domingo, 27 de octubre de 2019

Testamento del Generalísimo Francisco Franco

 Españoles:
Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio, pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir. Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera como tales. Creo y deseo no haber tenido otros que aquellos que lo fueron de España, a la que amo hasta el último momento y a la que prometí servir hasta el último aliento de mi vida, que ya sé próximo.
Quiero agradecer a cuantos han colaborado con entusiasmo, entrega y abnegación, en la gran empresa de hacer una España unida, grande y libre. Por el amor que siento por nuestra patria os pido que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro Rey de España, Don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido. No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros y para ello deponed frente a los supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria. 
Quisiera, en mi último momento,  unir los nombres de Dios y de España y abrazaros a todos para gritar juntos, por última vez, en los umbrales de mi muerte:
¡Arriba España!, ¡Viva España! 

jueves, 3 de octubre de 2019

Acto de desagravio al Sagrado Corazón de Jesús para el mes de octubre.

¡Oh Corazón infinitamente amable, y con todo eso tan poco amado y conocido de los hombres! ¿Quién jamás habría creído que, habiéndote dignado vivir entre nosotros en la adorable Eucaristía, hallándote presente a un mismo tiempo en tantas iglesias, estando noche y día en nuestros sagrarios exhalando ternísimos afectos de amor para con nosotros, te dejaríamos horas y días enteros en tanta soledad, sin hacer caso de las cariñosas voces con que nos convidas a que te visitemos, siquiera de paso y una vez al día? ¡Oh detestable y monstruosa ingratitud la nuestra! ¡Oh Corazón verdaderamente divino!, pues aunque te ves olvidado, mal correspondido, y tan indignamente tratado, no obstante eso, en lugar de desterrarte de nuestros altares, y descargar sobre nosotros las terribles venganzas que teníamos bien merecidas, continúas en esa soledad, manso y humilde, y tan enamorado de los hombres, que tienes puestas tus delicias en estar en medio de nosotros. Y no satisfecho aún tu amor, día y noche te ofreces aquí por víctima de nuestros pecados, e intercedes con tu Eterno Padre en favor nuestro, moviéndole a derramar sobre nosotros tantas bendiciones espirituales y temporales como de su liberal mano continuamente recibimos.

Por eso, deseoso de corresponder a tal exceso de caridad, y de resarcir en alguna manera tan enorme ingratitud, propongo, oh Corazón amabilísimo, redoblar en este mes las oraciones ante tu acatamiento divino, unirme a ti a menudo con todos mis sentimientos y afectos cada hora, y aun con mayor frecuencia recibirte espiritualmente. Dígote con el más vehemente fervor de mi espíritu, que quisiera ver a todos los hombres humildemente postrados ante tu soberana Majestad; y que todos los corazones te amasen, y todas las voluntades se sujetasen a tu querer con el mayor rendimiento. A este fin propongo visitarte con frecuencia, y cuando me sea forzoso apartarme de ti para acudir al cumplimiento de mis obligaciones, rogaré, y desde ahora para entonces ruego al Ángel de mi guarda que supla mis veces y quede en mi lugar hasta que vuelva a visitarte. Rogaré también, y desde ahora ruego a los Santos cuyas imágenes y reliquias se veneran en esta iglesia, que, bajando del cielo, se postren en tu presencia, y en nombre mío te adoren, amen, alaben y presenten el Corazón amorosísimo de la Virgen Santísima, que tanto te agrada. Acepta estos mis humildes obsequios, Corazón dulcísimo de mi amado Jesús, y así como me has dado gracias para hacerte estos ofrecimientos, dámela también para cumplir fielmente lo prometido y adorarte por siglos eternos en el cielo. Amén.

"Áncora de Salvación"
por el R.P. José Mach.
Edición de 1954.