés (1852-1870), período histórico en el que, por deseo del emperador Napoleón III, el Barón Haussmann emprendió la remodelación de la ciudad dando lugar al París que todos podemos contemplar hoy. Fue precisamente en aquella época cuando la capital francesa se vio iluminada por la presencia de una española universal.

Con ocasión del centenario de su fallecimiento, traigo hoy a mi blog la figura de la Emperatriz Eugenia de Montijo, que nacida en la ciudad de Granada el 5 de mayo de 1826 en el seno de una aristocrática familia española, se convirtió en emperatriz consorte de Francia tras su matrimonio con el emperador Napoleón III.

La emperatriz Eugenia en oración.
Fotos: Gustave Le Gray, 1856

María Eugenia de Palafox-Portocarrero de Guzmán y Kirkpatrick, condesa de Teba, se crió entre Granada y Madrid, junto a su hermana María Francisca, duquesa de Peñaranda y futura duquesa de Alba consorte. Hijas de Don Cipriano Palafox, duque de Peñaranda y conde de Montijo, recibieron una excelente formación católica en el Colegio del Sagrado Corazón, en París, hecho que contrasta con el ambiente liberal en que se criaron, puesto que su padre era un militar liberal y afrancesado, y su madre Dña. María Manuela Kirkpatrick  llevaba una intensa vida mundana.

En su juventud, Eugenia sufrió un desengaño amoroso que la llevó a pensar en tomar los hábitos, tal como expresó en una carta : "No sabes lo que es querer a alguien, ser despreciada. Pero Dios me dará valor; no lo rehúsa nunca a quien lo necesita y me dará el valor para terminar con mi vida tranquilamente en el fondo de un triste claustro donde no se sabrá jamás si he existido". Lejos estaba de imaginar la joven Eugenia que la Divina Providencia tenía planes distintos para ella.

Habiendo fallecido su padre, se trasladó con su hermana y su madre a París, donde fijaron su residencia y eran habituales en las grandes fiestas de los salones parisinos. Fue precisamente en una de esas recepciones donde Eugenia fue presentada al príncipe Luis Napoleón Bonaparte, quien quedó cautivado por la belleza y la inteligencia de la joven condesa de Teba. Convertido el príncipe en emperador Napoleón III, Eugenia y su madre fueron habituales invitadas a las fiestas del palacio imperial, mostrando el emperador continuas atenciones hacia ella. Decidido a conquistar a Eugenia, el emperador tuvo que lidiar con los firmes principios morales de la joven condesa. En uno de esos intentos, tras participar en un desfile militar, Luis Napoleón se acercó a caballo a una de las ventanas del palacio de las Tullerías donde se encontraba Eugenia y le preguntó: "Señorita, necesito verla, ¿cómo puedo llevar hasta usted?", a lo que Eugenia respondió: "Por la capilla, Señor, por la capilla".  La anécdota es un buen reflejo de la firmeza de carácter y de los principios morales de nuestra protagonista, que no estaba dispuesta a convertirse en una más dentro la larga lista de amantes de los monarcas franceses.

Eugenia se convirtió en la esposa del emperador en una ceremonia religiosa que tuvo lugar en la Catedral de Notre-Dame el 30 de enero de 1853. Si bien este matrimonio no contentó ni al gobierno ni al pueblo francés, nuestra protagonista supo ganarse a todos ellos desde el mismo día de su boda. Los actos de entrega hacia su pueblo y su apoyo a innumerables obras benéficas contribuyeron a ello. Donó a la caridad los 600.000 francos que la ciudad de París le regaló con motivo de su boda así como los 250.000 que su esposo le entregó. Eugenia era consciente de su posición y se veía a sí misma como protectora de las clases humildes, tal como lo expresó de su puño y letra:

"Dos cosas me protegerán, espero: la fe que tengo en Dios y el inmenso deseo que me anima de ayudar a las clases desdichadas, desposeídas de todo, incluso de trabajo. Si el dedo de la Providencia me ha señalado para un puesto tan elevado, es para servir de mediadora entre los que sufren y los que pueden aportar remedios. Así yo he aceptado esta grandeza como una misión divina y, al mismo tiempo, doy gracias a Dios de haber puesto en mi camino a un corazón tan noble y tan entregado como el del emperador".

