sábado, 4 de abril de 2020

Estimado Rvdo. D. Pedro Paulo...

Hace tan solo tres días que su alma, repleta de virtudes, voló al encuentro de la patria celestial. Su partida deja un gran vacío en nuestros corazones y mis ojos se ven inundados de lágrimas al saber que ya no podré conversar con usted ni escuchar sus sabias reflexiones. Entre lágrimas y oraciones, mi mente ha recorrido multitud de recuerdos ligados a usted, todos ellos imborrables y que ocupan un lugar de honor en el álbum de mi vida.

Como creyente en Dios, siempre me he preguntado por qué lloramos desconsoladamente cuando perdemos a un ser querido, máxime si tenemos la certeza absoluta de que su alma ya forma parte del reino celestial. Es obligado pensar en Nuestro Señor llorando la muerte de su amigo Lázaro al tiempo que, hoy, mi pobre alma se siente huérfana ante su ausencia, pues este mundo terrenal se volverá más inhóspito sin su presencia.

La huella que usted ha dejado en nuestra patria, a la que llegó hace décadas para iniciar su apostolado, quedará para siempre adornada con su acento brasileiro, su sonrisa bondadosa, su delicadeza de trato y su cálida hospitalidad; todo ello como una excelsa muestra del lema luciliano "vivir es estar juntos, mirarse y quererse bien". 


Su amor a Nuestro Señor Jesucristo, a la Santísima Virgen y a la Santa Iglesia Católica han marcado su vida terrenal y han quedado patentes en su importante apostolado entre nosotros. Sus hijos espirituales tenemos en usted el mejor ejemplo de un verdadero esclavo de María repleto de entusiasmo y vitalidad.

Usted me dijo en una ocasión que "la Providencia siempre nos exige un paso más..." y es por ello que ahora, mis lágrimas de tristeza por su pérdida deben convertirse en lágrimas de alegría. Alegría y agradecimiento por haberle conocido, por haberle frecuentado durante infinidad de ocasiones, en las cuales mi pobre alma tuvo ocasión de vivir el cielo en la tierra asistiendo a las Misas celebradas por usted y escuchando sus siempre vibrantes homilías. Alegría al saber que aquellas lágrimas que Nuestra Señora derramó hace dos años en algunas de nuestra sedes se han tornado en luminosa sonrisa al recibirle a usted en el cielo, donde ya es nuestro querido intercesor.

Estimado Rvdo. D. Pedro Paulo, interceda por todos nosotros y por nuestra familia espiritual, para que el apostolado iniciado por usted se acreciente cada día más. Interceda por esta España que usted tanto ama y por las necesidades de la Santa Iglesia Católica.

Interceda por mi pobre alma para que siempre haga mío el deseo que usted me expresó en una ocasión: "No deseo otra cosa sino que la gracia me santifique y que me dé gracia para santificar a otros".

Ante la separación, es inevitable sentir saudade, por este motivo y en espera de nuestro reencuentro, trataré de aliviar mis saudades, reuniéndome con usted en el punto de encuentro que usted mismo me señaló: el Inmaculado Corazón de María.

Hoy, en este soleado primer sábado de mes, tras rezar el Santo Rosario, elevo mi mirada al cielo y con una sonrisa exclamo ¡hasta pronto, mi estimado Reverendo!

María Luz Gómez




domingo, 8 de diciembre de 2019

Acto de desagravio al Sagrado Corazón de Jesús para el mes de diciembre y tiempo de Adviento



¿Qué necesidad tenías, oh dulce Jesus mío, de instituir la adorable Eucaristía, para probar el encendidísimo amor en que ardía tu Corazón para conmigo? ¿No publicaba bastante el amor que me tenías aquel purísimo y virginal seno en que estuviste nueve meses encerrado? Y aquel vil establo en que te dignaste nacer con tanta abyección, incomodidad y pobreza; la paja y el heno de aquel pesebre que te sirvió de cuna, y la misma inclemencia de la estación y de la noche, a que recién nacido quisiste sujetar tus tiernas y delicadas carnes, ¿no pregonaban bastante el amor que me tenías?

