Foto: Luz Lafitte
Dejadme, amabilísimo Jesús mío, que me dirija a Vos, para atestiguaros mi reconocimiento por la merced que me habéis hecho dándome a vuestra Santísima Madre por la devoción de la esclavitud, para que sea Ella mi abogada delante de vuestra Majestad, y en mi grandísima miseria, mi universal suplemento.
¡Ay Señor!, tan miserable soy, que sin esta buena Madre, infaliblemente me hubiera perdido. Sí, que a mí me hace falta María, delante de Vos y en todas partes; me hace falta para calmar vuestra justa cólera, pues tanto os he ofendido y todos los días os ofendo; me hace falta para detener los eternos y merecidos castigos con que vuestra justicia me amenaza; para pediros, para acercarme a Vos y para daros gusto; me hace falta para salvar mi alma y la de otros; me hace falta, en una palabra, para hacer siempre vuestra voluntad, y procurar en todo vuestra mayor gloria.
¡Ah, si pudiera yo publicar por todo el universo esta misericordia que habéis tenido conmigo! ¡Si pudiera hacer que conociera todo el mundo, que, si no fuera por María, estaría yo condenado! ¡Si yo pudiera dignamente daros las gracias por tan grande beneficio! María está conmigo. ¡Oh qué tesoro! ¡Oh qué consuelo! Y, de ahora en adelante, ¿no seré todo para Ella? ¡Oh qué ingratitud! Antes la muerte, Salvador mío queridísimo, que permitáis tal desgracia, que mejor quiero morir que vivir sin ser todo de María. Mil y mil veces, como San Juan Evangelista al pie de la cruz, la he tomado en vez de todas mis cosas. ¡Cuántas veces me he entregado a Ella! Pero, si todavía no he hecho esta entrega a vuestro gusto, la hago ahora, mi Jesús querido, como Vos queréis que la haga. Y si en mi alma o en mi cuerpo veis alguna cosa que no pertenezca a esta Princesa augusta, arrancadla, os ruego, arrojadla lejos de mí; que no siendo de María, indigna es de Vos.
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