martes, 6 de agosto de 2019

El pudor y la elegancia.

Como es habitual en esta época del año, la ciudad de Madrid se ve sometida a las altas temperaturas veraniegas, que imponen la necesidad de buscar alivio al refugio del sol. El descanso estival empuja a gran parte de la población a las playas de las costas españolas, mientras otros aprovechan su tiempo libre visitando los rincones más turísticos de la capital, mezclándose con la gran cantidad de turistas que nos visitan. En todo lugar y a cualquier hora, los viandantes aparecen ante mí como seres uniformes, escasamente vestidos de acuerdo con las tendencias actuales y haciendo gala de la falta de pudor que caracteriza nuestra época. Ante esta visión, mi mente levanta el vuelo y mi vista se dirige a épocas de antaño, en que los caballeros y las damas paseaban ataviados con decencia y buen gusto. Los veranos venían marcados por el éxodo de las clases altas a los destinos costeros y las damas paseaban por las playas luciendo sus largos vestidos blancos y protegiéndose del sol con sus sombrillas y elegantes pamelas.

"Paseo por la playa" (1909)
Joaquín Sorolla
Museo Sorolla (Madrid)

Hablar de pudor y decencia en la actualidad se ha convertido, a ojos de la mayoría, en algo desfasado, pues la sociedad actual presume de haber superado esas nociones que considera propias de un pensamiento retrógrado. Por tanto, conviene recordar el significado del término "pudor", que no es otra cosa sino la tendencia y hábito de conservar la propia intimidad a cubierto de los extraños.

Vivimos bajo el reinado del completo libertinaje, donde no se respeta ni la intimidad propia ni la ajena, lo cual, como bien expresa el Padre Lucas Prados en su obra "El pudor cristiano", "es propio de personas frívolas, carentes de vida interior, que no tienen reparo en descubrir fácilmente su intimidad. No se aprecian en lo que valen y no tienen inconveniente en descubrir su cuerpo y airear sus asuntos personales ante la presencia de personas igualmente frívolas. Desconocen que cuanto más rica es una personalidad, mayor intimidad posee y por eso, su sentido del pudor es más fuerte". Esta supresión del pudor se produce como consecuencia del abandono de la práctica religiosa; si la intimidad personal se difumina, es lógico que el ateísmo se incremente, pues todo encuentro con Dios tiene lugar en el centro de la intimidad personal. A mayor falta de fe, mayor es la falta de pudor. En esta situación, el terreno está bien abonado para que las personas estén ávidas de gozar de los placeres terrenales, rechazando la cruz y la sobriedad, reduciéndose la caridad hacia el prójimo y logrando que toda una cascada de pecados invada las almas.

"El pudor advierte el peligro inminente, impide exponerse a él e impone la fuga en determinadas ocasiones. El pudor no gusta de palabras torpes y vulgares, y detesta toda conducta inmodesta, aun la más leve; evita con todo cuidado la familiaridad sospechosa con personas de otro sexo, porque llena plenamente el alma de un profundo respeto hacia el cuerpo que es miembro de Cristo y templo del Espíritu Santo".



(Papa Pío XII)



En semejante ambiente, nuestro mundo promueve formas de vestir peligrosas, alejadas del recato y de la modestia aconsejadas por la Santa Iglesia Católica. Este hecho fue anunciado por la Santísima Virgen en Fátima, cuando dijo a la pequeña Santa Jacinta Marto: "Los pecados que llevan más almas al infierno son los pecados de la carne. Vendrán modas que ofenderán mucho a Nuestro Señor". Cien años después, no podemos poner en duda la veracidad de esta profecía realizada por Nuestra Señora. No sólo las playas y las piscinas se han convertido en territorio inmoral, también nuestra calles son hoy escenarios indecorosos en los que, especialmente las mujeres se convierten en cómplices de numerosos pecados. Arrastradas por las modas, la frivolidad y la vanidad, se perjudican a sí mismas y a toda la sociedad.

"A menudo se dice, casi con resignación pasiva, que la moda refleja las costumbres de un pueblo. Pero sería más preciso y mucho más provechoso decir que expresan la decisión y la dirección moral que un pueblo pretende tomar, para ser o naufragado en libertinaje o mantenerse en el nivel en que ha sido criado por la religión y la civilización". 