¿Y cómo podré yo corresponder a tan excesivo amor? Ya te entiendo, amable Redentor mío: tú quieres que en este Adviento reforme mi corazón, y te prepare en él una morada menos indigna que hasta aquí, para celebrar la memoria de tu Nacimiento, repasar las lecciones que desde el pesebre nos leíste, y alcanzar las gracias que naciendo nos mereciste. Quieres que viva en mayor recogimiento y retiro; que me guarde aun de las más leves culpas, que me niegue al fausto y a la vanidad; que sea humilde, manso, sufrido, resignado a la divina voluntad, y mortificado. ¡Y qué es todo esto, Jesús mío, en comparación de lo que tu Corazón se merece y ha hecho por mi! Gustoso haré eso poco que me pides: mas, ¡ay de qué servirían mis resoluciones y promesas, si no me dieras gracia para cumplirlas! Para alcanzarla más fácilmente, uno mis afectos y sentimientos con los del Purísimo Corazón de María. Acepta, como cosa propia mía, los amorosos suspiros, las humildes oraciones e internos coloquios, las profundas adoraciones con que esta Seora te cortejaba, reverenciaba y amaba, teniéndote aún en su castísimo seno. Acepta las ardentísimas ansias con que anhelaba por el feliz momento de su parto purísimo; y sobre todo acepta su Corazón, tan encendido y abrasado en llamas de tu amor. ¡Cuán dichoso seria yo si, al recibirte el día de Navidad en mi pecho, supiese hacerte total e irrevocable donación de este ruin corazón mío, como lo hizo la Virgen, y lo harán tantas almas fervorosas! ¡Y qué dicha la mía, si, en retorno de esta generosa entrega, recibiese de ti una copiosa avenida de gracias, y un constante y ardentísimo amor a tu Corazón amoroso! Pues ya que los reyes de la tierra acostumbran señalar con mercedes extraordinarias el nacimiento de un príncipe hijo suyo, señala también tú el tuyo propio, derramando tus dones sobre esta tu pobre criatura para que, viviendo ahora mi corazón estrechamente unido con el tuyo, logre amarte y gozarte eternamente en la gloria. Amén.


"Áncora de Salvación"
por el R.P. José Mach.
Edición de 1954.

jueves, 7 de noviembre de 2019

Acto de desagravio al Sagrado Corazón de Jesús para el mes de noviembre y fiesta de Todos los Santos



¡Oh Santos del paraíso que rebosáis de gozo ante el Corazón augusto de mi amable Jesús! 

Yo acepto la invitación que me hacéis, y adorando con vosotros a ese amorosísimo Corazón, y uniendo mi débil voz a las vuestras, repito lleno de alegría: ¡Sea honrado, glorificado, amado y obedecido de todos los corazones por siglos infinitos el Corazón Santísimo de Jesús, que con tal exceso de misericordia nos amó y redimió con su sangre preciosa! Mas ¡cuánta indiferencia hay, Santos gloriosos, entre vuestra suerte y la mía! Vosotros estáis ya gozando de ese divino Corazón, le veis y le amáis con indecible ardor, gozo y hartura de espíritu, sin temor alguno de perderle. Yo, aunque le veo con los ojos de la fe en la adorable Eucaristía y le recibo en mi pecho para alimento y salud de mi alma, con todo eso, ¡cuántas veces me faltan los afectos, por ser muy tibio mi fervor y muy lánguida mi fe! ¡Cuántas veces, aunque esté en su presencia y le tenga dentro de mi, hállome distraído, helado, duro e insensible! Pero lo que más me aflige es ver cuán fácilmente pueda desamparar a ese Corazón amabilísimo, y hacerme indigno de su amor.

