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miércoles, 25 de septiembre de 2019

Fra Angélico: un pintor celestial

Cuando la modista francesa Jeanne Lanvin (1867-1946) viajó a Florencia, pudo contemplar los maravillosos frescos pintados por Fra Angelico. Quedó tan impactada por su intenso color azul Quattrocento, que lo escogió como uno de sus colores favoritos, utilizándolo no sólo para decorar su habitación sino también para plasmarlo en sus creaciones, convirtiéndolo en uno de los colores emblemáticos de su casa de modas.

Ese azul tan vibrante, que es mi color favorito, destaca junto a los luminosos dorados y otros tonos intensos en la exposición del Museo del Prado, titulada "Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia". Si bien la mayoría de obras del pintor protagonista se encuentran en Florencia, esta exposición constituye un buen aperitivo de la totalidad de su obra, que gira en torno a "La Anunciación", obra emblemática del pintor que ha sido recientemente restaurada y que hemos podido contemplar en todo su esplendor.

La Anunciación

Esta exposición se centra en una época muy concreta, la del primer Renacimiento florentino (1420-1430), y en ella se recogen obras no sólo del mencionado maestro sino también de muchos de sus contemporáneos como son Gentile da Fabriano, Masolino, Donatello, Uccello, Ghiberti, Filippo Lippi, Lorenzo Monaco, etc. en un intento de reunir una serie de obras que transmiten la intensa actividad artística de dicho período.

Guido di Pietro, conocido mundialmente como Fra Angelico, nació al norte de Florencia hacia el año 1400. Su formación como pintor comenzó cuando dicha ciudad se encontraba en estado de ebullición en cuanto a encargos artísticos se refiere. Habiendo sido aprendiz en el taller del monje benedictino Lorenzo Monaco, pintor que se caracterizaba por su estilo gótico refinado, el joven Guido ingresó en el Convento de Santo Domenico de  Fiesole, tomando el nombre de Fra Giovanni y donde contó con el apoyo necesario para desarrollar su talento. Y así fue como, rezando e invocando a Dios Todopoderoso, sus pinceles comenzaban a deslizarse y plasmaban un entorno celestial lleno de integridad, de armonía y de colores bien definidos que transmiten a quien contempla su arte la sensación de estar en el paraíso. 

Se había formado en lo medieval pero asimiló también el estilo del primer Renacimiento, incorporando a sus obras las novedades de la época. Su maestría en el uso de la perspectiva, en la composición de las figuras y en la intensidad de sus colores, convirtieron a Fra Angelico en uno de los artistas más importantes y célebres de su época. Si bien estas características técnicas son muy señaladas en su obra, su espiritualidad y devoción fueron decisivas en la composición de sus pinturas, pues mientras sus pinceles se deslizaban, la oración brotaba de su corazón y las lágrimas inundaban sus ojos al pintar a Nuestro Señor Jesucristo crucificado. Es por ello que, a diferencia de los artistas renacentistas, tan afanados en rendir culto a la anatomía humana, Fra Angelico también se ocupa del hombre pero desde su faceta interior, como reflejo de Dios. Todas las figuras por él plasmadas se caracterizan por la elegancia y la dignidad, y sus rostros traslucen la paz interior de sus almas. 

Gran conocedor de la obra de Santo Tomás de Aquino, conocido como el doctor Angélico, mereció tras su muerte el mismo calificativo a modo de nombre y con el mismo es conocido mundialmente: Fra Angelico. No podría ser de otro modo para quien plasmó cientos de maravillosos ángeles y a través de la perfección y luminosidad de sus obras nos infunde deseos de alcanzar el cielo.

Realizó su paso a la eternidad en 1455. Cuentan que en ese instante los ángeles de sus frescos derramaron lágrimas y que una serena sonrisa adornó el rostro del excelso artista, tal vez porque tras plasmar escenas celestiales en sus frescos pudo, por fin, contemplar el verdadero cielo ante sus ojos. Así partió este magnífico artista cuya gloria más grande fue pintar para Cristo Nuestro Señor.

RETABLO DE LA ANUNCIACIÓN (1425-26)


Este retablo fue pintado para San Domenico de Fiesole como una interpretación del dogma de la Encarnación en la que Adán y Eva adquieren cierto protagonismo.

