miércoles, 25 de septiembre de 2019

Fra Angélico: un pintor celestial

Cuando la modista francesa Jeanne Lanvin (1867-1946) viajó a Florencia, pudo contemplar los maravillosos frescos pintados por Fra Angelico. Quedó tan impactada por su intenso color azul Quattrocento, que lo escogió como uno de sus colores favoritos, utilizándolo no sólo para decorar su habitación sino también para plasmarlo en sus creaciones, convirtiéndolo en uno de los colores emblemáticos de su casa de modas.

Ese azul tan vibrante, que es mi color favorito, destaca junto a los luminosos dorados y otros tonos intensos en la exposición del Museo del Prado, titulada "Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia". Si bien la mayoría de obras del pintor protagonista se encuentran en Florencia, esta exposición constituye un buen aperitivo de la totalidad de su obra, que gira en torno a "La Anunciación", obra emblemática del pintor que ha sido recientemente restaurada y que hemos podido contemplar en todo su esplendor.

La Anunciación

Esta exposición se centra en una época muy concreta, la del primer Renacimiento florentino (1420-1430), y en ella se recogen obras no sólo del mencionado maestro sino también de muchos de sus contemporáneos como son Gentile da Fabriano, Masolino, Donatello, Uccello, Ghiberti, Filippo Lippi, Lorenzo Monaco, etc. en un intento de reunir una serie de obras que transmiten la intensa actividad artística de dicho período.

Guido di Pietro, conocido mundialmente como Fra Angelico, nació al norte de Florencia hacia el año 1400. Su formación como pintor comenzó cuando dicha ciudad se encontraba en estado de ebullición en cuanto a encargos artísticos se refiere. Habiendo sido aprendiz en el taller del monje benedictino Lorenzo Monaco, pintor que se caracterizaba por su estilo gótico refinado, el joven Guido ingresó en el Convento de Santo Domenico de  Fiesole, tomando el nombre de Fra Giovanni y donde contó con el apoyo necesario para desarrollar su talento. Y así fue como, rezando e invocando a Dios Todopoderoso, sus pinceles comenzaban a deslizarse y plasmaban un entorno celestial lleno de integridad, de armonía y de colores bien definidos que transmiten a quien contempla su arte la sensación de estar en el paraíso. 

Se había formado en lo medieval pero asimiló también el estilo del primer Renacimiento, incorporando a sus obras las novedades de la época. Su maestría en el uso de la perspectiva, en la composición de las figuras y en la intensidad de sus colores, convirtieron a Fra Angelico en uno de los artistas más importantes y célebres de su época. Si bien estas características técnicas son muy señaladas en su obra, su espiritualidad y devoción fueron decisivas en la composición de sus pinturas, pues mientras sus pinceles se deslizaban, la oración brotaba de su corazón y las lágrimas inundaban sus ojos al pintar a Nuestro Señor Jesucristo crucificado. Es por ello que, a diferencia de los artistas renacentistas, tan afanados en rendir culto a la anatomía humana, Fra Angelico también se ocupa del hombre pero desde su faceta interior, como reflejo de Dios. Todas las figuras por él plasmadas se caracterizan por la elegancia y la dignidad, y sus rostros traslucen la paz interior de sus almas. 

Gran conocedor de la obra de Santo Tomás de Aquino, conocido como el doctor Angélico, mereció tras su muerte el mismo calificativo a modo de nombre y con el mismo es conocido mundialmente: Fra Angelico. No podría ser de otro modo para quien plasmó cientos de maravillosos ángeles y a través de la perfección y luminosidad de sus obras nos infunde deseos de alcanzar el cielo.

Realizó su paso a la eternidad en 1455. Cuentan que en ese instante los ángeles de sus frescos derramaron lágrimas y que una serena sonrisa adornó el rostro del excelso artista, tal vez porque tras plasmar escenas celestiales en sus frescos pudo, por fin, contemplar el verdadero cielo ante sus ojos. Así partió este magnífico artista cuya gloria más grande fue pintar para Cristo Nuestro Señor.

