La primera vez que vi el rostro de Doña Lucilia fue en una estampita con la que fui obsequiada hace exactamente un año. Con justicia se dice que la cara es el espejo del alma, pues al contemplar aquella fotografía vi a una venerable dama que transmitía bondad a través de su rostro. En aquel momento, no podía imaginar que Dña. Lucilia me "acompañaría" en meses venideros durante mi preparación para mi Consagración a Jesús por María, viendo cada semana su Quadrinho y descubriendo pequeños detalles de su personalidad.
Transcurridos varios meses y acercándose la fecha de mi Consagración, me pregunté si existiría una obra que recogiera su vida con la finalidad de conocer más en profundidad su atrayente personalidad. Cuál sería mi sorpresa cuando ese deseo se vio materializado en un hermoso libro, un volumen bellamente editado y digno de su protagonista.
"Doña Lucilia"
Foto: María Luz
Me dediqué a hojearlo y todo lo que descubría en su interior era bello y encantador, desde las fotografías que lo ilustraban, las cartas incluidas y las anécdotas leídas al azar. Supe inmediatamente que tenía ante mí un auténtico libro de cabecera. No me equivoqué.
Ansiaba iniciar su lectura pero las distintas ocupaciones, las lecturas pendientes de conclusión y algún que otro escrito por publicar en este blog no me lo permitían, sin embargo la portada con la imagen de Dña. Lucilia me invitaba a abrir las páginas del libro e iniciar su lectura sin más dilación.
Su autor, Monseñor Joao Scognamiglio Clá Días, ha relatado la vida de la protagonista de forma amena y bien estructurada, plasmando en cada línea el afecto y la admiración que siente por ella. Leer esta obra constituye una auténtica delicia espiritual por el conjunto de virtudes de su protagonista y por la elegante redacción utilizada por su autor.
En esta ocasión, no ofreceré un resumen de la biografía de Doña Lucilia, pues este libro es un cofre de tesoros que cada quien deberá abrir y descubrir por sí mismo, y yo no soy quién para desentrañar todos los aspectos recogidos en la obra, pero debo reconocer que su lectura me ha hecho evocar un sinfín de temas que me han atraído desde siempre y con los cuales me siento totalmente en consonancia: vida familiar, ambiente de la época, notas históricas, costumbres, la prevalencia de la moral, la cortesía, la amabilidad, y el respeto en el trato y relaciones personales.
Lucilia Ribeira dos Santos, dama de la aristocracia paulista, destacó desde su más tierna infancia por ser un ejemplo de virtud, línea que mantuvo a lo largo de su vida, siendo un ejemplo y una inspiración para todos los que tuvieron la gran dicha de conocerla. Miembro de una familia eminentemente tradicional, monárquica y católica, fue una dama de la Belle Époque, ese período que abarca desde finales del siglo XIX hasta el inicio de la primera guerra mundial, caracterizada por el refinamiento de todos los aspectos de la vida.
Desde edad muy temprana, nuestra protagonista comprendió que nuestras vidas se desarrollan en un valle de lágrimas, y tal como me ocurrió a mí, pronto se dio cuenta que su visión del mundo era opuesta al rumbo que seguía el resto de la humanidad. Me identifico plenamente con ella en ese rechazo que me provoca la agitación de la vida moderna, en su amor por la tradición, por las cosas antiguas y su "frialdad hacia las modernas, en lo que éstas tenían de revolucionario"...Revolución, ¡qué concepto tan espantoso! En estas ideas, que comparto al cien por cien, he encontrado en Doña Lucilia un faro, un pilar al que agarrarme en medio de una sociedad en la cual, ambas, cada una en su época y con sus circunstancias, hemos nadado contra corriente, y una verificación de que la fe en Dios es primordial, sabiendo que jamás abandona a ninguna de sus criaturas.
Doña Lucilia es una inspiración para todos los que tratamos de ser fieles a nuestros principios católicos en una sociedad que nos invita a abandonarlos. Esos principios que deben impregnar nuestras vidas en todos sus aspectos, y que no se limitan a meras prácticas de piedad que se realizan determinados días de la semana o a determinadas horas. Doña Lucilia tuvo que navegar y mantenerse a flote en un período en que se inauguró la "mentalidad moderna", que trataba de imponer nuevos modos de ver la vida, dando importancia a vivir bien el momento presente, sin importar nada más, y sin distinguir entre el bien y el mal. Doña Lucilia fue todo un ejemplo de fidelidad a los principios enseñados por la Santa Iglesia Católica, frente a una mayoría que cede ante la modernidad para terminar muriendo espiritualmente. "Mientras las generaciones que iban surgiendo tenían los ojos puestos en la modernidad, ella había colocado los suyos en la eternidad".