En la parte superior izquierda los rayos de luz dorada emanan de Dios Padre, llevando la paloma del Espíritu Santo hasta llegar a la Virgen María, como manifestación visible de la Encarnación. Junto a esa fuente de luz divina, contemplamos al fondo de la estancia la luz solar que penetra a través de una ventana creando un contraste entre la luz divina y la luz natural. De la misma forma se establece una comparación entre criaturas celestiales y terrenales, pues justo encima de la sagrada paloma aparece una golondrina, símbolo de resurrección, posada en lo alto de la columna. De manera análoga, mientras que la estancia se amuebla con sencillos muebles de madera, la Virgen María aparece sentada sobre un paño dorado. El rostro de Nuestra Señora muestra una perfección y delicadeza inigualables, y el Arcángel San Gabriel resplandece en su luminoso ropaje.

Adán y Eva atraviesan el jardín bajo la mirada de un ángel, expulsados por su pecado, al tiempo que están en presencia de su posible salvación. Conocedora de ello, Eva dirige su mirada a María, la nueva Eva que a través de la Encarnación redimirá a la raza humana del pecado original.

En la predela pueden contemplarse las principales escenas de la vida de Nuestra Señora: 

El Nacimiento y los Desposorios de la Virgen

La Visitación

La Natividad

La Presentación de Jesús en el templo.

La Dormición de la Virgen

El retablo de la Anunciación se encuentra en el Museo del Prado gracias a que fue recibido como obsequio diplomático por el Duque de Lerma, valido del rey Felipe III de España y el hombre más poderoso de nuestra nación en aquel tiempo. En principio, la obra estaría destinada a la capilla que Lerma tenía en Valladolid, pero parece ser que nunca llegó a ese destino. Es posible que Lerma la donara al Convento de las Descalzas Reales, pues allí profesaba una sobrina suya. Salió del mencionado Monasterio y fue donado al Museo del Prado, donde hoy puede ser contemplado por todos los visitantes.

LA VIRGEN DE LA GRANADA (1424-25)


Todavía recuerdo la primera vez que contemplé esta obra, por aquel entonces, propiedad de la Casa de Alba. Me impresionó la calidad de la pintura, la intensidad del colorido y su perfecto estado de conservación. El cuadro fue adquirido en 1817 por Carlos Miguel Fitz-James Stuart y Silva, XIV Duque de Alba, quien fue uno de los mayores coleccionistas de arte de la España de su época. A partir de ese momento, el cuadro decoró el Salón Italiano del Palacio de Liria hasta el año 2016, en que fue adquirido por el Museo del Prado. 

El intenso azul Quattrocento es inigualable y cobra especial protagonismo en esta pintura en la que contemplamos entronizados a la Santísima Virgen con el Niño Jesús. Tras ambos, dos ángeles sostienen un paño de honor tejido con hilos de oro, como muestra de los lujosos tejidos que fueron base importante de la economía de Florencia y de otras ciudades italianas. Fra Angelico manifestó siempre un gran interés en la representación de esos textiles florentinos, tanto en sus motivos como en la textura de los materiales, demostrando su perfecto conocimiento de ese sector industrial. La fabricación de terciopelos con hilos de oro se vio enriquecida a partir de 1420 con la llegada de los battilori, expertos en el manejo de hilos metálicos. Un ejemplo de esta técnica es precisamente el paño de honor representado en la obra que nos ocupa, así como diversos textiles mostrados en la exposición y que los visitantes pudimos contemplar.

Es obligado dirigir nuestra mirada a la Virgen para, acto seguido, centrarnos en el Niño Jesús y su manita recogiendo granos de la granada. Esta fruta posee múltiples significados. Por un lado, la granada decoraba las vestiduras del sumo sacerdote Aarón y de sus hijos; por otro lado, es considerada símbolo de la armonía y concretamente, símbolo de la unidad de la Iglesia. Este último aspecto cobra especial importancia en la época debido, por un lado, a la elección  en 1417 del Papa Martín V, poniendo fin al Cisma de Occidente que había dividido a la Cristiandad europea. Por otro lado, se habían condenado las herejías de Inglaterra y Bohemia en el concilio de Pavía-Siena (1423-24) y se había planteado la esperanza de la reunificación de las iglesias de Oriente y Occidente. Dicho concilio había sido presidido por Leonardo Dati, maestro general de los dominicos, la orden de Fra Angelico. La granada es también símbolo mariano y anuncio de la futura Pasión de Nuestro Señor, sacrificio que el Niño Jesús acepta al depositar su mano sobre las semillas de color rojo.