Transcurridos tres años desde su enlace matrimonial, la pareja imperial tuvo a su único hijo, Napoleón Eugenio, que recibió el título de Príncipe Imperial de Francia. Bajo el patronazgo de la emperatriz estaba la Sociedad del Príncipe Imperial, que prestaba dinero a bajo interés a familias necesitadas de hogar. La emperatriz asumió también la protección de orfanatos, asilos, hospitales infantiles, guarderías y, a menudo, visitaba a familias menesterosas de forma discreta.  El gran amor de la emperatriz por su hijo despertó en ella el deseo de ocuparse de la infancia más abandonada de Francia, constituida por los pequeños vagabundos que a menudo terminaban en la cárcel entre los presos comunes. Eugenia sintió verdadera lástima por aquellos niños que eran encarcelados simplemente por dormir en las calles y que provenían de ambientes marginales donde a menudo eran maltratados. La emperatriz consiguió del emperador que le fuera concedida la presidencia de una comisión que buscara los medios legales para enviar a esos niños a colonias agrícolas donde su salud fuese cuidada y, al mismo tiempo, pudieran aprender a cultivar la tierra. 

La emperatriz Eugenia con su hijo (Franz Xavier Winterhalter)

Su gran amor de madre se plasmó en la gran preocupación que la embargó cuando su hijo enfermó a la edad de dos años. Y fue precisamente por esta causa que tuvo lugar un hecho de gran relevancia que paso a relatar. Corría el año 1858, justamente el año en que tenían lugar las apariciones de la Santísima Virgen en Lourdes. El estado de salud del pequeño príncipe era tan preocupante que la emperatriz encargó a la institutriz de su hijo, Madame Bruat, que viajase a Lourdes y trajese un frasco de agua del manantial de Massabielle. El lugar había sufrido los ataques del gobierno liberal, llegando al cierre de la Gruta de las Apariciones con prohibición expresa de que cualquier persona se acercara a recoger agua del manantial. Cuando el guarda rural Callet, interceptó a la elegante dama por haberse acercado al lugar con objeto de cumplir el encargo de la emperatriz, la condujo ante el fiscal imperial Dutour y colocó sobre la mesa de su despacho el cuerpo del delito, es decir, la botella de agua recogida por la señora. Sometida a interrogatorio, el fiscal reconoció el apellido de la dama como el propio del almirante Bruat, ex ministro de Marina, ante lo cual la señora reconoció ser su esposa. Madame Bruat no se dejó intimidar y respondió a las preguntas del fiscal, reconociendo su transgresión de las órdenes, pagando la multa establecida y negándose a que la botella de agua le fuese confiscada, puesto que la había llenado cumpliendo órdenes de la emperatriz de Francia. Ante esta declaración, el fiscal Dutour no tuvo más remedio que dejar ir a Madame Bruat.

Los emperadores junto a su hijo

La estabilidad del régimen imperial se apoyaba en un perfecto equilibro entre liberales y clericales. En este preciso período que nos ocupa, dicho equilibro no podía romperse a favor de los clericales, puesto que estos ya se habían visto satisfechos tras el proyecto de unificación de Italia bajo el gobierno de cuatro reyes. En dicho proyecto Napoleón III ofrecía el predominio de esa federación al Romano Pontífice como soberano del Estado Católico. Esta medida contentaba a los clericales y disgustaba a los liberales. Por esta razón, los sucesos de Lourdes no eran una cuestión baladí y su reconocimiento supondría un nuevo apoyo a los clericales frente a la postura hostil de los liberales. Esta era la razón por la cual el emperador no vio con buenos ojos la actitud de la emperatriz, que deseaba recurrir al milagroso remedio que podía salvar la vida de su pequeño hijo, pero tampoco podía negarle su pedido en medio de su desesperación de madre. A pesar de su reticencia, decidió aceptar que el príncipe bebiese aquel agua de Lourdes, siempre que el hecho no trascendiese. Ante esta condición del emperador, Eugenia hizo promesa de devoción a la Santísima Virgen de Lourdes si salvaba la vida de su hijo. 

