jueves, 24 de enero de 2019

Bartolomé Bermejo

En el doscientos aniversario de su fundación, el Museo Nacional del Prado ha acogido una exposición dedicada al artista Bartolomé Bermejo, cita obligada para quienes somos amantes del arte gótico y de la originalidad que caracteriza al artista.

Para la ocasión, la mayoría de sus obras conservadas, procedentes de España, Europa y Estados Unidos, han sido reunidas para componer una magnífica exposición, en la cual los visitantes nos hemos deleitado con la intensidad de su colorido y la temática religiosa, protagonista en todas las obras expuestas. 

Bartolomé de Cárdenas, alias el Bermejo (1440-1501) es, sin duda, uno de los pintores más fascinantes del siglo XV. Nació en Córdoba y su condición de judeoconverso le condujo a una vida itinerante, residiendo en Valencia, Daroca, Zaragoza y, finalmente, Barcelona. Su trabajo se desarrolló, por tanto, mayoritariamente en la Corona de Aragón. Debido al sistema gremial que impedía trabajar a artistas foráneos, tuvo que asociarse con maestros locales mucho menos cualificados que él, lo cual dio lugar a muchos conflictos en su vida profesional como el incumplimiento de contratos e incluso el abandono de ciertos encargos. Uno de estos contratiempos le hizo recibir una sentencia de excomunión.

Artista con un perfecto dominio de la técnica del óleo, su principal influencia fue la pintura flamenca, en especial la de artistas de la talla de Jan van Eyck y Rogier van der Weyden, cuyo estilo reinaba por entonces en toda Europa. Esta la razón por la cual algunos han barajado la posibilidad de que Bermejo se hubiese formado en Flandes, sin embargo lo más probable es que su aprendizaje tuviese lugar en la cosmopolita Valencia del siglo XV. Fue precisamente en Valencia donde dejó una de sus obras más emblemáticas, su "San Miguel triunfante sobre el demonio". Posteriormente, se trasladó a Daroca, donde se ocupó del retablo de la parroquia de Santo Domingo de Silos, y de allí a Zaragoza, donde dejó patente su arte en la Seo del Salvador y en la primitiva Basílica del Pilar. Su última residencia se ubica en Barcelona donde, entre otros trabajos, realizó el famoso retablo de la Piedad Desplà. 

Tras su fallecimiento, casi se podría decir que su nombre y su obra cayeron en el olvido. No sería hasta finales del siglo XIX cuando volvió a despertar el interés  de destacados coleccionistas internacionales. Ya en el siglo XXI el Museo Nacional del Prado le ha tributado un merecido homenaje con objeto de que sea conocido por el gran público.

Bermejo es el artista más representativo de la escuela aragonesa, con clara influencia flamenca que se deja ver en el manejo de la perspectiva, la minuciosidad en los detalles, su perfecta técnica del óleo, así como el naturalismo en los rostros de los personajes y en los paisajes. Su estilo y cualificación fue apreciado por sus selectos comitentes que iban desde eclesiásticos hasta miembros de la Nobleza, así como distinguidos mercaderes.

Es tiempo ya de recrearnos en algunas de sus obras más emblemáticas de entre todas las expuestas.

"San Miguel triunfante sobre el demonio con Antoni Joan" 
Cuadro fechado en 1468, es su primera obra documentada. Fue realizada en Valencia para la parroquia de Tous, por encargo de Antoni Joan, personaje que aparece arrodillado junto al Arcángel.  Es, sin duda, una de las obras más paradigmáticas del artista, en la que destaca el intenso cromatismo de la capa carmesí y el tono verde del peto.

En un magistral uso del color y de los reflejos luminosos, nuestra atención se dirige al intenso reflejo dorado de la armadura así como a los ricos adornos de piedras preciosas y perlas en los escarpes y en los brazos del Arcángel, dando gran importancia a la orfebrería.

Llama también nuestra atención el fulgor en los ojos del demonio, que aparece representado de una forma imaginativa y fantástica, casi se podría denominar surrealista.

