miércoles, 25 de julio de 2018

LA CONCHA JACOBEA

Perteneciendo a una familia de tierra santiaguesa, no puedo dejar pasar este 25 de julio sin relatar una milagrosa historia protagonizada por nuestro Santo Patrón.

Corrían los inicios del siglo IX, en tiempos de Teodomiro, obispo de Iria Flavia, cuando tuvo lugar uno de los milagros más asombrosos atribuidos a la intervención de Santiago el Mayor, Apóstol de Nuestro Señor Jesucristo, que tuvo el honor de ser el primer mártir entre los apóstoles, y cuya vida pueden leer en este enlace.

 
Galopaba un caballero a lomos de su caballo sobre la fina arena de la orilla del mar, cuando el animal se desbocó, y junto a su jinete fueron a caer entre las olas, viéndose el caballero envuelto en las mismas y sin saber nadar. Cierto que aunque hubiera sabido mantenerse a flote, de nada le hubiera valido pues el oleaje era tan intenso que no había fuerza humana capaz de luchar contra ese mar embravecido. Si ello no era suficiente desgracia, hay que hacer notar que nuestro protagonista se hallaba además en pecado mortal, pues regresaba de una aventura amorosa y permanecía bajo el influjo de la misma, sin la mínima intención ni ocasión de arrepentimiento.

Pero lo cierto es que nuestras vidas penden de un hilo, y esto debió sentir el caballero al sentir el frío de las aguas del océano y ver la muerte cara a cara. En tan complicada situación, sintió gran temor por el estado de su alma, momento en el que invocó al Apóstol Santiago, de quien era muy devoto, pidiendo su ayuda y sintiéndose arrepentido de sus pecados. Su petición fue tan sentida y sincera, y su fe en el Apóstol tan firme, que se obró el milagro justo en el momento en que el caballero se ahogaba en el abismo marino. 

Fue entonces cuando vio una hermosa luz, en medio de la cual apareció el Apóstol Santiago caminando sobre las aguas. Acercándose al caballero, el agua se abrió en dos, dejando al descubierto la arena del fondo que aparecía cubierta de conchas y caracolas. Ahí yacía el cuerpo del caballero, a quien Santiago tomó en brazos, entregándolo a una ola que lo depositó en la orilla. Nuestro caballero estaba salvado y apareció depositado sobre la arena, recubierto de aquellas bonitas conchas. Las aguas se cerraron y el Apóstol sonriente se alejó envuelto en la luz que le había traído, mientras el caballero recuperaba la conciencia y recordaba todo aquello que había entrevisto momentos antes. Recuperado completamente su sentido, tuvo tiempo de contemplar la figura de Santiago alejándose, reconociéndolo por su atuendo de peregrino, adornada su esclavina con unas conchas como aquellas que a él le recubrían. 

Viéndose salvado, prometió peregrinar a Compostela, e hizo público el suceso acontecido. Todos quienes le escucharon aceptaron el símbolo de la concha, que desde ese momento quedó completamente ligada a la intervención del Apóstol Santiago. A partir de ese milagro, la concha quedó convertida en símbolo de la peregrinación a Compostela, luciéndola los peregrinos como recuerdo de la misma y en señal de gratitud por la protección recibida a lo largo de su ruta.

Este milagro es la razón por la cual todos los que peregrinamos a Santiago de Compostela y somos fieles devotos de Santiago el Mayor, portamos nuestra concha con ufanía y devoción.

Fotos: María Luz Gómez


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