lunes, 8 de agosto de 2016

EL GRAN MEDIO DE LA ORACIÓN

La oración como medio necesario y seguro para alcanzar la salvación. Este es el tema de un pequeño tesoro en forma de libro escrito por San Alfonso María de Ligorio, de quien ya hablé tiempo atrás comentando otra de sus obras, "Práctica de amar a Jesucristo".
 
Partiendo de la promesa realizada por Nuestro Señor: "Pedid y recibiréis", San Alfonso María nos explica la verdad de esa promesa, haciendo un repaso de los argumentos ofrecidos al respecto por diversos Santos y rebatiendo diversas herejías.
 

"El gran medio de la oración"
Editorial Apostolado Mariano
Foto: María Luz

 
LA NECESIDAD DE LA ORACIÓN
 
Los humanos somos débiles, incapaces de hacer bien alguno. Únicamente con la asistencia del Señor podemos llegar a buen puerto. Sin la gracia divina ni siquiera podemos comenzar a hacer el bien. Por eso necesitamos orar para obtener la salvación y todas las gracias que necesitamos, puesto que el Señor sólo las concede si se le piden: "Las primeras gracias , como la primera vocación a la fe, o la penitencia después de haber pecado, las concede Dios aun sin haberlas pedido; pero todas las demás gracias sólo se conceden a quien humildemente las demanda".
 
A través del bautismo son perdonados los pecados, pero sigue perviviendo nuestra inclinación a pecar, de ahí que tan necesaria sea la oración para ser salvados y conducidos al cielo. Durante nuestra vida terrenal, nos vemos atacados por las fuerzas de numerosos enemigos de nuestras almas, a las cuales somos incapaces de resistir por nosotros mismos sin el auxilio divino, y este auxilio sólo puede obtenerse a través de la oración. Alguien podría deducir de esta afirmación que Dios no conoce nuestras necesidades. Nada más lejos de la realidad, sí las conoce, pero nuestra oración se hace necesaria para comprender lo necesitados que estamos de acudir a Dios para que nos socorra, nos salve y sea reconocido como único autor de todo nuestro bien...Así como el alma da vida al cuerpo, la oración mantiene la vida en el alma.
 
De este modo, la oración se constituye en la mejor y más necesaria arma para defendernos de nuestros enemigos espirituales. Somos débiles, pero a través de la oración obtendremos el remedio a nuestra debilidad y Dios nos dará la fuerza para conseguir lo que nosotros no podemos.
 
En esa oración a Dios, a quien únicamente debemos rogar como autor de la gracia, nos es lícito recurrir a la intercesión de los santos, y muy especialmente a la intercesión de la Santísima Virgen, cuyas preces tienen mucho mayor valor ante su Hijo que las de todos los otros santos. Esta afirmación es conocida por los lectores de este blog, pues ya quedó claramente explicada al hablar del "Tratado de la verdadera devoción a la Santísima Virgen" de San Luis Mª Grignion de Montfort.
 
 
EL VALOR DE LA ORACIÓN
 
 
Somos seres extremadamente débiles, librando una guerra frente a enemigos muy fuertes. Sólo a través de la oración, Nuestro Señor nos dará la fuerza necesaria para combatir en esta guerra y salir vencedores porque sin haber alcanzado la victoria, no podremos ser coronados.
 
No se trata tan sólo de orar para obtener ayuda, sino que Dios se disgusta enormemente si nos ve descuidados en la oración. Espera que pidamos su ayuda para venir en nuestro auxilio.
 
Queda claro por tanto, que la oración es nuestra mejor arma, que aplaca la cólera de Dios frente a quien le ruega con humildad, obtiene la gracia, combate al enemigo y convierte al pecador en santo.
 
Dios siempre está dispuesto a oír nuestras oraciones, y nos atenderá siempre que le pidamos como conviene.
 
Las lecturas y la meditación son necesarias para conocer nuestras obligaciones y ser conscientes de lo que nos falta, pero de nada nos vale conocerlas si no las ponemos en práctica. De ahí el valor inmenso de la oración en la que pidamos a Dios su auxilio para llevarlas a cabo.
 
Orando, la salvación es cosa segura y facilísima. Por eso, digamos siempre: "Dios mío, ayúdame; Señor, asistidme, tened piedad de mí." Si somos constantes en hacerlo, alcanzaremos la salvación.
 
 
CONDICIONES DE LA ORACIÓN
 
Jesucristo prometió que todo aquello que en Su Nombre pidiéramos al Padre, nos sería concedido. Pero para que ello sea así, es necesario que nuestra oración sea formulada con las debidas condiciones: orar para sí, pedir las cosas necesarias para la salvación, humildad, confianza y perseverancia, y sabiendo que todo aquello que pidamos nos será concedido siempre que sea para nuestro provecho espiritual, y positivo para nuestra salvación eterna.

