Un año más, llegadas estas fechas, salir a la calle me produce una indignación mayor de la habitual, al ver el aspecto que toman los escaparates de las tiendas, inundados de artículos lúgubres, y personas ocupadas en buscar todo lo que aporte el aspecto más desagradable, siniestro y terrorífico a sus atuendos y decoraciones de Halloween.
No tengo ninguna intención de dedicar líneas a explicar el origen siniestro de tan lamentable costumbre. Aquellos que no lo conozcan pueden acudir al libro "Entre el cielo y la tierra" de la autora María Vallejo-Nágera, donde encontrarán una excelente explicación de lo que supone en realidad coquetear con dicha celebración.
No tengo ninguna intención de dedicar líneas a explicar el origen siniestro de tan lamentable costumbre. Aquellos que no lo conozcan pueden acudir al libro "Entre el cielo y la tierra" de la autora María Vallejo-Nágera, donde encontrarán una excelente explicación de lo que supone en realidad coquetear con dicha celebración.
En estos días, todo apunta a una especie de competición por lo macabro, que huye de nuestra cultura cristiana para adentrarse en el escenario de las brujas, los monstruos y el mundo de las tinieblas presidido por el demonio, en una celebración pagana propia de los druidas en la época anterior a Nuestro Señor Jesucristo. Y no nos engañemos, los que participan en la misma son tanto personas apartadas de la fe como fieles que dicen creer y que asisten a Misa cada domingo. El caso de estos últimos es especialmente descorazonador, pues no son conscientes de estar encendiendo una vela a Dios y otra al demonio, olvidando que es imposible tener un pie en cada orilla: o se está con Dios o se está contra Él. Por si todo esto fuera poco, se anima a los niños a que participen en fiestas disfrazados de monstruos, vampiros y brujas, alterando su mente en lo que a la consideración de la muerte se refiere. Siempre me ha causado estupor ver como los niños son alejados cuando fallece un ser querido para evitar que se "traumaticen", y en cambio se les permite ver películas de terror, entretenerse con juegos de gran violencia y disfrazarse de seres aterradores, considerándolo como absolutamente normal. No sólo me parece terrible actuar así a la hora de educar a los niños, sino también un insulto a su inteligencia.
A lo que realmente debemos dedicar tiempo siempre, y en especial en los días venideros, es a recordar y orar por las almas de nuestros seres queridos difuntos. Mucho más provecho obtendríamos durante estos días, rezando una novena a las almas del purgatorio, en lugar de perder el tiempo en celebraciones macabras que presentan a los difuntos como seres de ultratumba y que ofrecen una visión de la muerte como algo lúgubre, en lugar de considerarla como lo que es: el paso a la vida eterna. Dar la espalda al verdadero significado de la fecha de Todos los Santos y Fieles Difuntos, supone una falta de caridad hacia nuestros seres queridos y una ofensa al Todopoderoso.
Dicho lo cual, nada mejor que dejar constancia de la explicación ofrecida por el Catecismo de la Iglesia Católica sobre la existencia del Purgatorio:
Los que mueren en la gracia y en la amistad con Dios, pero imperfectamente purificados, aunque están seguros de su eterna salvación, sufren después de su muerte una purificación, a fin de obtener la santidad necesaria para entrar en la alegría del cielo.
La Iglesia llama purgatorio a esta purificación final de los elegidos que es completamente distinta del castigo de los condenados. La Iglesia ha formulado la doctrina de la fe relativa al purgatorio sobre todo en los concilios de Florencia y de Trento. La tradición de la Iglesia, haciendo referencia a ciertos textos de la Escritura, habla de un fuego purificador.
Esta enseñanza se apoya también en la práctica de la oración por los difuntos, de la que ya habla la Escritura...Desde los primeros tiempos, la Iglesia ha honrado la memoria de los difuntos y ha ofrecido sufragios a su favor, en particular el sacrificio eucarístico, la Santa Misa, para que una vez purificados, puedan llegar a la visión beatífica de Dios. La Iglesia también recomienda las limosnas, las indulgencias y las obras de penitencia a favor de los difuntos.
A lo explicado por el Catecismo, me gustaría añadir la exposición contenida en las revelaciones escritas por Santa Brígida, que hacen referencia a la existencia de tres niveles dentro del purgatorio:
- Primer nivel o grado inferior. En el mismo el sufrimiento es mayor, se caracteriza por la tiniebla profunda y por la aplicación de la pena de fuego. Es, por tanto, el más similar al infierno
- Segundo nivel. En este nivel, los sufrimientos son menores, a las almas se les oculta gran parte de la belleza del cielo pero no en su totalidad, sufriendo angustia por conseguir el amor divino.
- Tercer nivel. Es el más cercano al cielo. En él no existen castigos sensibles pero las almas sufren mucho por estar tan cerca de Dios y no poderle alcanzar.
Conociendo la existencia de estos tres niveles, es fácil comprender la purificación gradual por la que pasan las almas desde el nivel inferior hasta llegar al nivel superior, para alcanzar la verdadera santidad y poder presentarse ante Dios. Queda claro, por tanto, que estas almas necesitan nuestra ayuda para purificarse, aliviarse y librarse cuando antes del purgatorio y ser conducidas al cielo. Estamos obligados a socorrerlas, por ello, ofrezcamos oraciones y Misas en su nombre. Y no olvidemos inculcar a los niños esta costumbre, para que perciban la muerte no como algo lúgubre sino como algo natural que antes o después acontecerá y nos conducirá a la vida eterna.
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