martes, 1 de agosto de 2017

A MI BUEN SAN JOSÉ


Mi estimado y buen San José:

Bien sabéis que desde hace unos meses sois, junto a vuestra Santísima Esposa, protagonista primordial de mis devociones más queridas. A Ella le debo el haberme guiado a Vos, con su maternal cuidado, sabiendo que Vos seríais una ayuda inestimable para mi pobre alma, tan necesitada de un brazo fuerte en el que apoyarse.
 
Es así como, día tras día, estáis presente en mis invocaciones y siempre soy atendida por Vos con diligencia y amable atención. Razón por la cual, me he interesado en conoceros en profundidad, y con tal objeto, mis últimas semanas han estado ocupadas leyendo sobre Vos, en tres libros que no han hecho más que aumentar mi admiración hacia vuestra excelsa figura.

Foto: María Luz
 
Siempre os imaginé como el más dulce, solícito y humilde de los hombres, pero esos tres adjetivos, siendo ciertos, no son capaces de abarcar todas las facetas que componen vuestra maravillosa personalidad. Pues, más allá de ser el hombre bueno que fue Esposo de la Madre de Dios y padre nutricio de Nuestro Salvador, fuisteis el confidente íntimo de los designios de Dios.
 
Sois un hombre justo porque en Vos se reúne el compendio de todas las virtudes en el más alto grado de perfección. Todo apunta a que fuisteis santificado en el seno materno, en atención a la futura dignidad que tendríais que ostentar. No podría ser de otro modo siendo el destinado a desposar a la Santísima Virgen, Madre del Salvador.
 
Años atrás tuve ocasión de visitar la tierra en que nacisteis. Siendo vuestra familia originaria de Belén, como miembro de la Casa de David, quiso el Todopoderoso que nacierais en la hermosa y fértil Galilea, tierra que habitaban judíos y gentiles, lugar ideal para criar y educar al Salvador de todos los hombres, sin distinción de origen. Por vuestro linaje, sois noble, pero también poseéis la nobleza de alma pues atesoráis todas las virtudes y la santidad. Aquí radica, precisamente la verdadera nobleza, en la excelencia de vuestra persona.
 
Casto y virginal, siempre antepusisteis en todo la voluntad de Dios, por ello, cuando fue vuestra vara la que floreció entre todas las varas de los jóvenes de la Casa de David que aspiraban a casarse con María, cumplisteis el designio divino y junto a Ella formasteis un matrimonio perfecto en cuanto a su esencia y sus buenos efectos. María debió sentirse feliz apreciando vuestra fe, elevación de alma, sencillez, vuestra mirada limpia y vuestros gestos reposados, haciéndola sentir segura a vuestro lado. Mientras, vuestra alma se dilataría con un inmenso instinto protector, sabiendo que por Ella y con Ella, poseeríais todos los bienes. Dichoso el esposo de una mujer buena, y dichosa la esposa de un hombre tan dulce, solícito y seguro apoyo en toda circunstancia. Vuestra unión constituye todo un ejemplo que nos estimula a progresar interiormente delante de Dios y de los ángeles, a obedecer fielmente Sus designios, sabiendo que Sus planes distan mucho de los planes humanos.
 
 
Las circunstancias que tuvisteis que enfrentar no tardaron en presentarse. Dios había puesto en vuestras manos a su criatura privilegiada, bendita entre todas las mujeres, en quien había pensado desde toda la eternidad. Y cuando percibisteis la futura maternidad de María, sentisteis no estar a la altura de la misión que se os encomendaba, pero Dios os concedió las gracias necesarias para cumplirla, pues cuando predestina un alma a una misión, siempre le otorga los dones necesarios para su realización. El amor del Altísimo constituyó la base de vuestra alianza, y por ello, al hacerse hombre, quiso aparecer ante el género humano como fruto de tan santa unión.

Os imagino contemplando al Niño Jesús nacido en Belén, siendo el primer hombre que tuvo la dicha de recibir en sus manos al fruto bendito del vientre de María. Esa pequeña criatura junto a la presencia de vuestra Santísima Esposa fueron la luz que iluminó vuestros días. Por ellos y para ellos ofrecisteis vuestra vida entera. Al igual que los Magos, llegados para adorar a Jesús recién nacido y ofrecerle sus presentes, Vos le ofrecisteis el oro de vuestro amor y sumisión, el incienso de vuestra fe, la mirra de vuestros brazos y energías hasta el día de vuestra muerte, para colaborar de forma tan esencial en la obra de Salvación.

Ante el aviso del ángel que anunciaba amenaza y muerte, os visteis obligado a tomar a vuestros dos tesoros y partir hacia Egipto sin mirar atrás, dejando vuestro hogar, vuestra tranquilidad y afrontando la incertidumbre del exilio.  Fue ahí donde nos demostrasteis a lo que hay que estar dispuesto para guardar a Jesús. Igualmente sois maestro a la hora de dolernos de Su pérdida, llenarnos de ansiedad en Su búsqueda y rebosar de alegría ante Su hallazgo. En Vos vemos el reflejo de las preocupaciones, fatigas y trabajos de esta vida, que son los caminos cuyo tránsito hará posible el incremento de nuestras virtudes en nuestro trayecto hacia Dios.

Siendo Jesús hijo del Todopoderoso, quiso Dios que Vos le representarais como padre terrenal, que educarais a Su Hijo con vuestro ejemplo y conducta, y Jesús os honró mostrándoos total sumisión, docilidad y obediencia, viendo en Vos la imagen de Su Padre celestial.