LA VIRGEN DE LA HUMILDAD CON CINCO ÁNGELES (1425)


Esta representación es, sin duda, realmente cautivadora por su composición y por la expresión de los rostros de la Santísima Virgen y del Niño Jesús. La Virgen aparece sentada sobre un almohadón, en compañía de ángeles que tocan instrumentos musicales. En una de sus manos sujeta un jarrón con rosas encarnadas, blancas y azucenas, símbolos de pureza. Al igual que en la anterior obra mencionada, los ángeles sostienen un rico paño de honor florentino.

Llama la atención que el Niño Jesús sostenga también una azucena, lo cual se ha interpretado como un posible encargo de un eclesiástico de la catedral de Florencia, Santa María del Fiore. Sin embargo, los círculos dorados que decoran las rojas alas de los ángeles, así como la roja cruz del halo del Niño, podrían apuntar a un encargo del gremio de banqueros, cuyo escudo consistía en un campo rojo con bolas doradas. 

En 1816, este cuadro fue el obsequio de boda del futuro rey Jorge IV de Inglaterra a su hija la princesa Carlota de Gales. A la muerte de ésta, el cuadro permaneció en manos de la familia de su viudo, el futuro rey Leopoldo I de Bélgica. En la actualidad, forma parte de la colección Thyssen-Bornemisza.

LA CORONACIÓN DE LA VIRGEN Y
LA ADORACIÓN DEL NIÑO CON SEIS ÁNGELES (1429-31)

Nuestra Señora, arrodillada en oración, es coronada por Nuestro Señor Jesucristo ante los ángeles que les rodean, y teniendo como espectadores a diversos santos y profetas, entre ellos figuran:

-En la fila superior, San Juan Bautista, San Pedro, dos profetas no identificados, el rey David (coronado y con un arpa), San Pablo y San Juan evangelista. 
-En la fila intermedia aparecen un santo joven, Pedro Mártir, Santo Domingo, San Francisco de Asís, San Esteban y un diácono santo y mártir. 
-En la fila inferior apreciamos a San Antonio Abad, San Jerónimo, Santo Tomás de Aquino, San Agustín (o Nicolás de Bari), Santa María Magdalena y Santa Cecilia. Entre este último grupo contemplamos a Santo Tomás de Aquino que gira su cabeza hacia el espectador, señalando la escena, así como vemos a San Pedro en la fila superior con su cabeza vuelta. Al respecto, conviene recordar la lección dada por Santo Tomás según la cual, la sabiduría divina desciende de lo alto y se transmite a través de los doctores. Ello explicaría la presencia de los dos santos que están junto a él, así como de los tres profetas judíos situados en el centro de la primera fila. 

En la predela se representa la Adoración del Niño Jesús con seis ángeles vestidos de azul, color que se asociaba con los dominicos y también con la orden angélica de los querubines, con la que eran comparados. Santo Tomás de Aquino consideraba que era el color de la plenitud de la ciencia.

RETABLO MAYOR DE SAN DOMENICO DE FIÉSOLE (1419-1422)


La tabla principal representa a la Virgen María con el Niño entronizados, con ocho ángeles y los santos Tomás de Aquino, Bernabé, Domingo y Pedro Mártir.

Contemplar todo el conjunto del retablo es un verdadero privilegio, especialmente si pensamos en que fue el primer retablo obra de Fra Angelico, razón por la cual, asombra el grado de perfección alcanzado en esta obra. No se conservan documentos sobre este conjunto pero su historia está vinculada a la refundación del convento de San Domenico y a la decisión del artista de tomar los hábitos en esa comunidad. 

Sin entrar en un detalle pormenorizado de todo el conjunto, destaco una serie de figuras que completan el retablo:

Entre otras figuras, en una las pilastras podemos contemplar a San Nicolás de Bari y el Arcángel San Miguel, quien aparece ricamente ataviado y pisando al demonio sin mostrarle atención.

En la predela pueden contemplarse diversas representaciones, todas ellas magníficas en su ejecución y colorido:

Cristo glorificado
Cristo resucitado en una maravillosa gloria de ángeles músicos y cantores, con una esfera azul en la base que simboliza el cielo. En la parte derecha, los ángeles de la fila superior visten del azul de los dominicos. El primero de ellos porta una guirnalda de hojas, como si fuese a coronar  a Jesucristo, cuya victoria sobre la muerte está simbolizada por sus heridas, pintadas en oro, en lugar del rojo habitual.