Transcurrida la noche junto al lecho de su hijo, a la mañana siguiente, la emperatriz se personó en el despacho de su esposo para comunicarle que el estado de salud de su hijo había mejorado y la fiebre había remitido por completo. El emperador no quería dar su brazo a torcer y consideraba que la mejoría del príncipe se debía a los remedios administrados por el médico que lo atendía, a lo cual, la emperatriz no dudó en acusarlo de ateo y en reprocharle su falta de humildad por no reconocer a Dios la gracia que les había concedido. Una vez más, Eugenia se mostró firme en sus principios y manifestó a su esposo que el agua de Lourdes había curado a su hijo y que no le quedaba más remedio que cumplir la promesa que ella había realizado: ordenar la apertura al público del acceso a la Gruta de Massabielle. El emperador se mostró disgustado puesto que, en ese momento, Lourdes era para él un delicado problema político en el que no podía incomodar a los partidos liberales, además de ir en contra de su visión renovadora en la que no había espacio para lo que él consideraba un misticismo latente en cierto sector atrasado de la población. La emperatriz le manifestó que sus motivos de esposa y madre eran mucho más importantes que cualquier problema político y supo hacerle comprender que su imperio dependía de potencias mucho más poderosas e importantes que la opinión pública; un soberano no puede prescindir del cielo. "En Francia corre un manantial bendito que produce curaciones milagrosas. El mismo poder que a través de una ingenua y bendita niña ha sabido hacer surgir en un momento el manantial, se ha mostrado complaciente contigo. ¿Crees realmente que es menos peligroso azotar la cara de Dios y de la Santísima Virgen que la de tu llamado espíritu moderno? ¡La promesa está hecha y hay que cumplirla! ¡Más por ti que por mí, tu imperio está en juego!" El emperador invitó a Eugenia a abandonar su despacho. Se sentía profundamente disgustado pero sabía que Eugenia tenía razón. Transcurridos tres días desde esa discusión, el emperador se dio por vencido, y prescindiendo de toda burocracia y evitando el encuentro con sus ministros, dictó rápidamente el siguiente telegrama dirigido al prefecto de Tarbes: "Es preciso que inmediatamente permita usted al público el acceso a la gruta situada al oeste de Lourdes. Napoléon".

Llevando en la mano una copia de dicho texto, el emperador fue al encuentro de la emperatriz y se lo mostró. Eugenia no cabía en sí de gozo y reconoció en su esposo su gran corazón y su capacidad de sobreponerse a sí mismo cuando la situación lo requería. La respuesta del emperador constituyó un verdadero reconocimiento a su esposa: "La única verdad, Madame, es que la Señora de Lourdes ha encontrado en usted una aliada en todo sentido excelente". 

Henri Laserre y René Laurentin, considerados los historiadores oficiales de Lourdes, manifestaron que la orden de reapertura de la Gruta de Lourdes se emitió tras la visita realizada al emperador por parte del Arzobispo de Auch, Sr. de Salinis y el diputado Sr. De Rességuier. Sin embargo, debemos reconocer que la presencia de Madame Bruat en la Gruta de Massabielle está perfectamente documentada, y diversos autores también han constatado la decisiva influencia de la emperatriz Eugenia en la reapertura de la Gruta de Lourdes. Este episodio tan significativo es una muestra no sólo de la firmeza propia de Eugenia de Montijo sino de su apoyo incondicional a la cosmovisión cristiana de la que siempre hizo gala. 

La emperatriz asumió en varias ocasiones la regencia del imperio. Durante uno de esos períodos, en 1856 y en contra de la opinión de varios ministros, ordenó que hubiese una representación oficial en la ceremonia de canonización de Santa Margarita María Alacoque, en Paray-le-Monial.

Su defensa del catolicismo la llevó a influir en diversos acontecimientos de la política internacional de su época y su fe en Dios le sirvió de gran consuelo en los momentos más difíciles de su vida como la caída del Imperio, su exilio y la muerte de sus seres más queridos (su esposo, su madre, su hermana y su hijo). Aquel pequeño príncipe imperial que sanó gracias al agua milagrosa de Lourdes, se convirtió con el paso de los años en un joven intachable del cual su madre se sentía muy orgullosa. Durante el exilio en Gran Bretaña, el joven príncipe, concluida su formación militar, decidió partir voluntariamente con sus compañeros de armas a Sudáfrica para combatir en la Guerra anglo-zulú, donde cayó abatido bajo las lanzas a la edad de 23 años. La emperatriz ordenó edificar la abadía benedictina de Saint Michael, en la localidad inglesa de Farnborough, donde enterró al emperador y a su hijo, y entregó a la comunidad allí establecida la Rosa de Oro, máxima condecoración pontificia concedida a soberanas católicas. Desaparecidos sus seres más queridos, todavía vivió durante cuarenta años, falleciendo el 11 de julio de 1920 a la edad de 94 años en el madrileño Palacio de Liria. Sus restos mortales fueron sepultados en la Cripta Imperial, junto a su esposo y su hijo.