Vuestro oficio de carpintero era el más conveniente para Vos y vuestra familia, permitiéndoos una vida retirada, pacífica y útil en cualquier lugar en que estuvierais destinado a habitar. La madera era vuestro material de trabajo, convirtiéndose en instrumento de salvación. Rodeado de madera del pesebre, nació el Salvador, y sobre la madera de una cruz entregó Su vida para alcanzar nuestra redención. Entre un suceso y otro, Él os acompañó compartiendo vuestro trabajo, siendo vuestro aprendiz, de la misma forma que Vos le observabais también para aprender de Él. Contemplando a vuestro Hijo, debisteis manteneros, al igual que vuestra esposa, en la reserva de vuestra reflexión, sabiendo que pertenecía al Padre de los cielos, y sin que ello os paralizara a la hora de ejercer vuestra función paternal con perfecta rectitud.
 
"Sagrada Familia" - Nazaret
Foto: María Luz
 
Echando la vista atrás, recuerdo mi visita a vuestra casa en Nazaret, e imagino el hogar de tres personas que se aman en comunión constante, sometidos a la voluntad del Padre. Vos, San José, sometido a la voluntad divina, vuestra Esposa María, subordinada a Vos, y Jesús, obediente a ambos. Toda una lección divina que nos enseña que el poder es más un servicio que un privilegio. Sois tres corazones en uno: Vos sois el mejor medio para llegar a María, y Ella, el mejor medio para llegar a Jesús. No me cabe la menor duda de que consagrándonos a vuestros tres corazones y viviendo dentro de ellos, estaremos bien protegidos y defendidos de la maligna adversidad.
 
Casa de la Sagrada Familia en Nazaret
 
Con la misma sumisión a la voluntad divina, enfrentasteis el momento de vuestra muerte. Como hombre de silencios y dado a la reflexión, seguramente no expresaríais con palabras todo aquello que desfiló en vuestra mente en esos momentos. Estabais habituado a callar para dejar hablar a Dios. Os imagino en vuestro lecho de muerte, siendo atendido por la tierna solicitud de Vuestra amada Esposa, y confortado por vuestro hijo Jesús con palabras de vida eterna. Dios había puesto en vuestras manos el cuerpo recién nacido de Su Hijo, y ahora Vos poníais vuestro espíritu en las Suyas. Vuestra muerte tuvo que convertirse en muerte de amor viendo que vuestros últimos momentos de vida terrenal eran sostenidos por todo un Dios y consolados por Su Madre. ¿Cabe mayor felicidad?...Y así expirasteis en brazos de Dios y lleno de consuelos celestiales.

Vuestra vida es la de un hombre humilde opuesta a la de los orgullosos. Un hombre sencillo, discreto, piadoso, trabajador, dulce y pacífico, de noble linaje, aceptando sin queja la modestia de su condición. Un hombre angelical, que tuvo la dicha que servir familiarmente a Dios, como no lo han podido hacer todos los ángeles en su conjunto. Silencioso en la vida y en la muerte, buscando siempre complacer al Señor. Ejemplo de predicadores, pues tiene más mérito predicar con el ejemplo que con la palabra. Vuestras fatigas se vieron compensadas con la luz que recibíais viviendo entre la Luna y el Sol. Sois el insigne vencedor frente a los tiranos que amenazaban al Rey de los judíos, dispuesto a dar vuestra vida por Él. Insigne vencedor sobre el demonio que nunca pudo ni siquiera atravesar el umbral de vuestra puerta. Lleno de fortaleza y confianza, en Vos se reúnen toda la luz y el esplendor que los demás santos tienen juntos. Todo ello os ha hecho merecedor de vuestra glorificación. Y todo ello nos obliga a veneraros, y a honraros tal como hicieron vuestra Santísima Esposa y Nuestro Señor Jesucristo. Si así lo hacemos estaremos también honrándoles a Ellos, y causando gran alegría en toda la corte celestial.
 
Patrocinio de San José.
(Gaspar Miguel de Berrío - Bolivia, siglo XVIII)
 
"Frente a la agitación y los oropeles estimados en el mundo, San José nos enseña que la única grandeza consiste en servir a Dios y al prójimo, cumpliendo amorosamente el deber, por humilde que sea, sin buscar otra compensación que agradar a Dios y someterse a Sus designios, con el único temor de no servir suficientemente bien...El mensaje de José es la llamada a la primacía de la vida interior, de la contemplación, de la abnegación. Lo esencial no es parecer, sino ser, servir y buscar la gloria de Dios".

Mi querido y amable San José, os venero con todo mi corazón y os agradezco vuestra siempre solícita ayuda. Desde hoy, esta pobre esclava de María se consagra también a Vos, solicitando vuestro amparo en todas y cada una de las circunstancias que me queden por vivir, y declarándoos mi veneración y amor, pues quien ama a Jesús y a María, debe también amaros a Vos, pues los tres estáis unidos en el cielo y en la tierra con un amor inmenso en un solo Corazón.
 
María Luz
  
CONSAGRACIÓN A SAN JOSÉ
 
Yo me consagro a Vos, querido San José,
a fin de que seáis para mí un padre, un protector y un guía
en el camino de la vida.
Deseo que conservéis mi alma limpia de toda mancha de pecado,
para que sea toda hermosa y pura para Jesús.
Ofrecedme a María, mi Madre querida,
para que Ella me consagre a Jesús.
De este modo, viviendo siempre en vuestros Tres Corazones,
pueda yo vivir cumpliendo la voluntad de Dios
y al final me obtengáis una santa muerte.
Amén.
 
Para conocer en mayor profundidad la excelsa figura de San José, he tenido el inmenso placer de leer los siguientes libros, cuya lectura recomiendo:
 
"Suma de los dones de San José" (P. Isidoro de Isolanis - S. XVI)
"Treinta visitas al silencioso San José" (Fr. Henri-Michel Gasnier, O.P.)
"San José, el más santo de los santos" (P. Angel Peña O.A.R.)
 
 

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