Así se manifestó a lo largo de su infancia, juventud, y edad adulta, en todos las etapas de su vida, abarcando su papel como esposa, madre y educadora de dos hijos. Para lograrlo, se apoyó siempre en su gran devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a su Santísima Madre. Siempre hizo el bien por amor a Dios, aun cuando recibiera a cambio la ingratitud. Poco importaban las desazones que la vida le trajera, porque jamás fue presa del desánimo o la amargura. Todo lo contrario, siempre hizo gala de dulzura, gentileza, bondad, firmeza y de una inmensa paz que irradiaba a su alrededor.
De la misma forma en que me siento atraída por esas grandes cualidades de la dama que me ocupa, comparto su amor y admiración por la cultura europea y muy en particular por Francia, mi país natal, y por el que Doña Lucilia sentía gran fascinación. "El alto deseo de perfección espiritual de Doña Lucilia, se reflejaba en una total consonancia con el buen gusto y el charme francés que su alma encontraba allí...Consideraba que los franceses poseían y representaban la delicadeza de sentimientos...Según su concepción, admirar Francia, dejarse embeber y modelar por ella, era un deber de todos los hombres. Sentía una total afinidad con ese país, que se mantuvo intacta hasta el fin de su vida".
Esta referencia a Francia, a sus realidades y a las tradiciones europeas en su conjunto, nos conduce a considerar la importancia de todo aquello que es bello, que nos enriquece culturalmente, lo cual contribuye a que nuestro espíritu sea elevado y que nuestra alma se vea beneficiada, huyendo de la vulgaridad de la vida moderna y de todo aquello que nos rebaje. Cada cual, en sus circunstancias, debe esforzarse por no dejarse arrastrar por la corriente mayoritaria que trata de igualarnos hacia abajo. Siempre que nos mantengamos en contacto con lo maravilloso, nuestro espíritu se mantendrá en un nivel superior, ayudándonos a sobrevivir en medio de este desierto en el que nos ha tocado vivir.
Cierto es que nadar contra corriente no es fácil, requiere un gran esfuerzo y a menudo nos veremos azotados por inesperadas olas, haciendo incluso que nos veamos aislados, pero conocer la vida de Doña Lucilia nos ayudará en ese intento, nos inspirará, nos dará fuerzas para no caer nunca en el desánimo.
Tuvo una vida santa, e igual de santa fue su muerte, o mejor dicho, su paso a la eternidad, que se produjo con total serenidad.
Nada mejor para concluir este escrito que reproducir las palabras dedicadas a ella por su hijo, el Dr. Plinio, destacado líder católico, que recordando a su madre, decía así: "Yo la admiraba mucho más por ser ella como era y por la virtud que discernía en ella, que por ser mi madre. De tal manera que, si ella fuese madre de otro, y no mía, haría lo posible por ir a vivir junto a ella".
Doña Lucilia hizo gala de distinción, señorío, categoría y sensibilidad de alma, cualidades que se resumen en lo que se ha denominado el "lema luciliano": Vivir es estar juntos, mirarse y quererse bien. Sin duda, toda una lección de vida.
FOTOS:
luciliacorreadeoliveira.com
nobility.org
En esta ocasión, no ofreceré un resumen de la biografía de Doña Lucilia, pues este libro es un cofre de tesoros que cada quien deberá abrir y descubrir por sí mismo, y yo no soy quién para desentrañar todos los aspectos recogidos en la obra, pero debo reconocer que su lectura me ha hecho evocar un sinfín de temas que me han atraído desde siempre y con los cuales me siento totalmente en consonancia: vida familiar, ambiente de la época, notas históricas, costumbres, la prevalencia de la moral, la cortesía, la amabilidad, y el respeto en el trato y relaciones personales.
Lucilia Ribeira dos Santos, dama de la aristocracia paulista, destacó desde su más tierna infancia por ser un ejemplo de virtud, línea que mantuvo a lo largo de su vida, siendo un ejemplo y una inspiración para todos los que tuvieron la gran dicha de conocerla. Miembro de una familia eminentemente tradicional, monárquica y católica, fue una dama de la Belle Époque, ese período que abarca desde finales del siglo XIX hasta el inicio de la primera guerra mundial, caracterizada por el refinamiento de todos los aspectos de la vida.