Sepulcro de la emperatriz.

En estos tiempos turbulentos que vivimos, imploremos el auxilio divino para, a semejanza de la emperatriz Eugenia, mantenernos firmes en nuestros principios cristianos, sin sucumbir ante el relativismo imperante, confiando en el auxilio de la Santísima Virgen y poniendo nuestras vidas en las manos del Todopoderoso.

La emperatriz Eugenia rezando tras la muerte de su hijo (1880)

FUENTES

"Eugenia de Montijo, emperatriz de los franceses" (Fernando Díaz-Plaja)

"La canción de Bernadette" (Franz Werfel)

Boletín Nº 140 de la Hospitalidad de Lourdes

viernes, 28 de agosto de 2020

EL CRUCIFIJO DEL PERDÓN

Aunque este año no he realizado mi peregrinación anual a Lourdes, en estos días de agosto me he trasladado en espíritu a mi destino soñado tal como acostumbraba a hacer mi querida Santa Bernadette desde su convento en Nevers. 

Entre los muchos recuerdos que conservo de mis peregrinaciones a Lourdes, mi vista se detiene en un objeto piadoso que adquirí allí hace justamente un año. Se trata de un crucifijo que, inspirado en el conocido como "Crucifijo del Perdón", presenta en los brazos de la cruz sendos grabados de Lourdes, a modo de precioso souvenir
 
Foto: María Luz Gómez

Muchos se preguntarán cuál es el origen y el significado del Crucifijo del Perdón, por esta razón me dispongo a responder a esa pregunta a través de la siguiente explicación.

CRUCIFIJO DEL PERDÓN DE SAN PÍO X

Durante la Primera Guerra Mundial, el ejército norteamericano distribuyó entre sus soldados multitud de Rosarios, conocidos por ese motivo como "Rosarios de Combate", que habían sido elaborados en 1916. Muchos de los combatientes atribuyeron la salvación de sus vidas al hecho de llevar consigo dicho Rosario, que también fue portado por combatientes de la Segunda Guerra Mundial.

Foto: Google

De este Rosario de Combate americano colgaba el denominado Crucifijo del Perdón, que fue presentado en el Congreso Mariano en Roma en 1904, con la ayuda del Arzobispo de Lyon, Cardenal Coullié y que obtuvo aprobación general. El proyecto de la unión alrededor del Crucifijo del Perdón fue presentado a Su Santidad, San Pío X, por el Eminente Cardenal Vivés, presidente del Congreso.


Crucifijo del Perdón de San Pío X
Foto: María Luz Gómez

En su parte frontal, sobre la imagen de Nuestro Señor Jesucristo, aparece la inscripción "Iesus Nazarenus Rex Iudaeorum" o su fórmula abreviada "I.N.R.I.", que traducida del latín significa: Jesús Nazareno Rey de los Judíos.

Foto: María Luz Gómez

En su reverso, en el transverso de los brazos, aparece la frase: "Padre perdónalos", y en la vertical se lee la inscripción: "He aquí este corazón que tanto ha amado a los hombres". Se completa con el motivo del Sagrado Corazón de Jesús grabado en el centro. A los pies de la cruz aparecen una estrella y la letra M, inicial de María, queriendo indicar el lugar que ocupó la Santísima Virgen a los pies de Su Divino Hijo crucificado. 

Existe una versión del Crucifijo del Perdón de la que penden a ambos lados la Medalla Milagrosa y la Medalla de San Benito, aunque lo más común es encontrar la versión más simple en la cual las medallas son suprimidas. Por esta razón en los Rosarios de Combate sendas medallas aparecen añadidas de forma aislada del crucifijo.