La Virgen María con apóstoles, doctores de la Iglesia y santos monjes.
La Virgen en oración se sitúa en el centro de la fila superior. Muchos de los santos son monjes y frailes especialmente queridos por la comunidad de San Domenico. Junto a Santo Domingo, santo Tomás de Aquino y San Francisco de Asís, vemos monjes benedictinos con hábitos de otras órdenes florentinas, como los vallombrosanos (de marrón) y los camaldulenses (de blanco).

Los precursores de Cristo con mártires y vírgenes.
La fila superior está encabezada por Adán con otros personajes del Antiguo Testamento, en cuyo centro está San Juan Bautista. La fila intermedia está formada por mártires varones, uno de ellos dominico, Pedro de Verona, en posición central. La fila inferior agrupa a santas mártires.


En las bases de las pilastras se sitúan dos tablas de beatos dominicos, que constituyen una celebración de su eterna comunidad. Casi todas las figuras se identifican gracias a una inscripción colocada en sus hábitos.

LA CRUCIFIXIÓN (1418-20)

Contemplar a Nuestro Señor crucificado siempre capta nuestra atención, pero a medida que me acercaba a esta obra, me sentía inundada por el fondo de tonalidad dorada que hace que Su figura en la cruz nos atraiga con una mayor intensidad, al igual que los ángeles dolientes que resaltan en torno a Él y cuyas vestimentas azules aparecen un tanto oscurecidas. Nuestro Señor aparece rodeado de soldados romanos a caballo. De Su costado mana la sangre, tras ser traspasado por la lanza de Longinos (primero por la izquierda) y cuyo gesto parece indicar que acaba de reconocer la divinidad de Cristo. Justo al lado del pie de la cruz vemos al hombre que sostiene la esponja empapada en vinagre con la que calmó la sed de Cristo.

Si hay otra figura que capta nuestra atención es la de Nuestra Señora, desvanecida por el dolor y atendida por dos mujeres, mientras María Magdalena, ataviada con manto rojo, se acerca a Ella. La escena es contemplada por San Juan, quien muestra su rostro inundado de tristeza y sus manos entrelazadas.

Sirva este selección de algunas de las obras expuestas como un recuerdo de esta exposición tan deseada desde hace mucho tiempo por quienes admiramos el arte celestial de Fra Angelico y sirva también para acrecentar en nuestro espíritu el deseo de perfección que nos conduzca a la santidad.

"¡Mi gloria más grande fue pintar para ti, oh Cristo!"
(Epitafio de Fra Angelico)

domingo, 27 de enero de 2019

La Fuente de la Gracia

En mi reciente visita al Museo Nacional del Prado, además de visitar la exposición dedicada al artista Bartolomé Bermejo, tuve ocasión de contemplar con detenimiento una de las obras más importantes de la colección de pintura flamenca que se conserva en nuestra pinacoteca. Se trata del célebre cuadro titulado "La Fuente de la Gracia y el triunfo de la Iglesia sobre la Sinagoga".

La Fuente de la Gracia (1430-1440)

La obra fue pintada en los Países Bajos en el taller de Jan van Eyck, aunque el maestro no trabajara directamente en ella. Fue donada por el rey Enrique IV de Castilla al Monasterio de Santa María del Parral en Segovia antes de 1454, aunque se ignora cómo la adquirió el monarca. En el siglo XIX, durante el proceso desamortizador de los bienes eclesiásticos, el cuadro fue tomado del mencionado monasterio, pasando a la Academia de Bellas Artes, después al Museo Nacional conocido como Museo de la Trinidad, el cual se fusionó con el Museo del Prado en 1872. 

 Enrique IV de Castilla

El reciente proceso de restauración de la obra ha facilitado un estudio exhaustivo de la misma, razón por la cual, el Museo Nacional del Prado la ha expuesto temporalmente en una sala independiente que proporciona a los visitantes la posibilidad de adentrarse en multitud de detalles que podrían pasar desapercibidos.

La pintura en cuestión expone uno de los principales dogmas del Cristianismo: el goce de la Gracia Divina, entendida como el goce de la presencia de Dios más allá de la vida terrena. Una gloria que el cristiano alcanzará mediante la Comunión Eucarística. La Eucaristía es, por tanto, la gran protagonista de esta pintura, que mana de la fuente divina, la cual surge bajo el Trono de Dios Padre, y se dirige hacia la Humanidad a través de un frondoso prado. En la parte inferior contemplamos a la Humanidad, dividida en dos grandes grupos: la cristiandad y los judíos. 

