lunes, 27 de noviembre de 2017

CUANDO EL AMOR HACE FRENTE AL DOLOR: FERNANDO Y SOFÍA, DUQUES DE ALENÇON

Durante la lectura del libro "Son tres los que se casan", escrito por el Arzobispo Fulton J. Sheen, tuve ocasión de  navegar por ciertas historias que el autor quiso destacar como ejemplos de amor capaces de enfrentar todo tipo de pruebas. Algunas me resultaban familiares, puesto que conocía a sus personajes por lecturas del pasado, otras me resultaron novedosas y llamativas por la fortaleza de sus protagonistas. En todo caso, me parecen historias que merecen ser desarrolladas, pues no hay mejor referencia y ejemplo que la vida misma.
 
La primera de esas historias había llegado a mi conocimiento leyendo sobre la vida de la emperatriz Elisabeth de Austria-Hungría, más conocida como Sissi. Fue entonces cuando descubrí la difícil historia de su hermana pequeña, la duquesa Sofía Carlota, novena hija de Maximiliano y Ludovica, duques en Baviera.
 
Nacida como todos sus hermanos en el palacio familiar de Possenhofen, Sofía fue desde siempre una niña sensible y apasionada, a quien la música y la religión fascinaban por encima de cualquier otra cosa, hasta el punto que  muchos en su entorno pensaban que acabaría ingresando en un convento para abrazar la vida religiosa. Uno tras otro, rechazaba a sus numerosos pretendientes para desesperación de su madre. Destacando en ella uno de los rasgos propios de la dinastía familiar de los Wittelsbach, Sofía buscaba siempre el más alto ideal, lo absoluto, lo incomparable...Convertida en una bella joven, entabla una relación más profunda con quien había sido su compañero de juegos, su primo el Rey Luis II de Baviera, que compartía con ella su carácter idealista.
 
Duquesa Sofía Carlota
 
Luis de Baviera mostraba como nadie ese carácter peculiar de la dinastía que le hizo ser conocido como el rey loco. Desde su más tierna infancia hizo gala de su sensibilidad, su tendencia al ensueño y a la melancolía. Gran amante de la soledad, sus mayores aficiones eran la Historia, la literatura y la música; todas estas materias alimentaban su rica vida interior con la que trataba de evadirse del decepcionante mundo exterior.
 
Luis II de Baviera
 
Luis y Sofía fueron descubriendo su mutua compenetración, iniciando una intensa relación epistolar que hizo que Ludovica, madre de Sofía, exigiese la formalización de la relación, ante lo cual, Luis, siempre reacio a perder su independencia, no se mostró decidido, finalizando el contacto entre ambos jóvenes por imposición de Ludovica. Ambos se sintieron desdichados por la separación, lo cual motivó la declaración de amor del monarca y la formalización del compromiso matrimonial. Finalmente, de nuevo los miedos y la indecisión de Luis, junto al descubrimiento de un intercambio epistolar de Sofía con un fotógrafo de la Corte, dieron como resultado que el compromiso se rompiera definitivamente. Tras la inicial impresión, Sofía sobrellevó la situación con gran dignidad. Pronto la Providencia y, por qué no decirlo, el empeño de su madre y de sus tías, pondrán en el camino de Sofía una nueva ilusión con nombre de varón, pero no adelantemos acontecimientos, y descubramos los rasgos de quien se convertiría en el hombre de la vida de nuestra protagonista.
 
Fernando Felipe de Orleáns, duque de Alençon, fue el hombre adecuado para comprender a la frágil Sofía, pues las numerosas pruebas que el joven había tenido que afrontar en su corta vida le habían dotado de una sensibilidad especial. Con cuatro años de edad, tuvo que huir de París con su familia, al estallar la Revolución de 1848, e instalarse en Inglaterra en la residencia de su abuelo, el derrocado rey Luis Felipe I de Francia. Allí se educó y vivió una infancia triste y austera. Quedó huérfano de madre siendo niño, y su padre se mostraba siempre distante y severo, lo que no impidió que el niño se sintiera próximo a él, respetándole y admirándole. Todo el amor y tierno afecto los recibió de su abuela, la reina María Amalia.
 
