martes, 9 de febrero de 2016

COMBATE ESPIRITUAL

Recientemente he concluido la lectura de la obra "Combate Espiritual" del teatino Lorenzo Scupoli (Francisco, fue su nombre de nacimiento).
 
Este tratado de vida espiritual, escrito en el siglo XVI es un manual de primera necesidad, igual que lo fue entonces, es necesario hoy en día, si cabe más que nunca.
 
 


 
El autor sufrió mucho durante su vida, en concreto una pena de cárcel y una suspensión "a divinis", es decir, fue privado del ejercicio de todo ministerio sacerdotal. No se sabe a ciencia cierta cuál fue el motivo de una pena tan severa. Las investigaciones apuntan a que pudo deberse a una grave calumnia, pero nada se sabe con certeza. Todo lo supo sobrellevar con humildad y resignación. Ni se defendió ni mostró desagrado frente a su condena, simplemente dejó que su humillación purificase su alma.
 
Los religiosos que convivieron con Scupoli destacaron siempre "su sereno semblante, su tranquilidad, su disposición para los más penosos y humildes servicios domésticos, persona que gustaba del retiro y del silencio, pasaba muchas horas en oración; a todos edificaba su serena y profunda humildad."
 
Tras veintiún años viviendo bajo su condena, fue rehabilitado poco antes de su muerte, no permitiendo el Señor que su paso a la vida eterna se produjera en medio de la humillación.
 
"Combate Espiritual" es una obra que influyó notablemente en San Francisco de Sales, tal como reconoció él mismo, antes de escribir su "Introducción a la vida devota", y lo releyó una y otra vez durante toda su vida.
 
El título lo dice todo, la obra se plantea como un manual de estrategia, de lucha de uno mismo frente al mal, con objeto de vencer para honrar a Nuestro Señor Jesucristo, que jamás nos abandona en esa lucha. Pero nada es fácil, y este combate exige nuestro máximo esfuerzo, el papel clave lo tiene nuestra voluntad, y junto a ella, una serie de reglas a seguir para salir victoriosos de esa batalla. Como indica el autor justo antes de comenzar la obra: "Un atleta no recibe el premio, si no combate según el reglamento." (2 Tim 2,5).
 
 
"Hoy mismo vais a dar la batalla
contra vuestros enemigos.
No desfallezca vuestro corazón.
No temáis, no tembléis
ni os asustéis ante ellos,
pues el Señor, vuestro Dios,
va delante de vosotros
para combatir con vosotros
contra vuestros enemigos
y daros la victoria."
(Dt 20, 3-4)
 
En la confianza de que no estamos solos frente al mal, ni frente a nuestros pecados y debilidades, el autor propone cuatro armas imprescindibles y seguras para salir victoriosos de este combate:
 
-La desconfianza de nosotros mismos.
-La confianza en Dios.
-El ejercicio
-La oración
 
No pretendo resumir la obra, sino recomendar su lectura, aun así me gustaría apuntar ciertas ideas, las que yo considero claves de todas las que se mencionan en el libro.
 
Debemos desconfiar de nosotros mismos porque no somos capaces de nada que agrade a Nuestro Señor, puesto que todo lo bueno proviene de Él. Quien desconfía de sí mismo, deposita su confianza en Dios. Por ello, cuando cae debido a sus debilidades, no se desanima, sino que se levanta y sigue adelante persiguiendo todavía con más ahínco a sus enemigos espirituales. "Dios permite que caigamos y, a través de la caída, nos llama a pasar de la confianza en nosotros mismos a la confianza exclusiva en Él, y de nuestra soberbia al conocimiento de nosotros mismos. Por eso, si quieres que tus propósitos sean eficaces, es preciso que sean fuertes; y serán fuertes cuando no les quede nada de confianza en nosotros mismos y se apoyen todos humildemente en la confianza de Dios."
 
El ejercicio debe realizarse con el intelecto y la voluntad. Con la oración, pediremos al Espíritu Santo que nos ilumine para discernir lo que es virtud y lo que no, logrando así purificarnos de las pasiones desordenadas. Cuando observamos cualquier objeto o situación que se nos presente, debemos observarlo con el intelecto, dejando a un lado nuestros afectos, de este modo conseguiremos actuar de forma lúcida y seremos capaces de contemplar la verdad y no caer en las redes del mal. Así mismo, nuestra voluntad debe supeditarse a la voluntad divina, para lo cual debemos querer lo que El quiere y rehusar lo que le desagrada, todo ello lo haremos en señal de respeto y de amor hacia el Señor.
 