(Papa Pío XII)

Las mujeres no se dignifican aligerando su vestuario, sino vistiéndose con recato y elegancia. El impudor y la vanidad son pecados que arrastran almas al infierno, como bien explicaba el Santo Cura de Ars en algunos de sus magníficos sermones. No sólo pecan ellas sino que hacen caer en pecado a quienes las contemplan con malicia, pues el ojo es la lámpara del cuerpo y la puerta de los deseos, como consecuencia del pecado original. Nuestro Señor Jesucristo nos enseña que nuestros sentidos deben guardarse de la tentación a través del recogimiento de las miradas y evitando las ocasiones de pecado. Nuestra mirada y todos nuestros sentidos deben reservarse para todo aquello que enriquezca nuestras almas. Debemos actuar con responsabilidad, cuidando de nuestras almas y evitando ser ocasión de pecado para los demás, pues de todo esto tendremos que rendir cuentas en el día del Juicio. 

El pudor mantiene el misterio que es esencial a toda mujer y logra que el hombre descubra en ella su corazón, su alma y su personalidad; sólo lo misterioso es capaz de despertar un interés duradero. Por el contrario, si la mujer desvela su intimidad, pierde su alma, vendiéndola al demonio... Y, si pierde su alma, ¿qué destino espera a toda la sociedad? Bien harían las autodenominadas feministas en dignificarse huyendo el impudor y de la promiscuidad que tanto promueven, en lugar de actuar como cómplices de infames intereses masculinos. El hombre debe respetar a la mujer, pero es obligación de la mujer darle un ideal que respetar.

"Nuestra apariencia externa revela nuestra disposición interior". 


(Jason Evert)

El estilo de vida cristiano se caracteriza por la sobriedad, la modestia y el pudor. Somos miembros de Cristo y templos del Espíritu Santo, y como tales debemos comportarnos y presentarnos ante los demás. Vivimos en este mundo pero no le pertenecemos como bien nos enseñó Nuestro Señor Jesucristo. Ciertamente, no resulta fácil ir contra corriente, pero para resistir no debemos basarnos en nuestras propias fuerzas, pues somos débiles, sino orar, vigilar y seguir las enseñanzas del Evangelio, con las cuales se dio lugar a una nueva civilización a través del pudor, la castidad, la virginidad y el sagrado matrimonio monógamo. Por tanto, no debemos seguir las modas mundanas que incrementan el impudor. Observo que muchos católicos siguen las modas pero siempre un paso por detrás para no escandalizar; si de verdad somos bautizados y aspiramos a la santidad, no debemos seguir el camino marcado por la mundanidad. Pocos son los que siguen los ayunos cuaresmales y muchos quienes se apuntan a todo tipo de ayunos y dietas orientados al culto al cuerpo, como una muestra más de idolatría y relajamiento moral propio del paganismo, olvidando que la verdadera belleza no radica en  poseer un cuerpo perfecto sino en la virtud. 

"Ya sea que debamos hablar como nos vestimos, o vestirnos como hablamos. ¿Por qué profesar una cosa y demostrar otra? La lengua habla de castidad, pero todo el cuerpo revela impureza". 
(San Jerónimo)

Reafirmemos nuestra personalidad y no nos dejemos influenciar por quienes tratan a atacarnos y acomplejarnos por creer en nuestra dignidad y por cumplir las normas dictadas por el pudor. Comportémonos siempre y en toda circunstancia con la debida dignidad, haciendo uso de nuestro sentido común para adecuar nuestra vestimenta y nuestro comportamiento a cada circunstancia. Las mujeres contamos con el incomparable ejemplo de la Santísima Virgen María, modelo a imitar en todos sus detalles y virtudes. ¡Volvamos nuestros ojos hacia Ella, llenémonos de sentido sobrenatural y dispongámonos a dirigirnos a nuestra patria celestial, donde nos reuniremos con todos los santos, revestidas siempre de pudor, decencia y elegancia!

"Cuando la mujer pierde su manera de ser delicada, su pudor y su dignidad, el hombre pierde su respeto hacia ella y comienza la ruina de la sociedad. La verdadera dama por sí sola infunde respeto y en nadie despierta malos deseos ni osadas libertades. Conforme se mantiene la mujer, queda en pie o se derrumba la vida humana. Donde la mujer se rebaja a objeto de placer, imperan los instintos naturales, la vida de los sentidos; pero cuando la mujer imita la delicadeza y el pudor de María, allí florece la verdadera cultura, la dignidad humana". 


(Monseñor Tihamér Tóth)


LECTURAS RECOMENDADAS:

-"El pudor cristiano" (Padre Lucas Prados)
-"El casto brillo del pudor cristiano" (Artículo publicado en la Revista "Heraldos del Evangelio" nº 190 - Mayo 2019)
-"Femineidad pura" (Crystalina Evert)

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