Ese principio de la Eucaristía como salvadora se plantea a través de tres niveles visuales que son recorridos por la Fuente de la Gracia y que quedan ligados por una arquitectura que enmarca el conjunto. Bajo el tema principal subyace la alusión a la difícil convivencia entre cristianos y judíos.

Nivel superior 




En el centro, contemplamos a Dios Padre sentado en el trono, y a ambos lados la Virgen María y San Juan Evangelista. Dios Padre bendice con su mano derecha mientras sostiene el cetro en la izquierda. Se trata de una imagen que nos recuerda a Cristo Rey. Porta corona alusiva a su reinado eterno. En los laterales de su trono se aprecian las esculturas alusivas a los cuatro evangelistas. Ante Dios Padre aparece el Cordero del sacrificio, bajo el que mana la corriente Eucarística.


El trono se sitúa al pie de una pieza arquitectónica acabada en una aguja gótica adornada con dieciocho estatuas que hacen referencia a los profetas. Toda la estructura arquitectónica es, en sí misma, una traslación visual de las custodias góticas que albergan al Santísimo Sacramento. Se trata de una verdadera metáfora visual que se repite en la parte inferior de la obra.


A los lados de Dios Padre, contemplamos a la Santísima Virgen María leyendo con atención las Sagradas Escrituras y a San Juan escribiendo el Evangelio. El suelo que aparece bajo sus pies está decorado con baldosines, en uno de los cuales, la reciente restauración de la obra ha descubierto una decoración epigráfica en la que se representan las iniciales hebreas de la frase: Tú eres poderoso y eterno, oh Señor. 

Nivel intermedio 



La corriente Eucarística atraviesa un prado poblado por multitud de especies vegetales, habiéndose identificado hasta 20 especies distintas representadas de forma exquisita. Justo al paso de la corriente eucarística, las plantas se inclinan como si estuvieran sedientas de la gracia que mana de esa corriente. Se trata de una metáfora que integra el mensaje que se quiere ofrecer a través de esta obra pictórica. A ambos lados, contemplamos grupos de ángeles. Los ángeles músicos de la izquierda tocan la viola, el órgano portátil y la trompa marina, mientras que los de la derecha tocan el salterio, el arpa y el laúd. Junto a ellos se encuentran los ángeles cantores situados en sendas torres ubicadas en los extremos. Los de la izquierda cantan mientras que los de la derecha, además de cantar, sostienen una filacteria que incluye una inscripción alusiva a un versículo del Cantar de los Cantares: "Fuente de los huertos, pozo de aguas vivas". Este versículo alude a la corriente que fluye junto a los ángeles y que clarifica el mensaje de la obra. Las piezas arquitectónicas góticas hacen referencia a la Jerusalén celestial, y a través de sus ventanas se contempla el frondoso jardín que alude al Paraíso. Los ángeles situados bajo las arcadas miran hacia la parte inferior donde se sitúa la Humanidad, dirigiéndole este mensaje: Esta es la fuente de la Vida, esta es la fuente de la gracia.
Nivel inferior



La zona inferior está situada fuera de la Jerusalén celestial y agrupa a la Humanidad como receptora de la corriente Eucarística. En el centro se sitúa el pozo de aguas vivas. Al pozo cae el agua repleta de la Eucaristía a través de una custodia gótica ricamente decorada con diversos elementos simbólicos. Bajo un ángel se sitúan un pelícano picándose el pecho para alimentar a sus crías y un ave Fénix que resurge de sus cenizas; ambos son alusiones simbólicas al sacrificio Eucarístico y a la Resurrección.

A ambos lados del pozo se sitúan la Humanidad. A la izquierda del espectador se dispone la Cristiandad, incluyendo al Romano Pontífice, un emperador, un Cardenal, un obispo, un rey, un abad y personajes diversos con ropas civiles, arrodillados o en oración y con elementos distintivos de su cargo. La mano del Papa señala las Eucaristías que manan de la fuente de la gracia, indicando cuál es el camino de la salvación.