RETABLO DE LA ANUNCIACIÓN (1425-26)


Este retablo fue pintado para San Domenico de Fiesole como una interpretación del dogma de la Encarnación en la que Adán y Eva adquieren cierto protagonismo.

En la parte superior izquierda los rayos de luz dorada emanan de Dios Padre, llevando la paloma del Espíritu Santo hasta llegar a la Virgen María, como manifestación visible de la Encarnación. Junto a esa fuente de luz divina, contemplamos al fondo de la estancia la luz solar que penetra a través de una ventana creando un contraste entre la luz divina y la luz natural. De la misma forma se establece una comparación entre criaturas celestiales y terrenales, pues justo encima de la sagrada paloma aparece una golondrina, símbolo de resurrección, posada en lo alto de la columna. De manera análoga, mientras que la estancia se amuebla con sencillos muebles de madera, la Virgen María aparece sentada sobre un paño dorado. El rostro de Nuestra Señora muestra una perfección y delicadeza inigualables, y el Arcángel San Gabriel resplandece en su luminoso ropaje.

Adán y Eva atraviesan el jardín bajo la mirada de un ángel, expulsados por su pecado, al tiempo que están en presencia de su posible salvación. Conocedora de ello, Eva dirige su mirada a María, la nueva Eva que a través de la Encarnación redimirá a la raza humana del pecado original.

En la predela pueden contemplarse las principales escenas de la vida de Nuestra Señora: 

El Nacimiento y los Desposorios de la Virgen

La Visitación

La Natividad

La Presentación de Jesús en el templo.

La Dormición de la Virgen

El retablo de la Anunciación se encuentra en el Museo del Prado gracias a que fue recibido como obsequio diplomático por el Duque de Lerma, valido del rey Felipe III de España y el hombre más poderoso de nuestra nación en aquel tiempo. En principio, la obra estaría destinada a la capilla que Lerma tenía en Valladolid, pero parece ser que nunca llegó a ese destino. Es posible que Lerma la donara al Convento de las Descalzas Reales, pues allí profesaba una sobrina suya. Salió del mencionado Monasterio y fue donado al Museo del Prado, donde hoy puede ser contemplado por todos los visitantes.

LA VIRGEN DE LA GRANADA (1424-25)


Todavía recuerdo la primera vez que contemplé esta obra, por aquel entonces, propiedad de la Casa de Alba. Me impresionó la calidad de la pintura, la intensidad del colorido y su perfecto estado de conservación. El cuadro fue adquirido en 1817 por Carlos Miguel Fitz-James Stuart y Silva, XIV Duque de Alba, quien fue uno de los mayores coleccionistas de arte de la España de su época. A partir de ese momento, el cuadro decoró el Salón Italiano del Palacio de Liria hasta el año 2016, en que fue adquirido por el Museo del Prado. 

El intenso azul Quattrocento es inigualable y cobra especial protagonismo en esta pintura en la que contemplamos entronizados a la Santísima Virgen con el Niño Jesús. Tras ambos, dos ángeles sostienen un paño de honor tejido con hilos de oro, como muestra de los lujosos tejidos que fueron base importante de la economía de Florencia y de otras ciudades italianas. Fra Angelico manifestó siempre un gran interés en la representación de esos textiles florentinos, tanto en sus motivos como en la textura de los materiales, demostrando su perfecto conocimiento de ese sector industrial. La fabricación de terciopelos con hilos de oro se vio enriquecida a partir de 1420 con la llegada de los battilori, expertos en el manejo de hilos metálicos. Un ejemplo de esta técnica es precisamente el paño de honor representado en la obra que nos ocupa, así como diversos textiles mostrados en la exposición y que los visitantes pudimos contemplar.

