Es un hecho indiscutible, Europa lleva mucho tiempo suicidándose. En los últimos tiempos, contemplo con dolor las muertes consecuencia de ataques terroristas en diversas ciudades europeas, y contemplo atónita a miles de ciudadanos y a dirigentes guardando minutos de silencio y colocando mensajitos en los lugares de los ataques. Hacer eso es, más bien, propio de ateos y masones. Las iglesias deberían llenarse de gente en oración sin embargo, no es así. Los silencios, los mensajes escritos...no sirven de nada. Lo único útil es la oración, pero ¿cómo pedir oraciones a una sociedad que hace mucho tiempo le ha dado la espalda a Dios?
Cuando salgo por la puerta de mi casa, soy consciente de que me enfrento a un mundo hostil, todo lo que nos rodea es más propio del satanismo que de una sociedad con raíces cristianas. Y así lo enfatizan también todas nuestras autoridades, que no dudan en eliminar todo símbolo cristiano. Es más, son capaces de participar en una ceremonia satánica a la hora de inaugurar un túnel que une dos naciones europeas, pero incapaces de presidir una misa para pedir por las almas de sus compatriotas muertos. Y si además tenemos que escuchar a un Primer Ministro diciendo a los franceses que a partir de ahora deben acostumbrarse a convivir con el terrorismo, la situación es patética y clama al cielo.
Es evidente que nuestra clase política está desprestigiada, pero no nos engañemos, es un fiel reflejo de la sociedad a la que gobierna. Vivimos una época gris, más que gris, oscura en todos los sentidos. No existen hombres de estado, con principios sólidos, capaces de liderar y regir el destino de sus naciones por la senda correcta.
En momentos así, vienen a mi mente grandes figuras del pasado, y en concreto un nombre, Otto de Habsburgo, príncipe imperial y archiduque de Austria, hijo del último emperador austriaco el Beato Carlos I y su esposa la emperatriz Zita. Cuando se acaban de cumplir cinco años de su fallecimiento y Europa se adentra cada vez más en su declive, su figura es una referencia necesaria.
Otto de Habsburgo
El pequeño Otto junto a sus padres, los emperadores Carlos I y Zita.
Otto de Habsburgo fue un "emperador" sin corona y sin imperio, que acabó desintegrado por culpa del fenómeno nacionalista y por decisión de las potencias vencedoras en la primera guerra mundial. El imperio austro-húngaro fue un impresionante estado multinacional y multicultural cuya desintegración no trajo la felicidad prometida a los pueblos que lo integraban. Otto conoció el exilio pero nunca se mostró como un hombre nostálgico del pasado, más bien demostró siempre una gran capacidad de adaptación a la realidad cambiante que tuvo que experimentar desde su infancia. Dedicó su vida a trabajar por la unidad europea desde su puesto de diputado en el parlamento europeo, a la lucha contra los totalitarismos, y publicó numerosos escritos sobre política y economía.
El archiduque Otto contrajo matrimonio con la princesa alemana Regina de Sajonia y fueron padres de siete hijos.
Otto de Habsburgo con el Papa Juan Pablo II.
El archiduque Otto junto a su esposa Regina, hijos y nietos de peregrinación en Santiago de Compostela, en el año 2009. Como cristianos y europeos, los Habsburgo eran y son conscientes de la importancia de Santiago como lugar de espiritualidad cristiana y así lo quisieron inculcar a sus descendientes. Casi todos los años se dejaban ver en la capital gallega para venerar los restos del Apóstol Santiago.
Siempre fue fiel a sus principios cristianos y trabajó en favor de una unión europea que respetara sus raíces cristianas. En sus palabras siempre se dejaba traslucir su sentido trascendente de la vida, así lo dejó entrever cuando declaró que la caída del régimen soviético se había logrado por la actuación directa del Todopoderoso, o cuando afirmaba con toda la razón que "entre los políticos, algunos piensan en las próximas generaciones mientras que otros no piensan más que en las próximas elecciones". Siempre denunció la actitud de los políticos de izquierda que se negaban a aceptar cualquier referencia a la existencia de Dios, manifestando que "sería necesario abandonar el intento de convertir a los hombres en dioses y reconocer que existe un Dios que nos ha creado y cuyas leyes debemos respetar". Esta postura se une a lo que él entendía como una política monárquica frente a una política republicana, tal como explicó con las siguiente palabras:
"Yo quiero llevar a la política europea personas con una cierta actitud intelectual, con una postura política que me parece monárquica. No en el sentido de Monarquía como forma de Estado, sino como actitud. El monárquico tiene una actitud diferente ante ciertas cosas. He encontrado muchas veces republicanos que están centrados en su propio interés. En cambio, los parlamentarios que tienen una tradición monárquica trabajan mucho más. Porque sienten que tienen una responsabilidad ante Dios por encima de las gentes que los enviaron allí. Mucha gente no se da cuenta de eso. Esta noción, "por la gracia de Dios" , es una noción enormemente importante. Porque nos enseña que somos responsables ante una autoridad más alta que nosotros o que otras autoridades mundiales. Que estamos obligados "por la gracia de Dios", a la que debemos el estar en política, ya sea como Monarca o como diputado. Todo el poder viene de Dios y debemos responder de este poder a Dios. Y si aún tenemos una pequeña fracción de ese poder, debemos emplearlo siempre con un sentido de la responsabilidad absoluto. Pero antes de llegar a Dios, somos responsables ante los demás. Debemos hacer lo mejor para todos. Si Dios nos ha dado un pequeño trozo de su potencia es para ser responsables ante los que representamos y a los que debemos el estar en este lugar. Muchas veces tenemos que tomar decisiones que pueden ser trascendentales para la comunidad. Diré francamente que hay mucha gente mucho más religiosa que yo, pero en ciertas votaciones sólo encuentro en la oración el camino para buscar la opción justa para la gente que represento. Yo tengo ese pequeño poder que tiene un diputado entre muchos otros. Pero tengo una responsabilidad ante Dios, lo que significa que debo hacer el máximo por la gente a la que represento. Muchas veces hay el reto de tomar una decisión correcta. Ésta es un poco una actitud monárquica. Veo a otras personas que la tienen también. Y todos son en el fondo monárquicos."
¡Qué diferente sería nuestra Europa si sus dirigentes siguieran la estela de Otto de Habsburgo!
No espero nada de personas que viven apartadas de Dios, pero desde aquí rezo y pido:
"Europeos, reaccionad y regresad a los brazos del Todopoderoso."
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