El secreto está en saber vencerse a uno mismo, y ello se logra más fácilmente acogiendo con agrado las dificultades que se presentan ante nosotros. Debemos amar el combate espiritual más que la victoria en sí misma. Podremos adquirir las virtudes realizando actos opuestos a nuestras pasiones desordenadas. Lucharemos contra nuestros deseos, tanto los grandes como los más débiles, porque precisamente estos últimos son la puerta de los primeros. De este modo, ganaremos en disciplina y estaremos cada vez más preparados para resistir las tentaciones y escapar de las trampas que nos coloca el maligno.
 
Es necesario que analicemos nuestro corazón, identificando todo aquello que lo acosa y qué pasión lo domina con más fuerza y contra ella, "entablar batalla". Si, al mismo tiempo, nos viésemos acosados por otros enemigos de nuestra alma, lucharemos contra el que nos ataque más cerca, para proseguir luego con la principal. "Siempre que nos hacemos violencia a nosotros mismos y a las malas inclinaciones, los ángeles nos traen desde el cielo a nuestra alma una corona de gloriosa victoria."
 
Aprendamos a humillarnos, este es el fundamento  de todas las demás virtudes. Cuanto más lo hagamos, más cerca estará el Señor de nosotros. Debemos esforzarnos en adquirir las virtudes contrarias a las pasiones que nos dominan. Una vez que las adquiramos, estaremos mejor preparados para alcanzar muchas más, pues " las virtudes están siempre unidas y relacionadas entre sí. Quien posee una perfectamente, tiene todas las demás dispuestas a la puerta de su corazón."
 
En este camino de adquisición de virtudes, debemos tener muy claro que "todas las cosas que nos suceden vienen de Dios para nuestro beneficio y provecho."  Si en medio de nuestros sufrimientos y angustias, seguimos realizando ejercicios de virtud, esto es una clara señal de progreso en nuestro combate espiritual.
 
El autor tiene también presente el decisivo amparo de nuestra Madre, la Santísima Virgen, cuya protección materna no nos abandonará en nuestro combate, contando siempre con su ayuda y amparo. Manteniéndonos unidos a Ella, no sólo recibiremos su ayuda, sino que sentiremos cómo aumenta nuestro amor a Dios. "Como quien se acerca a una gran hoguera no puede menos de recibir su calor, así, y mucho más, cualquier necesitado recibirá auxilio, favores y gracias, si con humildad y con fe se acerca al fuego del amor, de misericordia y piedad que arde siempre en el corazón de la Virgen María."
 
Llegados a este punto, muchos se preguntarán, cómo llevar por buen camino esa lucha que nos propone el autor, pensando que es algo más propio de santos que de personas comunes y corrientes que se ven envueltas en los avatares del día a día. Debemos imitar a los santos, no todos podemos imitarlos al cien por cien, pero sí podemos tomar como ejemplo su deseo de oración, el apego a la soledad y al silencio, esforzarnos en ser humildes  y amables con los demás...como explica el autor, " todo esto agrada a Dios más que las mortificaciones del cuerpo; en estas te aconsejo que seas más bien discretamente moderado, para poder aumentarlas cuando sea oportuno, y no reducirte, por ciertos excesos, al punto de tener que abandonarlas."
 
De esta manera, provistos de oración, voluntad, ejercicio, desconfiando de nosotros mismos y depositando toda nuestra confianza en Dios, todo ello unido a nuestra perseverancia, conseguiremos librar esta batalla, en la que nos veremos obligados a luchar hasta el día de nuestra muerte. De lo contrario, seremos apresados o moriremos en ella.
 
Os animo a leer esta obra, escrita por un maestro experto en la lucha, no olvidemos que la vida se encargó de ponerlo a prueba, y que lo que plasmó en su libro lo llevó antes a la práctica con su resignación a la voluntad de Dios y su ejemplo de serenidad y humildad ante la adversidad.
 

 
 

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