Tened, pues, compasión de mí, Santos gloriosos: rogad a ese Corazón santísimo que siempre que acuda a visitarle en la Sagrada Eucaristía, atraiga a sí mi corazón con todos los afectos y sentimientos; y que siempre que le reciba dentro de mi pecho, se digne iluminar mi entendimiento con sus enseñanzas, y encender mi voluntad con el fuego de su divino amor, para que a Él solo ame, y en Él solo espere; y mucho más que en mí mismo, viva en el Corazón Sagrado de mi Dios, único señor y dueño de mi corazón. No dudo, santos protectores míos, que por vuestra intercesión alcanzaré estas gracias, si las apoya la Reina de todos los Santos y Madre mía amantísima. Sí, dulcísima Virgen María, presentad ante el divino acatamiento, y apoyad con vuestra poderosa protección estas mis humildes súplicas; y entonces lograré amar en esta vida, a imitación de los Santos, y alabar en la otra, en su compañía, el amorosísimo y santísimo Corazón de mi dulce Jesus. Amén.

"Áncora de Salvación"
por el R.P. José Mach
Edición de 1954


domingo, 27 de octubre de 2019

Testamento del Generalísimo Francisco Franco

 Españoles:
Al llegar para mí la hora de rendir la vida ante el Altísimo y comparecer ante su inapelable juicio, pido a Dios que me acoja benigno a su presencia, pues quise vivir y morir como católico. En el nombre de Cristo me honro, y ha sido mi voluntad constante ser hijo fiel de la Iglesia, en cuyo seno voy a morir. Pido perdón a todos, como de todo corazón perdono a cuantos se declararon mis enemigos, sin que yo los tuviera como tales. Creo y deseo no haber tenido otros que aquellos que lo fueron de España, a la que amo hasta el último momento y a la que prometí servir hasta el último aliento de mi vida, que ya sé próximo.
Quiero agradecer a cuantos han colaborado con entusiasmo, entrega y abnegación, en la gran empresa de hacer una España unida, grande y libre. Por el amor que siento por nuestra patria os pido que perseveréis en la unidad y en la paz y que rodeéis al futuro Rey de España, Don Juan Carlos de Borbón, del mismo afecto y lealtad que a mí me habéis brindado y le prestéis, en todo momento, el mismo apoyo de colaboración que de vosotros he tenido. No olvidéis que los enemigos de España y de la civilización cristiana están alerta. Velad también vosotros y para ello deponed frente a los supremos intereses de la patria y del pueblo español toda mira personal. No cejéis en alcanzar la justicia social y la cultura para todos los hombres de España y haced de ello vuestro primordial objetivo. Mantened la unidad de las tierras de España, exaltando la rica multiplicidad de sus regiones como fuente de la fortaleza de la unidad de la patria. 
Quisiera, en mi último momento,  unir los nombres de Dios y de España y abrazaros a todos para gritar juntos, por última vez, en los umbrales de mi muerte:
¡Arriba España!, ¡Viva España! 

jueves, 3 de octubre de 2019

Acto de desagravio al Sagrado Corazón de Jesús para el mes de octubre.

¡Oh Corazón infinitamente amable, y con todo eso tan poco amado y conocido de los hombres! ¿Quién jamás habría creído que, habiéndote dignado vivir entre nosotros en la adorable Eucaristía, hallándote presente a un mismo tiempo en tantas iglesias, estando noche y día en nuestros sagrarios exhalando ternísimos afectos de amor para con nosotros, te dejaríamos horas y días enteros en tanta soledad, sin hacer caso de las cariñosas voces con que nos convidas a que te visitemos, siquiera de paso y una vez al día? ¡Oh detestable y monstruosa ingratitud la nuestra! ¡Oh Corazón verdaderamente divino!, pues aunque te ves olvidado, mal correspondido, y tan indignamente tratado, no obstante eso, en lugar de desterrarte de nuestros altares, y descargar sobre nosotros las terribles venganzas que teníamos bien merecidas, continúas en esa soledad, manso y humilde, y tan enamorado de los hombres, que tienes puestas tus delicias en estar en medio de nosotros. Y no satisfecho aún tu amor, día y noche te ofreces aquí por víctima de nuestros pecados, e intercedes con tu Eterno Padre en favor nuestro, moviéndole a derramar sobre nosotros tantas bendiciones espirituales y temporales como de su liberal mano continuamente recibimos.

