(Escrita por el Beato Bartolomé Longo)
¡Oh augusta Reina de las Victorias, oh Virgen soberana del Paraíso!,
cuyo nombre poderoso alegra los cielos y hace temblar de terror a los abismos.
¡Oh gloriosa Reina del Santísimo Rosario!,
nosotros, los venturosos hijos vuestros, postrados a vuestras plantas en este día,
derramamos entre lágrimas los afectos de nuestro corazón,
y con la confianza de hijos, os manifestamos nuestras necesidades.
Desde ese trono de clemencia donde os sentáis como Reina,
volved, ¡oh María!, vuestros ojos misericordiosos a nosotros;
a nuestras familias, a nuestra nación, a la Iglesia Católica, a todo el mundo,
y apiadaos de las penas y amarguras que nos afligen.
Mirad, ¡oh Madre!, cuantos peligros para el alma y cuerpo nos rodean;
cuántas calamidades y aflicciones nos agobian.
Detened el brazo de la justicia de vuestro Hijo ofendido,
y con vuestra bondad subyugad el corazón de los pecadores,
pues ellos son nuestros hermanos e hijos vuestros,
que al dulce Jesús costaron sangre divina
y a vuestro Corazón indecibles dolores.
Mostraos hoy para con todos Reina, verdadera de paz y de perdón.
Ave María...
En verdad, en verdad, Señora, nosotros, aunque hijos vuestros,
con las culpas cometidas hemos vuelto a crucificar en nuestro pecho a Jesús
y traspasar vuestro tiernísimo Corazón.
Sí, lo confesamos, somos merecedores de los más grandes castigos;
pero tened presente, oh Madre, que en la cumbre del Calvario
recibisteis las últimas gotas de aquella sangre divina
y el postrer testamento del Redentor moribundo;
y que aquel testamento de un Dios, sellado con su propia sangre,
os constituía en Madre nuestra, Madre de los pecadores.
Vos, pues, como Madre nuestra, sois nuestra Abogada y nuestra Esperanza.
Y por eso nosotros, llenos de confianza, entre gemidos,
levantamos hacia Vos nuestras manos suplicantes
y clamamos a grandes voces:
¡Misericordia, oh María, misericordia!
Tened, pues, piedad ¡oh Madre bondadosa!,
de nosotros, de nuestras familias, de nuestros parientes;
de nuestros amigos, de nuestros difuntos y, sobre todo, de nuestros enemigos
y de tantos que se llaman cristianos y, sin embargo,
desgarran el amable Corazón de vuestro Hijo.
Piedad también, Señora, piedad, imploramos para las naciones extraviadas,
para nuestra querida patria y para el mundo entero,
a fin de que se convierta y vuelva arrepentido a vuestro maternal regazo.
¡Misericordia para todos, oh Madre de las misericordias!
Ave María...
¿Qué os cuesta, oh María, escucharnos, qué os cuesta salvarnos?
¿Acaso vuestro Hijo divino no puso en vuestras manos
los tesoros todos de sus gracias y misericordias?
Vos estáis sentada a su lado con corona de Reina,
rodeada de gloria inmortal sobre todos los coros de los Ángeles.
Vuestro dominio es inmenso en los cielos,
y la tierra con todas las criaturas os está sometida.
Vuestro poder, ¡oh María!, llega hasta los abismos, puesto que Vos, ciertamente,
podéis librarnos de las asechanzas del enemigo infernal.
Vos, pues, que sois todopoderosa por gracia, podéis salvarnos;
y si Vos no queréis socorrernos por ser hijos ingratos e indignos de vuestra protección,
decidnos, al menos a quién debemos acudir para vernos libres de tantos males.
¡Ah!, no: vuestro Corazón de Madre no permitirá que se pierdan vuestros hijos.
Ese divino Niño, que descansa sobre vuestras rodillas,
y el místico Rosario que lleváis en la mano,
nos infunden la confianza de ser escuchados,
y con tal confianza nos postramos a vuestros pies, nos arrojamos como hijos débiles
en los brazos de las más tierna de las madres, y ahora mismo, sí,
ahora mismo, esperamos recibir las gracias que pedimos. Amén.
Ave María...
(Pidamos la bendición de la Virgen María):
Otra gracia más os pedimos, ¡oh poderosa Reina!,
que no podéis negarnos en este día.
Concedednos a todos, además de un amor constante hacia Vos,
vuestra maternal bendición.
No, no nos retiraremos de vuestras plantas hasta que nos hayáis bendecido.
Bendecid, ¡oh María!, en este instante al Sumo Pontífice.
A los antiguos laureles e innumerables triunfos alcanzados con vuestro Rosario,
y que os han merecido el título de Reina de las Victorias, agregad este otro:
el triunfo de la Religión y la paz de la trabajada humanidad.
Bendecid también a nuestro Prelado, a los Sacerdotes
y a todos los que celan el honor de vuestro Santuario.
Bendecid a los asociados al Rosario Perpetuo
y a todos los que practican y promueven
la devoción del vuestro Santo Rosario.
Oh Rosario bendito de María, dulce cadena que nos une con Dios,
vínculo de amor que nos une a los Ángeles,
torre de salvación contra los asaltos del infierno,
puerto seguro en el común naufragio, no te dejaremos jamás.
Tú serás nuestro consuelo en la hora de la agonía.
Para ti el último beso de la vida que se apaga.
Y el último susurro de nuestros labios será tu suave nombre,
oh Reina del Rosario, oh Madre nuestra querida,
oh Refugio de los pecadores, oh Soberana consoladora de los tristes.
Que seas bendita por doquier, hoy y siempre, en la tierra y en el cielo.
Salve...
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