Es obligado dirigir nuestra mirada a la Virgen para, acto seguido, centrarnos en el Niño Jesús y su manita recogiendo granos de la granada. Esta fruta posee múltiples significados. Por un lado, la granada decoraba las vestiduras del sumo sacerdote Aarón y de sus hijos; por otro lado, es considerada símbolo de la armonía y concretamente, símbolo de la unidad de la Iglesia. Este último aspecto cobra especial importancia en la época debido, por un lado, a la elección  en 1417 del Papa Martín V, poniendo fin al Cisma de Occidente que había dividido a la Cristiandad europea. Por otro lado, se habían condenado las herejías de Inglaterra y Bohemia en el concilio de Pavía-Siena (1423-24) y se había planteado la esperanza de la reunificación de las iglesias de Oriente y Occidente. Dicho concilio había sido presidido por Leonardo Dati, maestro general de los dominicos, la orden de Fra Angelico. La granada es también símbolo mariano y anuncio de la futura Pasión de Nuestro Señor, sacrificio que el Niño Jesús acepta al depositar su mano sobre las semillas de color rojo.

LA VIRGEN DE LA HUMILDAD CON CINCO ÁNGELES (1425)


Esta representación es, sin duda, realmente cautivadora por su composición y por la expresión de los rostros de la Santísima Virgen y del Niño Jesús. La Virgen aparece sentada sobre un almohadón, en compañía de ángeles que tocan instrumentos musicales. En una de sus manos sujeta un jarrón con rosas encarnadas, blancas y azucenas, símbolos de pureza. Al igual que en la anterior obra mencionada, los ángeles sostienen un rico paño de honor florentino.

Llama la atención que el Niño Jesús sostenga también una azucena, lo cual se ha interpretado como un posible encargo de un eclesiástico de la catedral de Florencia, Santa María del Fiore. Sin embargo, los círculos dorados que decoran las rojas alas de los ángeles, así como la roja cruz del halo del Niño, podrían apuntar a un encargo del gremio de banqueros, cuyo escudo consistía en un campo rojo con bolas doradas. 

En 1816, este cuadro fue el obsequio de boda del futuro rey Jorge IV de Inglaterra a su hija la princesa Carlota de Gales. A la muerte de ésta, el cuadro permaneció en manos de la familia de su viudo, el futuro rey Leopoldo I de Bélgica. En la actualidad, forma parte de la colección Thyssen-Bornemisza.

LA CORONACIÓN DE LA VIRGEN Y
LA ADORACIÓN DEL NIÑO CON SEIS ÁNGELES (1429-31)

Nuestra Señora, arrodillada en oración, es coronada por Nuestro Señor Jesucristo ante los ángeles que les rodean, y teniendo como espectadores a diversos santos y profetas, entre ellos figuran:

-En la fila superior, San Juan Bautista, San Pedro, dos profetas no identificados, el rey David (coronado y con un arpa), San Pablo y San Juan evangelista. 
-En la fila intermedia aparecen un santo joven, Pedro Mártir, Santo Domingo, San Francisco de Asís, San Esteban y un diácono santo y mártir. 
-En la fila inferior apreciamos a San Antonio Abad, San Jerónimo, Santo Tomás de Aquino, San Agustín (o Nicolás de Bari), Santa María Magdalena y Santa Cecilia. Entre este último grupo contemplamos a Santo Tomás de Aquino que gira su cabeza hacia el espectador, señalando la escena, así como vemos a San Pedro en la fila superior con su cabeza vuelta. Al respecto, conviene recordar la lección dada por Santo Tomás según la cual, la sabiduría divina desciende de lo alto y se transmite a través de los doctores. Ello explicaría la presencia de los dos santos que están junto a él, así como de los tres profetas judíos situados en el centro de la primera fila. 

En la predela se representa la Adoración del Niño Jesús con seis ángeles vestidos de azul, color que se asociaba con los dominicos y también con la orden angélica de los querubines, con la que eran comparados. Santo Tomás de Aquino consideraba que era el color de la plenitud de la ciencia.

