sábado, 4 de abril de 2020

Estimado Rvdo. D. Pedro Paulo...

Hace tan solo tres días que su alma, repleta de virtudes, voló al encuentro de la patria celestial. Su partida deja un gran vacío en nuestros corazones y mis ojos se ven inundados de lágrimas al saber que ya no podré conversar con usted ni escuchar sus sabias reflexiones. Entre lágrimas y oraciones, mi mente ha recorrido multitud de recuerdos ligados a usted, todos ellos imborrables y que ocupan un lugar de honor en el álbum de mi vida.

Como creyente en Dios, siempre me he preguntado por qué lloramos desconsoladamente cuando perdemos a un ser querido, máxime si tenemos la certeza absoluta de que su alma ya forma parte del reino celestial. Es obligado pensar en Nuestro Señor llorando la muerte de su amigo Lázaro al tiempo que, hoy, mi pobre alma se siente huérfana ante su ausencia, pues este mundo terrenal se volverá más inhóspito sin su presencia.

La huella que usted ha dejado en nuestra patria, a la que llegó hace décadas para iniciar su apostolado, quedará para siempre adornada con su acento brasileiro, su sonrisa bondadosa, su delicadeza de trato y su cálida hospitalidad; todo ello como una excelsa muestra del lema luciliano "vivir es estar juntos, mirarse y quererse bien". 


Su amor a Nuestro Señor Jesucristo, a la Santísima Virgen y a la Santa Iglesia Católica han marcado su vida terrenal y han quedado patentes en su importante apostolado entre nosotros. Sus hijos espirituales tenemos en usted el mejor ejemplo de un verdadero esclavo de María repleto de entusiasmo y vitalidad.

Usted me dijo en una ocasión que "la Providencia siempre nos exige un paso más..." y es por ello que ahora, mis lágrimas de tristeza por su pérdida deben convertirse en lágrimas de alegría. Alegría y agradecimiento por haberle conocido, por haberle frecuentado durante infinidad de ocasiones, en las cuales mi pobre alma tuvo ocasión de vivir el cielo en la tierra asistiendo a las Misas celebradas por usted y escuchando sus siempre vibrantes homilías. Alegría al saber que aquellas lágrimas que Nuestra Señora derramó hace dos años en algunas de nuestra sedes se han tornado en luminosa sonrisa al recibirle a usted en el cielo, donde ya es nuestro querido intercesor.

Estimado Rvdo. D. Pedro Paulo, interceda por todos nosotros y por nuestra familia espiritual, para que el apostolado iniciado por usted se acreciente cada día más. Interceda por esta España que usted tanto ama y por las necesidades de la Santa Iglesia Católica.

Interceda por mi pobre alma para que siempre haga mío el deseo que usted me expresó en una ocasión: "No deseo otra cosa sino que la gracia me santifique y que me dé gracia para santificar a otros".

Ante la separación, es inevitable sentir saudade, por este motivo y en espera de nuestro reencuentro, trataré de aliviar mis saudades, reuniéndome con usted en el punto de encuentro que usted mismo me señaló: el Inmaculado Corazón de María.

Hoy, en este soleado primer sábado de mes, tras rezar el Santo Rosario, elevo mi mirada al cielo y con una sonrisa exclamo ¡hasta pronto, mi estimado Reverendo!

María Luz Gómez