Doña Lucilia en París.
Doña Lucilia luciendo uno de sus trajes de ceremonia.
Doña Lucilia es una inspiración para todos los que tratamos de ser fieles a nuestros principios católicos en una sociedad que nos invita a abandonarlos. Esos principios que deben impregnar nuestras vidas en todos sus aspectos, y que no se limitan a meras prácticas de piedad que se realizan determinados días de la semana o a determinadas horas. Doña Lucilia tuvo que navegar y mantenerse a flote en un período en que se inauguró la "mentalidad moderna", que trataba de imponer nuevos modos de ver la vida, dando importancia a vivir bien el momento presente, sin importar nada más, y sin distinguir entre el bien y el mal. Doña Lucilia fue todo un ejemplo de fidelidad a los principios enseñados por la Santa Iglesia Católica, frente a una mayoría que cede ante la modernidad para terminar muriendo espiritualmente. "Mientras las generaciones que iban surgiendo tenían los ojos puestos en la modernidad, ella había colocado los suyos en la eternidad".
Imagen del Sagrado Corazón de Jesús, regalo de su esposo.
Así se manifestó a lo largo de su infancia, juventud, y edad adulta, en todos las etapas de su vida, abarcando su papel como esposa, madre y educadora de dos hijos. Para lograrlo, se apoyó siempre en su gran devoción al Sagrado Corazón de Jesús y a su Santísima Madre. Siempre hizo el bien por amor a Dios, aun cuando recibiera a cambio la ingratitud. Poco importaban las desazones que la vida le trajera, porque jamás fue presa del desánimo o la amargura. Todo lo contrario, siempre hizo gala de dulzura, gentileza, bondad, firmeza y de una inmensa paz que irradiaba a su alrededor.
"Sus gestos y actitudes siempre eran armoniosamente equilibrados y distinguidos, sin la menor agitación.Constituían manifestaciones de su privilegiada alma."
De la misma forma en que me siento atraída por esas grandes cualidades de la dama que me ocupa, comparto su amor y admiración por la cultura europea y muy en particular por Francia, mi país natal, y por el que Doña Lucilia sentía gran fascinación. "El alto deseo de perfección espiritual de Doña Lucilia, se reflejaba en una total consonancia con el buen gusto y el charme francés que su alma encontraba allí...Consideraba que los franceses poseían y representaban la delicadeza de sentimientos...Según su concepción, admirar Francia, dejarse embeber y modelar por ella, era un deber de todos los hombres. Sentía una total afinidad con ese país, que se mantuvo intacta hasta el fin de su vida".
Esta referencia a Francia, a sus realidades y a las tradiciones europeas en su conjunto, nos conduce a considerar la importancia de todo aquello que es bello, que nos enriquece culturalmente, lo cual contribuye a que nuestro espíritu sea elevado y que nuestra alma se vea beneficiada, huyendo de la vulgaridad de la vida moderna y de todo aquello que nos rebaje. Cada cual, en sus circunstancias, debe esforzarse por no dejarse arrastrar por la corriente mayoritaria que trata de igualarnos hacia abajo. Siempre que nos mantengamos en contacto con lo maravilloso, nuestro espíritu se mantendrá en un nivel superior, ayudándonos a sobrevivir en medio de este desierto en el que nos ha tocado vivir.
Cierto es que nadar contra corriente no es fácil, requiere un gran esfuerzo y a menudo nos veremos azotados por inesperadas olas, haciendo incluso que nos veamos aislados, pero conocer la vida de Doña Lucilia nos ayudará en ese intento, nos inspirará, nos dará fuerzas para no caer nunca en el desánimo.
Tuvo una vida santa, e igual de santa fue su muerte, o mejor dicho, su paso a la eternidad, que se produjo con total serenidad.
Nada mejor para concluir este escrito que reproducir las palabras dedicadas a ella por su hijo, el Dr. Plinio, destacado líder católico, que recordando a su madre, decía así: "Yo la admiraba mucho más por ser ella como era y por la virtud que discernía en ella, que por ser mi madre. De tal manera que, si ella fuese madre de otro, y no mía, haría lo posible por ir a vivir junto a ella".
Doña Lucilia hizo gala de distinción, señorío, categoría y sensibilidad de alma, cualidades que se resumen en lo que se ha denominado el "lema luciliano": Vivir es estar juntos, mirarse y quererse bien. Sin duda, toda una lección de vida.
FOTOS:
luciliacorreadeoliveira.com
nobility.org
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