Arrodillado, aparece el comitente de la obra, Antoni Joan de Tous, noble mercader y ocasional pirata valenciano. Debido al carácter delictivo de algunas de sus actividades, necesitaba imperiosamente el auxilio del Arcángel San Miguel para la salvación eterna de su alma. Por esta razón aparece arrodillado, implorando por esa intención al príncipe de la milicia celestial, quien más allá de su función salvadora, presenta una imagen que se conecta claramente con los ideales caballerescos medievales.

"Santo Domingo de Silos entronizado como Obispo"




En 1474, el artista recibió el encargo de realizar el retablo para la parroquia de Santo Domingo de Silos en Daroca. Concluida la tabla central que representa al santo, el artista abandonó el proyecto, recibiendo sentencia de excomunión, la cual traía consigo penas espirituales y restricciones laborales. No se conoce con exactitud la causa del abandono del proyecto, pero sin duda, la gran tabla central es una de las obras icónicas de Bermejo.

Constituye la obra más monumental de todas las de su autoría y un magistral juego de realidad pintada y realidad arquitectónica gracias a la gran crestería superior. El santo aparece sentado en un trono, en rígida majestuosidad y vistiendo una rica capa pluvial con multitud de bordados. A través de la tracería gótica pueden contemplarse a modo de esculturas policromadas, la representación de la siete virtudes (las tres virtudes teologales y las cuatro virtudes cardinales) que se albergan en fornículas. 

 
"Fermando I de Castilla acogiendo a Santo Domingo de Silos"
Junto a la obra anterior, perteneció al retablo de Santo Domingo de Silos en Daroca. Representa al rey Fernando I de Castilla y su Corte, recibiendo al Santo a las puertas de Burgos, tras huir del Monasterio riojano de San Millán de Suso debido a su enfrentamiento con el rey Don García de Nájera. El rey de Castilla le nombró Abad del Monasterio de Silos.

 "Santo Obispo. (¿Benito de Nursia?)"

Respecto a esta obra, los expertos no muestran acuerdo. Para unos se trata de San Agustín y para otros de San Benito de Nursia. Este cuadro constituye un ejemplo de virtuosismo técnico, especialmente al representar la gran dalmática, así como la mitra y la lámpara de cristal que cuelga del techo. En segunto plano se pueden apreciar las figuras de dos monjes: uno sopla la lumbre en la cocina y otro aparece en actitud de meditación. Uno y otro aluden claramente a la vida activa y la vida contemplativa. 


"Muerte y Asunción de la Virgen"

El artista supo plasmar el dolor que produjo en los Apóstoles el tránsito de Nuestra Señora. Cuerpos pesados, miradas ausentes, desfallecimiento...Todo sirve para plasmar el estado de ánimo de los once testigos. San Pedro, revestido de pontifical, moja el hisopo en agua bendita y parece encontrar un punto de apoyo en el lecho de la Santísima Virgen.

Junto a esta escena de dolor, aparece representada en la parte superior del cuadro la Asunción de Nuestra Señora: la Santísima Virgen, vestida de Sol, con la luna a sus pies y coronada de estrellas, es portada por cuatro ángeles que ascienden su cuerpo al seno de Dios. Entre los apóstoles, sólo San Juan, con una cruz en sus manos, y otro apóstol que se sitúa al otro lado del lecho, perciben la Asunción de Nuestra Señora. Justo detrás de San Pedro, aparece un apóstol con un cirio encendido en sus manos, recordando la inmortalidad del alma.

La habitación aparece representada de un modo exquisito y con elementos que indican un ambiente selecto, entre ellos la magnífica colcha sobra la que descansa el cuerpo de la Virgen María. La estancia se ilumina con la luz que penetra por una ventana y por la puerta abierta, y a través de la cual contemplamos una escena en la que un ángel entrega a Santo Tomás el cíngulo de la Virgen.