Crucifijo del Perdón de San Pío X

Fotos: María Luz Gómez


A quien porte el Crucifijo del Perdón con devoción, siempre que esté bendecido por un sacerdote de acuerdo al Ritual Romano, el Papa San Pío X concedió valiosas indulgencias que paso a exponer a continuación:

  1. Quien porte sobre sí el Crucifijo del Perdón, ganará 300 días de indulgencia cada día.
  2. Cada vez que se bese con verdadera devoción, se ganarán 100 días de indulgencia. 
  3. Quien pronuncie ante el Crucifijo las siguientes invocaciones, ganará cada vez una indulgencia de 7 años y 7 cuarentenas: "Padre nuestro que estás en el cielo, perdona nuestras ofensas como también perdonamos a los que nos ofenden". "Ruego a la Bienaventurada Virgen María, que pida al Señor, nuestro Dios, por mí".
  4. Los habituales devotos del Crucifijo del Perdón, que cumplan las condiciones requeridas, podrán obtener indulgencia plenaria en las siguientes festividades: Viernes Santo; Festividad de las Cinco Llagas de Nuestro Señor Jesucristo (aunque esta fiesta no se celebra en toda la Iglesia, el Oficio y la Misa están considerados en el apéndice del Breviario y el Misal); Hallazgo de la Santa Cruz (3 de mayo); Festividad de la Preciosa Sangre de Nuestro Señor (1 de julio); Festividad de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de septiembre); Festividad de la Inmaculada Concepción (8 de diciembre); Festividad de los Siete Dolores de la Santísima Virgen María (15 de septiembre).
  5. Cualquier persona que, al momento de su muerte, fortificada por los Sacramentos de la Iglesia,  con corazón contrito, o en la imposibilidad de recibirlos, besando este Crucifijo y pidiendo perdón a Dios por sus pecados y los de sus semejantes, puede ganar una indulgencia plenaria. 

Las indulgencias expresadas son también aplicables a las almas del purgatorio.

En el centenario del Rosario de Combate original de 1916, el Teniente Coronel Cristoph Graf, Comandante de la Guardia Suiza Pontificia, pronunció un discurso el 6 de mayo de 2016, dirigido a los nuevos reclutas que iban a prestar su juramento para ingresar en el cuerpo militar encargado de la seguridad del Papa y de la Santa Sede. En un determinado momento de su discurso, el Coronel levantó en su mano un Rosario de Combate realizado en metal de cañón, al mismo tiempo que pronunciaba las siguientes palabras:

"A principios de este año, un generoso donante nos sorprendió con un regalo. Le envió a la Guardia Suiza el arma más poderosa que existe en el mercado: el "Rosario de Combate". Ahora ha sido asignado a todos los guardias. Es importante que encontremos el camino de la oración, especialmente el rezo del Santo Rosario. Nuestra vida, nuestras obras y nuestras acciones están en las manos de Dios. Sin embargo, esto no significa que podamos rendirnos a las armas y a los ejercicios. Dios nos usa como instrumentos para alejar el mal en algunas situaciones. Por eso, necesitamos la fe en Dios y la oración".
Teniente Coronel Cristoph Graf.
Foto: Google

   

Vídeo donde se puede escuchar al Comandante de la Guardia Suiza.

CRUCIFIJO DEL PERDÓN FRANCÉS

Junto a ese crucifijo que pendía de los Rosarios de Combate americanos, existe también un Crucifijo del Perdón francés, cuyo modelo inspira al crucifijo de Lourdes con el que inicié este escrito.

Crucifijo del Perdón francés
Foto: Google

En la parte frontal aparecen en relieve el Espíritu Santo, los Sagrados Corazones de Jesús y de María y la imagen de la Santísima Virgen a los pies de Nuestro Señor Jesucristo. En su reverso, aparecen las palabras: Cruz, perdón, confianza y misericordia.

Los franceses han querido incorporar este Crucifijo del Perdón a Rosarios inspirados en aquellos primeros Rosarios de combate americanos, creando de este modo un arma de combate espiritual que goza de las mismas indulgencias ya mencionadas.

Foto: Google

"Madre querida, gracias de todo corazón por haber protegido 
a mi esposo durante la guerra (1914-1918).
 Protegednos siempre. En Vos confiamos Reina".
Foto: María Luz Gómez

Siempre que pienso en la Primera Guerra Mundial, viene a mi memoria la placa de agradecimiento que cada año contemplo en Lourdes junto al relicario de Santa Bernadette. En ella, una mujer agradece a Nuestra Señora la protección que brindó a su esposo, gracias a la cual sobrevivió a la Gran Guerra. No sabemos si el caballero en cuestión portaba un Rosario pero lo cierto es que contó con la protección divina para sobrevivir en semejante infierno bélico.