RETABLO MAYOR DE SAN DOMENICO DE FIÉSOLE (1419-1422)


La tabla principal representa a la Virgen María con el Niño entronizados, con ocho ángeles y los santos Tomás de Aquino, Bernabé, Domingo y Pedro Mártir.

Contemplar todo el conjunto del retablo es un verdadero privilegio, especialmente si pensamos en que fue el primer retablo obra de Fra Angelico, razón por la cual, asombra el grado de perfección alcanzado en esta obra. No se conservan documentos sobre este conjunto pero su historia está vinculada a la refundación del convento de San Domenico y a la decisión del artista de tomar los hábitos en esa comunidad. 

Sin entrar en un detalle pormenorizado de todo el conjunto, destaco una serie de figuras que completan el retablo:

Entre otras figuras, en una las pilastras podemos contemplar a San Nicolás de Bari y el Arcángel San Miguel, quien aparece ricamente ataviado y pisando al demonio sin mostrarle atención.

En la predela pueden contemplarse diversas representaciones, todas ellas magníficas en su ejecución y colorido:

Cristo glorificado
Cristo resucitado en una maravillosa gloria de ángeles músicos y cantores, con una esfera azul en la base que simboliza el cielo. En la parte derecha, los ángeles de la fila superior visten del azul de los dominicos. El primero de ellos porta una guirnalda de hojas, como si fuese a coronar  a Jesucristo, cuya victoria sobre la muerte está simbolizada por sus heridas, pintadas en oro, en lugar del rojo habitual.

La Virgen María con apóstoles, doctores de la Iglesia y santos monjes.
La Virgen en oración se sitúa en el centro de la fila superior. Muchos de los santos son monjes y frailes especialmente queridos por la comunidad de San Domenico. Junto a Santo Domingo, santo Tomás de Aquino y San Francisco de Asís, vemos monjes benedictinos con hábitos de otras órdenes florentinas, como los vallombrosanos (de marrón) y los camaldulenses (de blanco).

Los precursores de Cristo con mártires y vírgenes.
La fila superior está encabezada por Adán con otros personajes del Antiguo Testamento, en cuyo centro está San Juan Bautista. La fila intermedia está formada por mártires varones, uno de ellos dominico, Pedro de Verona, en posición central. La fila inferior agrupa a santas mártires.


En las bases de las pilastras se sitúan dos tablas de beatos dominicos, que constituyen una celebración de su eterna comunidad. Casi todas las figuras se identifican gracias a una inscripción colocada en sus hábitos.

LA CRUCIFIXIÓN (1418-20)

Contemplar a Nuestro Señor crucificado siempre capta nuestra atención, pero a medida que me acercaba a esta obra, me sentía inundada por el fondo de tonalidad dorada que hace que Su figura en la cruz nos atraiga con una mayor intensidad, al igual que los ángeles dolientes que resaltan en torno a Él y cuyas vestimentas azules aparecen un tanto oscurecidas. Nuestro Señor aparece rodeado de soldados romanos a caballo. De Su costado mana la sangre, tras ser traspasado por la lanza de Longinos (primero por la izquierda) y cuyo gesto parece indicar que acaba de reconocer la divinidad de Cristo. Justo al lado del pie de la cruz vemos al hombre que sostiene la esponja empapada en vinagre con la que calmó la sed de Cristo.

Si hay otra figura que capta nuestra atención es la de Nuestra Señora, desvanecida por el dolor y atendida por dos mujeres, mientras María Magdalena, ataviada con manto rojo, se acerca a Ella. La escena es contemplada por San Juan, quien muestra su rostro inundado de tristeza y sus manos entrelazadas.

Sirva este selección de algunas de las obras expuestas como un recuerdo de esta exposición tan deseada desde hace mucho tiempo por quienes admiramos el arte celestial de Fra Angelico y sirva también para acrecentar en nuestro espíritu el deseo de perfección que nos conduzca a la santidad.

"¡Mi gloria más grande fue pintar para ti, oh Cristo!"
(Epitafio de Fra Angelico)

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