Fernando Felipe María de Orleáns, duque de Alençon
 
Realizó su formación militar en Segovia, alistándose como oficial del ejército español. Enviado a Filipinas para reprimir una insurrección, su valentía le hizo alcanzar el grado de capitán, pero tras el derrocamiento de la reina Isabel II de España, fue obligado a dejar el ejército. Los acontecimientos siempre se desarrollan por una razón; una vez más la Providencia estaba a punto de suscitar un suceso importante en la vida de nuestro protagonista.
 
Fue en Dresde, capital de Sajonia (Alemania), donde Fernando y Sofía se conocieron, obedeciendo a una invitación de la reina de Sajonia. Conocerse ambos jóvenes y descubrir inmediatamente su afinidad fue cuestión de instantes. Ambos disfrutaron de aquellos días, paseando, conversando, entendiéndose a las mil maravillas. En tan sólo una semana se formalizó el compromiso entre ambos..."Con la protección de Dios, tras haber invocado Su inspiración, uno y otro hemos decidido...". El joven enamorado hablaba así de su prometida en una carta a su padre:"Sofía es piadosa, sencilla, amable, encantadora e inteligente. Aspira a una vida tranquila y serena, aunque sea de natural alegre; será para usted, padre, una hija tierna y respetuosa, y para mí, una esposa como siempre había deseado".
 
Fernando y Sofía, duques de Alençon
 
El 28 de septiembre de 1868, la pareja contrajo matrimonio en el palacio bávaro de Possenhofen, y nuestra Sofía se convertía en duquesa de Alençon. La joven pareja inició su vida matrimonial en Inglaterra, en la residencia familiar de los Orleáns, y transcurridos dos meses desde su boda, una nueva vida comenzaba ya a crecer en el seno de Sofía. Nuestros protagonistas son felices, sin embargo, la naturaleza nerviosa de Sofía comienza a hundirla en la melancolía y la depresión. Ni siquiera el nacimiento de su primera hija, la princesita Luisa, logra levantar su ánimo. Su salud se debilita de forma alarmante, lo cual motiva que su joven esposo decida que un cambio de aires le sentará bien, iniciando un periplo a través de Sicilia, Roma, Baviera, para terminar instalándose en París tras quedar suprimidas las leyes de exilio que afectaban a los Orleáns. Padres de Luisa y Manuel, los duques de Alençon disfrutan de una vida idílica, entre la estabilidad de su hogar y las fiestas, en las que siempre destacan por su buena relación y la belleza de sus maneras. Pero no todo es de color de rosa, pues las notas enfermizas características de los Wittelsbach,  hacen que Sofía se sienta inmersa en medio de la agitación, la irritación y una extrema sensibilidad. Junto a estos rasgos, hay en ella una permanente lucha por alcanzar lo espiritual en su forma más sublime; cuando Sofía habla de los bailes y la cenas mundanas, utiliza esta frase: " Se regresa con polvo en el alma".
 
Ansiosa de marcar distancia con la mundanidad, Sofía comienza a vestirse más modestamente, hace ayunos y trata de huir de los honores propios de su rango. Animada por su esposo, y como muestra de su fe, Sofía ingresa en la Orden Tercera de Santo Domingo, que agrupa a laicos que llevan una vida muy piadosa. A partir de ese momento, Sofía encontrará un sentido a su existencia, ayudando a los más débiles y desprotegidos. Su sensibilidad y su sentido de la caridad son tales que todo gesto de bondad lo realiza con una total discreción. Cuando todo parece ir mejor en el estado anímico de nuestra protagonista, tiene lugar un suceso que dejará una huella imborrable en ella: el cuerpo del rey Luis II de Baviera es hallado en las aguas del lago Starnberg, junto al de su médico. Conocer la muerte de su primo y antiguo prometido, supuso una sacudida emocional insuperable para Sofía, hasta tal punto que nunca más volvió a ser la misma.
 