Los expertos adivinan en las facciones del Romano Pontífice, al Papa Martín V, mientras que el emperador parece reflejar las de Segismundo de Luxemburgo. En cuanto a la figura del Obispo, parece representa a Alonso de Cartagena, Obispo de Burgos, muy vinculado a la Corte de Juan II. El Obispo era hijo de judeoconversos, personaje de gran poder en la Castilla de la época y asesor de Enrique IV cuando éste era príncipe. Los textos teológicos de su autoría se vinculan directamente al mensaje que ilustra esta obra pictórica hasta el punto que se puede afirmar que la obra comparte el método teológico propio del Obispo. La tesis que afirma que se trata de Alonso de Cartagena se refuerza por el hecho de que la pieza arquitectónica superior en la pintura presenta el mismo diseño con el que se concluyeron las torres de la Catedral de Burgos por orden del Obispo.

A la derecha del espectador, se disponen los judíos, que por sus gestos demuestran no aceptar ni entender la importancia de la gracia. Dan la espalda, se tapan los oídos, se rasgan las vestiduras; en resumen, constituyen un grupo sumido en la confusión y esto se refleja también en el texto hebreo que aparece en una filacteria, el cual es ilegible, no dice nada.

Todo indica que se trata de una obra realizada en el taller de Jan van Eyck pero concebida en Castilla reflejando la difícil convivencia entre cristianos y judíos, pero dentro de un ambiente conciliador con la cuestión judía, del que formó parte el Obispo Alonso de Cartagena, como hijo de judeoconversos.

Todos estos detalles objeto de estudio junto a la magnífica restauración a la que ha sido sometida la pintura han incrementado la luminosidad de esta obra en todos los aspectos que encierra. Resulta enriquecedor situarse ante una obra maestra y desgranar todos los detalles que contiene, para lo cual no queda más que agradecer a todos los que trabajan para su conservación y estudio, dándonos la oportunidad de disfrutarla y conocerla en profundidad.



jueves, 24 de enero de 2019

Bartolomé Bermejo

En el doscientos aniversario de su fundación, el Museo Nacional del Prado ha acogido una exposición dedicada al artista Bartolomé Bermejo, cita obligada para quienes somos amantes del arte gótico y de la originalidad que caracteriza al artista.

Para la ocasión, la mayoría de sus obras conservadas, procedentes de España, Europa y Estados Unidos, han sido reunidas para componer una magnífica exposición, en la cual los visitantes nos hemos deleitado con la intensidad de su colorido y la temática religiosa, protagonista en todas las obras expuestas. 

Bartolomé de Cárdenas, alias el Bermejo (1440-1501) es, sin duda, uno de los pintores más fascinantes del siglo XV. Nació en Córdoba y su condición de judeoconverso le condujo a una vida itinerante, residiendo en Valencia, Daroca, Zaragoza y, finalmente, Barcelona. Su trabajo se desarrolló, por tanto, mayoritariamente en la Corona de Aragón. Debido al sistema gremial que impedía trabajar a artistas foráneos, tuvo que asociarse con maestros locales mucho menos cualificados que él, lo cual dio lugar a muchos conflictos en su vida profesional como el incumplimiento de contratos e incluso el abandono de ciertos encargos. Uno de estos contratiempos le hizo recibir una sentencia de excomunión.

Artista con un perfecto dominio de la técnica del óleo, su principal influencia fue la pintura flamenca, en especial la de artistas de la talla de Jan van Eyck y Rogier van der Weyden, cuyo estilo reinaba por entonces en toda Europa. Esta la razón por la cual algunos han barajado la posibilidad de que Bermejo se hubiese formado en Flandes, sin embargo lo más probable es que su aprendizaje tuviese lugar en la cosmopolita Valencia del siglo XV. Fue precisamente en Valencia donde dejó una de sus obras más emblemáticas, su "San Miguel triunfante sobre el demonio". Posteriormente, se trasladó a Daroca, donde se ocupó del retablo de la parroquia de Santo Domingo de Silos, y de allí a Zaragoza, donde dejó patente su arte en la Seo del Salvador y en la primitiva Basílica del Pilar. Su última residencia se ubica en Barcelona donde, entre otros trabajos, realizó el famoso retablo de la Piedad Desplà. 

Tras su fallecimiento, casi se podría decir que su nombre y su obra cayeron en el olvido. No sería hasta finales del siglo XIX cuando volvió a despertar el interés  de destacados coleccionistas internacionales. Ya en el siglo XXI el Museo Nacional del Prado le ha tributado un merecido homenaje con objeto de que sea conocido por el gran público.

Bermejo es el artista más representativo de la escuela aragonesa, con clara influencia flamenca que se deja ver en el manejo de la perspectiva, la minuciosidad en los detalles, su perfecta técnica del óleo, así como el naturalismo en los rostros de los personajes y en los paisajes. Su estilo y cualificación fue apreciado por sus selectos comitentes que iban desde eclesiásticos hasta miembros de la Nobleza, así como distinguidos mercaderes.