El Crucifijo del Perdón es un sacramental que constituye un verdadero canal de gracias muy beneficiosas para la oración de reparación, intercesión y sanación. Cada vez que lo besamos con amor, reparamos el agraviado Corazón de Jesús.

Son muchos los desafíos que se avecinan y para enfrentarlos necesitaremos una inmensa fe en Dios y confianza en la protección de Nuestra Señora, así como nuestra oración incesante, en especial el rezo del Santo Rosario que constituye el mejor arma para estos tiempos. Y en los momentos de mayor angustia, contemplemos a Nuestro Señor crucificado y abandonémonos confiadamente en Sus manos.

Foto: María Luz Gómez


FUENTES:
romancatholicman.com
mariereine.com
pierinashop.com



sábado, 4 de abril de 2020

Estimado Rvdo. D. Pedro Paulo...

Hace tan solo tres días que su alma, repleta de virtudes, voló al encuentro de la patria celestial. Su partida deja un gran vacío en nuestros corazones y mis ojos se ven inundados de lágrimas al saber que ya no podré conversar con usted ni escuchar sus sabias reflexiones. Entre lágrimas y oraciones, mi mente ha recorrido multitud de recuerdos ligados a usted, todos ellos imborrables y que ocupan un lugar de honor en el álbum de mi vida.

Como creyente en Dios, siempre me he preguntado por qué lloramos desconsoladamente cuando perdemos a un ser querido, máxime si tenemos la certeza absoluta de que su alma ya forma parte del reino celestial. Es obligado pensar en Nuestro Señor llorando la muerte de su amigo Lázaro al tiempo que, hoy, mi pobre alma se siente huérfana ante su ausencia, pues este mundo terrenal se volverá más inhóspito sin su presencia.

La huella que usted ha dejado en nuestra patria, a la que llegó hace décadas para iniciar su apostolado, quedará para siempre adornada con su acento brasileiro, su sonrisa bondadosa, su delicadeza de trato y su cálida hospitalidad; todo ello como una excelsa muestra del lema luciliano "vivir es estar juntos, mirarse y quererse bien". 


Su amor a Nuestro Señor Jesucristo, a la Santísima Virgen y a la Santa Iglesia Católica han marcado su vida terrenal y han quedado patentes en su importante apostolado entre nosotros. Sus hijos espirituales tenemos en usted el mejor ejemplo de un verdadero esclavo de María repleto de entusiasmo y vitalidad.

Usted me dijo en una ocasión que "la Providencia siempre nos exige un paso más..." y es por ello que ahora, mis lágrimas de tristeza por su pérdida deben convertirse en lágrimas de alegría. Alegría y agradecimiento por haberle conocido, por haberle frecuentado durante infinidad de ocasiones, en las cuales mi pobre alma tuvo ocasión de vivir el cielo en la tierra asistiendo a las Misas celebradas por usted y escuchando sus siempre vibrantes homilías. Alegría al saber que aquellas lágrimas que Nuestra Señora derramó hace dos años en algunas de nuestra sedes se han tornado en luminosa sonrisa al recibirle a usted en el cielo, donde ya es nuestro querido intercesor.

Estimado Rvdo. D. Pedro Paulo, interceda por todos nosotros y por nuestra familia espiritual, para que el apostolado iniciado por usted se acreciente cada día más. Interceda por esta España que usted tanto ama y por las necesidades de la Santa Iglesia Católica.

Interceda por mi pobre alma para que siempre haga mío el deseo que usted me expresó en una ocasión: "No deseo otra cosa sino que la gracia me santifique y que me dé gracia para santificar a otros".

Ante la separación, es inevitable sentir saudade, por este motivo y en espera de nuestro reencuentro, trataré de aliviar mis saudades, reuniéndome con usted en el punto de encuentro que usted mismo me señaló: el Inmaculado Corazón de María.

Hoy, en este soleado primer sábado de mes, tras rezar el Santo Rosario, elevo mi mirada al cielo y con una sonrisa exclamo ¡hasta pronto, mi estimado Reverendo!

María Luz Gómez