-Se debe orar para sí, es decir, pedir para el mismo que ora. Si pedimos una gracia para otra persona, no tenemos la certeza de que acepte esa gracia que pedimos para ella, porque depende de ella y no de Dios. Es cierto que Dios no ha prometido escucharnos, cuando aquellos por quienes rogamos ponen positivamente obstáculo a su conversión; pero algunas veces, por su bondad, tiene en cuenta las oraciones y proporciona gracias extraordinarias con que reducir a buen estado a los pecadores más obstinados. Por tanto, no dejemos de encomendar a Dios a los que se encuentran apartados de Él.

-Pidamos las gracias que necesitamos para nuestra salvación. La promesa sobre la oración no se refiere a las gracias temporales que no pertenecen a la salvación del alma. Podemos pedir cosas necesarias para la vida, siempre que no sean con afán desordenado, pidiéndolas con resignación y con la condición de que sean para nuestro provecho espiritual.
 
-Dios escucha las oraciones de los humildes y rechaza las de los soberbios. Nunca debemos fiarnos de nuestras propias fuerzas, ya que si nos fiamos de ellas, dejamos de encomendarnos a Dios, y el resultado será nuestra segura caída. A través de la oración obtenemos el auxilio divino para ejercitarnos en la virtud y en el amor a Dios, y finalmente alcanzar la santidad.
 
-Para que nuestra oración obtenga las gracias deseadas, debemos rogar con confianza de ser escuchados. Cualquier gracia que pidáis, pedidla con la seguridad de alcanzarla, y así la recibiréis. Ante cualquier dificultad, digamos: Todo lo puedo en el que es mi fortaleza. Con el auxilio de Dios, lo podemos todo. Cierto es que Nuestro Señor, no siempre nos concede los bienes temporales que le pedimos, y es así cuando considera que no nos beneficiarán espiritualmente. En cambio siempre nos escucha cuando le solicitamos bienes espirituales: Su santa gracia, una santa muerte, su santo amor, resignación en su voluntad...Estas son las peticiones que más le agradan.
 
-Orar con perseverancia significa que no debemos cesar en la oración hasta la muerte. Si no cesamos de rogar, Dios no nos abandonará, nos asistirá siempre, y no permitirá que le perdamos ni nos separemos de su amor.

A TODOS SE DA LA GRACIA DE LA ORACIÓN
 
[Con este apartado, da comienzo la segunda parte del libro que nos ocupa, y que no todas las ediciones incluyen, por ello, quienes estén interesados en la lectura de este libro, conviene que adquieran una edición que abarque la obra completa].
 
 
-Una vez que tenemos clara la necesidad de orar para alcanzar la salvación, debemos también tener la seguridad de que todos contamos con el auxilio de Dios para poder orar sin necesidad de gracias especiales para ello. Todos podemos orar, y a través de la oración obtener las gracias necesarias para la observancia de los preceptos y alcanzar nuestra salvación.
 
-Por voluntad antecedente, Dios quiere salvarnos a todos, pero por voluntad consiguiente desea que algunos sean castigados por bien de la justicia.
 
-Dios no exige cosas imposibles. Al mandar, nos exige que hagamos lo que podamos y que roguemos para pedir su auxilio en lo que no podamos. Son los hombres los que, por su descuido en la oración, carecen de la gracia para guardar los mandamientos.
 
-Dios permite que algunos pecadores, en pena de sus culpas, se vean sometidos a fuertes tentaciones quedando moralmente abandonados en sus pecados, de forma que su resistencia resulta muy difícil debido a sus malo hábitos, siendo muy débiles e ineficaces sus deseos para encaminarse a la salvación. Para salir de ese estado, necesitarían una gracia extraordinaria que Dios no suele conceder a pecadores obstinados, como forma de demostrar su poder y su justicia, y para frenar a los impíos induciéndolos a la conversión. Dicho esto, debe quedar claro que no puede hablarse de un abandono absoluto de los pecadores, pues semejante abandono les induciría a dar rienda suelta a sus desenfrenos.
 
-Dios no permite que seamos tentados por encima de nuestras fuerzas, concediéndonos siempre, por medio de la oración, los auxilios para resistir.
 
-Todos podemos orar sin necesidad de gracias especiales para ello, pero a veces nuestra oración es tan tibia que podría considerarse casi nula. Por ello, más motivos tiene el Señor para quejarse de nosotros, que nosotros para quejarnos de que nos falte la gracia.
 
-Todo nuestro mérito consiste en colocar nuestra confianza en Dios. Cuanto mayor sea nuestra confianza, más honramos a Dios y más se difundirá sobre nosotros la divina misericordia.
 
-Nadie se condena por el pecado original, sino por culpa propia al descuidar la oración, y por tanto no demandar el auxilio divino.
 
-Todo el que ruega y ora obtiene la gracia y la salvación, pero son pocos los que lo hacen, por eso son pocos los que se salvan.
 
 
Oremos pues, con humildad, confianza y perseverancia, sabiendo que todos somos hijos de Dios, que su promesa de salvación es cierta y que tiene todo el poder para cumplirla.
 
 

 


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