Es tiempo ya de recrearnos en algunas de sus obras más emblemáticas de entre todas las expuestas.

"San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan" 
Cuadro fechado en 1468, es su primera obra documentada. Fue realizada en Valencia para la parroquia de Tous, por encargo de Antoni Joan, personaje que aparece arrodillado junto al Arcángel.  Es, sin duda, una de las obras más paradigmáticas del artista, en la que destaca el intenso cromatismo de la capa carmesí y el tono verde del peto.

En un magistral uso del color y de los reflejos luminosos, nuestra atención se dirige al intenso reflejo dorado de la armadura así como a los ricos adornos de piedras preciosas y perlas en los escarpes y en los brazos del Arcángel, dando gran importancia a la orfebrería.

Llama también nuestra atención el fulgor en los ojos del demonio, que aparece representado de una forma imaginativa y fantástica, casi se podría denominar surrealista.

Arrodillado, aparece el comitente de la obra, Antoni Joan de Tous, noble mercader y ocasional pirata valenciano. Debido al carácter delictivo de algunas de sus actividades, necesitaba imperiosamente el auxilio del Arcángel San Miguel para la salvación eterna de su alma. Por esta razón aparece arrodillado, implorando por esa intención al príncipe de la milicia celestial, quien más allá de su función salvadora, presenta una imagen que se conecta claramente con los ideales caballerescos medievales.

"Santo Domingo de Silos entronizado como Obispo"




En 1474, el artista recibió el encargo de realizar el retablo para la parroquia de Santo Domingo de Silos en Daroca. Concluida la tabla central que representa al santo, el artista abandonó el proyecto, recibiendo sentencia de excomunión, la cual traía consigo penas espirituales y restricciones laborales. No se conoce con exactitud la causa del abandono del proyecto, pero sin duda, la gran tabla central es una de las obras icónicas de Bermejo.

Constituye la obra más monumental de todas las de su autoría y un magistral juego de realidad pintada y realidad arquitectónica gracias a la gran crestería superior. El santo aparece sentado en un trono, en rígida majestuosidad y vistiendo una rica capa pluvial con multitud de bordados. A través de la tracería gótica pueden contemplarse a modo de esculturas policromadas, la representación de la siete virtudes (las tres virtudes teologales y las cuatro virtudes cardinales) que se albergan en fornículas. 

 
"Fermando I de Castilla acogiendo a Santo Domingo de Silos"
Junto a la obra anterior, perteneció al retablo de Santo Domingo de Silos en Daroca. Representa al rey Fernando I de Castilla y su Corte, recibiendo al Santo a las puertas de Burgos, tras huir del Monasterio riojano de San Millán de Suso debido a su enfrentamiento con el rey Don García de Nájera. El rey de Castilla le nombró Abad del Monasterio de Silos.

 "Santo Obispo. (¿Benito de Nursia?)"

Respecto a esta obra, los expertos no muestran acuerdo. Para unos se trata de San Agustín y para otros de San Benito de Nursia. Este cuadro constituye un ejemplo de virtuosismo técnico, especialmente al representar la gran dalmática, así como la mitra y la lámpara de cristal que cuelga del techo. En segunto plano se pueden apreciar las figuras de dos monjes: uno sopla la lumbre en la cocina y otro aparece en actitud de meditación. Uno y otro aluden claramente a la vida activa y la vida contemplativa. 


"Muerte y Asunción de la Virgen"

El artista supo plasmar el dolor que produjo en los Apóstoles el tránsito de Nuestra Señora. Cuerpos pesados, miradas ausentes, desfallecimiento...Todo sirve para plasmar el estado de ánimo de los once testigos. San Pedro, revestido de pontifical, moja el hisopo en agua bendita y parece encontrar un punto de apoyo en el lecho de la Santísima Virgen.

Junto a esta escena de dolor, aparece representada en la parte superior del cuadro la Asunción de Nuestra Señora: la Santísima Virgen, vestida de Sol, con la luna a sus pies y coronada de estrellas, es portada por cuatro ángeles que ascienden su cuerpo al seno de Dios. Entre los apóstoles, sólo San Juan, con una cruz en sus manos, y otro apóstol que se sitúa al otro lado del lecho, perciben la Asunción de Nuestra Señora. Justo detrás de San Pedro, aparece un apóstol con un cirio encendido en sus manos, recordando la inmortalidad del alma.