Por eso, deseoso de corresponder a tal exceso de caridad, y de resarcir en alguna manera tan enorme ingratitud, propongo, oh Corazón amabilísimo, redoblar en este mes las oraciones ante tu acatamiento divino, unirme a ti a menudo con todos mis sentimientos y afectos cada hora, y aun con mayor frecuencia recibirte espiritualmente. Dígote con el más vehemente fervor de mi espíritu, que quisiera ver a todos los hombres humildemente postrados ante tu soberana Majestad; y que todos los corazones te amasen, y todas las voluntades se sujetasen a tu querer con el mayor rendimiento. A este fin propongo visitarte con frecuencia, y cuando me sea forzoso apartarme de ti para acudir al cumplimiento de mis obligaciones, rogaré, y desde ahora para entonces ruego al Ángel de mi guarda que supla mis veces y quede en mi lugar hasta que vuelva a visitarte. Rogaré también, y desde ahora ruego a los Santos cuyas imágenes y reliquias se veneran en esta iglesia, que, bajando del cielo, se postren en tu presencia, y en nombre mío te adoren, amen, alaben y presenten el Corazón amorosísimo de la Virgen Santísima, que tanto te agrada. Acepta estos mis humildes obsequios, Corazón dulcísimo de mi amado Jesús, y así como me has dado gracias para hacerte estos ofrecimientos, dámela también para cumplir fielmente lo prometido y adorarte por siglos eternos en el cielo. Amén.

"Áncora de Salvación"
por el R.P. José Mach.
Edición de 1954.

miércoles, 25 de septiembre de 2019

Fra Angélico: un pintor celestial

Cuando la modista francesa Jeanne Lanvin (1867-1946) viajó a Florencia, pudo contemplar los maravillosos frescos pintados por Fra Angelico. Quedó tan impactada por su intenso color azul Quattrocento, que lo escogió como uno de sus colores favoritos, utilizándolo no sólo para decorar su habitación sino también para plasmarlo en sus creaciones, convirtiéndolo en uno de los colores emblemáticos de su casa de modas.

Ese azul tan vibrante, que es mi color favorito, destaca junto a los luminosos dorados y otros tonos intensos en la exposición del Museo del Prado, titulada "Fra Angelico y los inicios del Renacimiento en Florencia". Si bien la mayoría de obras del pintor protagonista se encuentran en Florencia, esta exposición constituye un buen aperitivo de la totalidad de su obra, que gira en torno a "La Anunciación", obra emblemática del pintor que ha sido recientemente restaurada y que hemos podido contemplar en todo su esplendor.

La Anunciación

Esta exposición se centra en una época muy concreta, la del primer Renacimiento florentino (1420-1430), y en ella se recogen obras no sólo del mencionado maestro sino también de muchos de sus contemporáneos como son Gentile da Fabriano, Masolino, Donatello, Uccello, Ghiberti, Filippo Lippi, Lorenzo Monaco, etc. en un intento de reunir una serie de obras que transmiten la intensa actividad artística de dicho período.

Guido di Pietro, conocido mundialmente como Fra Angelico, nació al norte de Florencia hacia el año 1400. Su formación como pintor comenzó cuando dicha ciudad se encontraba en estado de ebullición en cuanto a encargos artísticos se refiere. Habiendo sido aprendiz en el taller del monje benedictino Lorenzo Monaco, pintor que se caracterizaba por su estilo gótico refinado, el joven Guido ingresó en el Convento de Santo Domenico de  Fiesole, tomando el nombre de Fra Giovanni y donde contó con el apoyo necesario para desarrollar su talento. Y así fue como, rezando e invocando a Dios Todopoderoso, sus pinceles comenzaban a deslizarse y plasmaban un entorno celestial lleno de integridad, de armonía y de colores bien definidos que transmiten a quien contempla su arte la sensación de estar en el paraíso. 