No pudo haber otra razón que lograra explicar el radical cambio operado en Sofía, que siendo una venerable terciaria dominica, se lanzó a una relación adúltera con un médico casado y padre de familia, el doctor Glaser, llegando a pensar en abandonar a su esposo Fernando y a sus dos hijos, sin que nadie fuese capaz de hacerla entrar en razón.
 
Ante semejante situación, es comprensible el disgusto ocasionado entre sus parientes, y muchos pensarían que su esposo Fernando se sentiría terriblemente ultrajado...Sin embargo, el buen Fernando se comportó como un verdadero santo, respondiendo al odio de su esposa, con la ternura, bondad y dulzura propias de su personalidad. Este hecho hace brillar a Fernando como un verdadero diamante, mucho más si consideramos que la relación adúltera de Sofía no pudo mantenerse en secreto, y ambos amantes decidieron huir juntos, hasta que fueron descubiertos y obligados a separarse. Ningún miembro de la familia logró hacer recapacitar a Sofía, que se hundió cada vez más en la depresión, hasta el punto de terminar ingresada en una clínica psiquiátrica. Tras meses de internamiento, Sofía regresó "curada" a su hogar. La relación entre los esposos siguió reflejando la armonía que tuvo en el pasado, como si el episodio de adulterio fuese un mal sueño olvidado. La duquesa se consagró totalmente a las obras de caridad, al tiempo que apoyaba en todo a su buen esposo, al que se refería como "su ángel guardián en vida".
 
Cuando Sofía contaba con cincuenta años de edad, acudió al Bazar de Caridad de los dominicos, celebrado en París. La duquesa era una de las organizadoras del evento que se celebraba en un espacio cerrado, en el que, en un momento dado, se inició un incendio que se propagó rapidísimamente a todo el recinto. Mientras todos corrían despavoridos pensando en salvarse, Sofía sólo se preocupaba de proteger y salvar a los que estaban a su alrededor. Cuando finalmente decidió salir del recinto, el fuego era de tales proporciones que la escapatoria resultó imposible. En medio de la enloquecida multitud, el duque Fernando, que había asistido para apoyar a su esposa, nada pudo hacer para salvarla, y fue uno de los numerosos heridos en la tragedia. Al conocer la muerte de su esposa, dijo: "¡Oh Dios, por supuesto, no debo preguntarte por qué!".  Aquélla súplica que había pronunciado a raíz de su viaje a Roma, cuando vio una tumba con la inscripción: "Sofronia, puedes vivir",  tranformada por Fernando y aplicada a su esposa como: "Sofía, puedes vivir", que más tarde  convirtió en "Sofía, has de vivir", fue finalmente esta exclamación por su parte: "¡Sofía, vives!".
 
Fernando, duque de Alençon
 
Tal como expresó Fernando a su esposa en una ocasión, ella fue para él su primer y único amor: "Yo te he amado con toda la ternura de este mundo, pues te amo con amor cristiano, que es amor eterno". Esta declaración de amor la realizó el duque plenamente consciente del estado de salud de su esposa, y así lo demostró siempre en la titánica lucha que mantuvo para arrancarla de las garras de su inestabilidad mental y de sus continuas recaídas.
 
Esta historia muestra claramente que la vida no es un camino de rosas ni siquiera para las princesas, o mejor dicho, que las rosas tienen espinas, representadas en las dificultades que a todos nos llegan y en los sufrimientos que a todos nos asolan antes o después. Sofía experimentó grandes altibajos pero tuvo la fortuna de contar junto a ella con un maravilloso esposo que supo amarla, cuidarla y afrontar cualquier dificultad con la entereza, la serenidad y la dignidad de un verdadero caballero cristiano, manteniendo en todo momento su fe en Dios a través del calvario que tuvo que vivir. Tras el fallecimiento de su amada, el duque intentó tomar los hábitos religiosos pero no logró autorización para ello. Sobrevivió trece años a su querida Sofía, junto a la cual reposa en la Capilla Real de Dreux.
 
 
"Dios ha sido misericordioso: Me ha destrozado para después salvarme".
(Sofía Carlota, duquesa de Alençon).
 
FOTOS: Google.
 
 

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