La habitación aparece representada de un modo exquisito y con elementos que indican un ambiente selecto, entre ellos la magnífica colcha sobra la que descansa el cuerpo de la Virgen María. La estancia se ilumina con la luz que penetra por una ventana y por la puerta abierta, y a través de la cual contemplamos una escena en la que un ángel entrega a Santo Tomás el cíngulo de la Virgen.

 "Retablo de Santa Engracia"


Contemplamos aquí dos pinturas de las seis que componen el retablo de Santa Engracia de San Pedro de Daroca, concretamente "Santa Engracia conducida a prisión" y "La flagelación de Santa Engracia". Una vez más, el artista hace un despliegue de riqueza cromática así como del dominio de la perspectiva. 

Santa Engracia fue una noble hispana que sufrió martirio en el siglo IV por orden del procónsul romano Daciano, que aparece sentado, contemplando la flagelación y sosteniendo en su mano el clavo que luego hundirían en la frente de la santa. 

La maestría del  artista se refleja no sólo en la riqueza cromática sino también en la riqueza de los ropajes, en la sangre que mana de la frente de la santa y en la abundancia de elementos decorativos del interior. La perspectiva se logra con el ajedrezado del suelo, la ventana situada al fondo, la disposición de los personajes y la luz que se proyecta sobre la espalda de la santa. 

El espectador puede percatarse de un claro anacronismo: Daciano aparece ataviado a la manera morisca. Se trata de un recurso utilizado para moralizar a los cristianos en contra del enemigo musulmán.

"Virgen de la Misericordia"

La autoría de esta obra es compartida por Bermejo y el artista Martín Bernat. Alude a una representación  repetida por otros pintores, Nuestra Señora como Madre de Misericordia, bajo cuyo manto, sostenido por ángeles, se disponen grupos de personajes, representando diversos estratos sociales. Todos estos, sin importar su condición, son cobijados por el manto protector de Nuestra Madre. Quienes hemos tenido ocasión de visitar esta exposición y de contemplar cada uno de los cuadros y  esta obra en particular, admiramos sobremanera la destreza del artista al representar en relieve las vestimentas de los clérigos, la orfebrería y los bordes del manto de Nuestra Señora.

"Tríptico de la Virgen de Montserrat"

Esta obra fue realizada por Bermejo junto a otros dos artistas, Rodrigo y Francisco de Osona. Obedecía a un encargo realizado por un mercader italiano (Francesco della Chiesa) para decorar la capilla de la catedral italiana de Acqui Terme. En el panel central, el comitente aparece arrodillado junto a la Santísima Virgen, completando la decoración una vista que alude al Monasterio de Montserrat y una marina surcada por barcos en un atardecer. Los paneles laterales fueron pintados por Rodrigo de Osona y en ellos aparecen representadas las escenas del nacimiento de la Virgen y la Presentación del Niño Jesús en el Templo. En la parte inferior destacan San Francisco de Asís recibiendo los estigmas y San Sebastián.

"La Piedad Desplà"

Se trata de la última obra conocida de Bartolomé Bermejo. Fue encargada por el canónigo y arcediano barcelonés Luis Desplà, que aparece a la derecha de la composición. Es una de las obras maestras de Bermejo y destaca por su paisaje altamente simbólico, que invita a meditar sobre la sacrificio de Nuestro Señor y su papel redentor. Destaca el dolor desgarrado de Nuestra Señora, cuya figura junto a la de su Divino Hijo que yace sobre su regazo forman una cruz. Acompañan la escena, el arcediano Desplà a la derecha con gesto contenido y San Jerónimo a la izquierda, evocando el carácter humanista del arcediano. El paisaje evoca un Edén guardado por el león, en el que aparece una calavera como símbolo de la muerte y una mariposa que alude a la resurrección. 

Fue ésta la obra cumbre de Bartolomé Bermejo, que tras finalizarla se dedicó a realizar diseños preparatorios para diversas vidrieras en Barcelona. Continúa siendo una incógnita el motivo de su desaparición del panorama artístico, siendo considerado el mejor artista de su generación y el mejor pintor español del siglo XV. Aun así, disponemos de sus pinturas para, siglos después, seguir admirando su maestría técnica y vibrando con su magistral colorido, al tiempo que somos invitados a meditar, acompañando a los santos, a Nuestra Señora y a Nuestro Amado Salvador.