Hace tan sólo unos días, he concluido la lectura del libro titulado "San Luis, Rey de Francia" del autor francés Philippe de Villiers, y editado en España por Ediciones Palabra, dentro de su colección Arcaduz. Siempre disfruto esta colección tan llena de títulos selectos e interesantes a los cuales soy adicta.
La edición española coincidió con la celebración del 800 aniversario del nacimiento de Louis de Poissy, que llegó al trono a los 12 años de edad y que reinó como Luis IX.
Hijo del rey Luis VIII de Francia y de la infanta Blanca de Castilla, mujer de gran temperamento y gran fe que educó a su hijo como devoto católico y forjó su carácter. Famosa es la frase que le dirigió en una ocasión: "Prefiero verte muerto antes que cometiendo un pecado mortal".
Difícil era la situación en la que se encontraba ese niño de 12 años que llegaba al trono y al cual muchos nobles no querían apoyar para librarse de la regencia de una extranjera. Pero a Blanca de Castilla le sobraba carácter para lidiar con todos ellos, y así fue como el pequeño Luis pudo abrirse camino y convertirse en uno de los reyes más grandes de Francia.
Padre de once hijos, frutos de su matrimonio con Margarita de Provenza, dejó un legado muy importante a los futuros monarcas franceses. Limitó el poder inglés, se preocupó por mejorar las condiciones de vida de su pueblo, fue un protector de la cultura y a él debemos la Sorbona de París, la fundación de monasterios, la construcción de la maravillosa Sainte Chapelle de París (para custodiar diversas reliquias, entre ellas un fragmento de la cruz de Jesucristo). Guiado siempre por fu gran e inquebrantable fe, no sólo adquirió las reliquias de la Pasión de Nuestro Señor, sino también se preocupó sinceramente por su pueblo, acometiendo toda clase de reformas que le valieron la consideración de "rey justo".
La Sainte Chapelle de París
Ni siquiera sus fracasos fueron capaces de borrar la estela de este gran Rey. Fue el último monarca que emprendió un Cruzada contra los musulmanes, lo cual le condujo a la muerte en Túnez. Sólo treinta años después de su muerte, fue canonizado por el Papa Bonifacio VIII. Su importancia ha hecho que se denomine a la época en que vivió y murió, es decir, al siglo XIII como el siglo de San Luis.
Para hacernos una mejor idea de la espiritualidad y personalidad de este gran Rey, nada mejor que leer el testamento espiritual que dejó a su hijo:
"Hijo amadísimo, lo primero que quiero enseñarte es que ames al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas; sin ello no hay salvación posible.
Hijo, debes guardarte de todo aquello que sabes que desagrada a Dios, esto es, de todo pecado mortal, de tal manera que has de estar dispuesto a sufrir toda clase de martirios antes que cometer un pecado mortal.
Además, si el Señor permite que te aflija alguna tribulación, debes soportarla generosamente y con acción de gracias, pensando que es para tu bien y que es posible que la hayas merecido. Y, si el Señor te concede prosperidad, debes darle gracias con humildad y vigilar que no sea en detrimento tuyo, por vanagloria o por cualquier otro motivo, porque los dones de Dios no han de ser causa de que le ofendas.
Asiste, de buena gana y con devoción, al culto divino, mientras estés en el templo, guarda recogida la mirada y no hables sin necesidad, sino ruega devotamente al Señor con oración vocal o mental.
Ten piedad para con los pobres, desgraciados y afligidos, y ayúdalos y consuélalos según tus posibilidades. Da gracias a Dios por todos sus beneficios, y así te harás digno de recibir otros mayores. Obra con toda rectitud y justicia, sin desviarte a la derecha ni a la izquierda; ponte siempre más del lado del pobre que del rico, hasta que averigües de qué lado está la razón. Pon la mayor diligencia en que todos tus súbditos vivan en paz y con justicia, sobre todo las personas eclesiásticas y religiosas.
Sé devoto y obediente a nuestra madre, la Iglesia romana, y al Sumo Pontífice, nuestro padre espiritual. Esfuérzate en alejar de tu territorio toda clase de pecado, principalmente la blasfemia y la herejía.
Hijo amadísimo, llegado al final, te doy toda la bendición que un padre amante puede dar a su hijo; que la Santísima Trinidad y todos los santos te guarden de todo mal. Y que el Señor te dé la gracia de cumplir su voluntad, de tal manera que reciba de ti servicio y honor, y así, después de esta vida, los dos lleguemos a verlo, amarlo y alabarlo sin fin. Amén."
A todos los interesados en su figura, recomiendo que vean esta emisión dedicada a su figura dentro del conocido programa francés "Secrets d'Histoire", presentado por Stéphane Bern.
Y la entrevista con Philippe de Villiers, autor de la novela que nos ocupa:
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