 "Retablo de Santa Engracia"


Contemplamos aquí dos pinturas de las seis que componen el retablo de Santa Engracia de San Pedro de Daroca, concretamente "Santa Engracia conducida a prisión" y "La flagelación de Santa Engracia". Una vez más, el artista hace un despliegue de riqueza cromática así como del dominio de la perspectiva. 

Santa Engracia fue una noble hispana que sufrió martirio en el siglo IV por orden del procónsul romano Daciano, que aparece sentado, contemplando la flagelación y sosteniendo en su mano el clavo que luego hundirían en la frente de la santa. 

La maestría del  artista se refleja no sólo en la riqueza cromática sino también en la riqueza de los ropajes, en la sangre que mana de la frente de la santa y en la abundancia de elementos decorativos del interior. La perspectiva se logra con el ajedrezado del suelo, la ventana situada al fondo, la disposición de los personajes y la luz que se proyecta sobre la espalda de la santa. 

El espectador puede percatarse de un claro anacronismo: Daciano aparece ataviado a la manera morisca. Se trata de un recurso utilizado para moralizar a los cristianos en contra del enemigo musulmán.

"Virgen de la Misericordia"

La autoría de esta obra es compartida por Bermejo y el artista Martín Bernat. Alude a una representación  repetida por otros pintores, Nuestra Señora como Madre de Misericordia, bajo cuyo manto, sostenido por ángeles, se disponen grupos de personajes, representando diversos estratos sociales. Todos estos, sin importar su condición, son cobijados por el manto protector de Nuestra Madre. Quienes hemos tenido ocasión de visitar esta exposición y de contemplar cada uno de los cuadros y  esta obra en particular, admiramos sobremanera la destreza del artista al representar en relieve las vestimentas de los clérigos, la orfebrería y los bordes del manto de Nuestra Señora.

"Tríptico de la Virgen de Montserrat"

Esta obra fue realizada por Bermejo junto a otros dos artistas, Rodrigo y Francisco de Osona. Obedecía a un encargo realizado por un mercader italiano (Francesco della Chiesa) para decorar la capilla de la catedral italiana de Acqui Terme. En el panel central, el comitente aparece arrodillado junto a la Santísima Virgen, completando la decoración una vista que alude al Monasterio de Montserrat y una marina surcada por barcos en un atardecer. Los paneles laterales fueron pintados por Rodrigo de Osona y en ellos aparecen representadas las escenas del nacimiento de la Virgen y la Presentación del Niño Jesús en el Templo. En la parte inferior destacan San Francisco de Asís recibiendo los estigmas y San Sebastián.

"La Piedad Desplà"

Se trata de la última obra conocida de Bartolomé Bermejo. Fue encargada por el canónigo y arcediano barcelonés Luis Desplà, que aparece a la derecha de la composición. Es una de las obras maestras de Bermejo y destaca por su paisaje altamente simbólico, que invita a meditar sobre la sacrificio de Nuestro Señor y su papel redentor. Destaca el dolor desgarrado de Nuestra Señora, cuya figura junto a la de su Divino Hijo que yace sobre su regazo forman una cruz. Acompañan la escena, el arcediano Desplà a la derecha con gesto contenido y San Jerónimo a la izquierda, evocando el carácter humanista del arcediano. El paisaje evoca un Edén guardado por el león, en el que aparece una calavera como símbolo de la muerte y una mariposa que alude a la resurrección. 

Fue ésta la obra cumbre de Bartolomé Bermejo, que tras finalizarla se dedicó a realizar diseños preparatorios para diversas vidrieras en Barcelona. Continúa siendo una incógnita el motivo de su desaparición del panorama artístico, siendo considerado el mejor artista de su generación y el mejor pintor español del siglo XV. Aun así, disponemos de sus pinturas para, siglos después, seguir admirando su maestría técnica y vibrando con su magistral colorido, al tiempo que somos invitados a meditar, acompañando a los santos, a Nuestra Señora y a Nuestro Amado Salvador.


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