Se había formado en lo medieval pero asimiló también el estilo del primer Renacimiento, incorporando a sus obras las novedades de la época. Su maestría en el uso de la perspectiva, en la composición de las figuras y en la intensidad de sus colores, convirtieron a Fra Angelico en uno de los artistas más importantes y célebres de su época. Si bien estas características técnicas son muy señaladas en su obra, su espiritualidad y devoción fueron decisivas en la composición de sus pinturas, pues mientras sus pinceles se deslizaban, la oración brotaba de su corazón y las lágrimas inundaban sus ojos al pintar a Nuestro Señor Jesucristo crucificado. Es por ello que, a diferencia de los artistas renacentistas, tan afanados en rendir culto a la anatomía humana, Fra Angelico también se ocupa del hombre pero desde su faceta interior, como reflejo de Dios. Todas las figuras por él plasmadas se caracterizan por la elegancia y la dignidad, y sus rostros traslucen la paz interior de sus almas. 

Gran conocedor de la obra de Santo Tomás de Aquino, conocido como el doctor Angélico, mereció tras su muerte el mismo calificativo a modo de nombre y con el mismo es conocido mundialmente: Fra Angelico. No podría ser de otro modo para quien plasmó cientos de maravillosos ángeles y a través de la perfección y luminosidad de sus obras nos infunde deseos de alcanzar el cielo.

Realizó su paso a la eternidad en 1455. Cuentan que en ese instante los ángeles de sus frescos derramaron lágrimas y que una serena sonrisa adornó el rostro del excelso artista, tal vez porque tras plasmar escenas celestiales en sus frescos pudo, por fin, contemplar el verdadero cielo ante sus ojos. Así partió este magnífico artista cuya gloria más grande fue pintar para Cristo Nuestro Señor.

RETABLO DE LA ANUNCIACIÓN (1425-26)


Este retablo fue pintado para San Domenico de Fiesole como una interpretación del dogma de la Encarnación en la que Adán y Eva adquieren cierto protagonismo.

En la parte superior izquierda los rayos de luz dorada emanan de Dios Padre, llevando la paloma del Espíritu Santo hasta llegar a la Virgen María, como manifestación visible de la Encarnación. Junto a esa fuente de luz divina, contemplamos al fondo de la estancia la luz solar que penetra a través de una ventana creando un contraste entre la luz divina y la luz natural. De la misma forma se establece una comparación entre criaturas celestiales y terrenales, pues justo encima de la sagrada paloma aparece una golondrina, símbolo de resurrección, posada en lo alto de la columna. De manera análoga, mientras que la estancia se amuebla con sencillos muebles de madera, la Virgen María aparece sentada sobre un paño dorado. El rostro de Nuestra Señora muestra una perfección y delicadeza inigualables, y el Arcángel San Gabriel resplandece en su luminoso ropaje.

Adán y Eva atraviesan el jardín bajo la mirada de un ángel, expulsados por su pecado, al tiempo que están en presencia de su posible salvación. Conocedora de ello, Eva dirige su mirada a María, la nueva Eva que a través de la Encarnación redimirá a la raza humana del pecado original.

En la predela pueden contemplarse las principales escenas de la vida de Nuestra Señora: 

El Nacimiento y los Desposorios de la Virgen

La Visitación

La Natividad

La Presentación de Jesús en el templo.

La Dormición de la Virgen

El retablo de la Anunciación se encuentra en el Museo del Prado gracias a que fue recibido como obsequio diplomático por el Duque de Lerma, valido del rey Felipe III de España y el hombre más poderoso de nuestra nación en aquel tiempo. En principio, la obra estaría destinada a la capilla que Lerma tenía en Valladolid, pero parece ser que nunca llegó a ese destino. Es posible que Lerma la donara al Convento de las Descalzas Reales, pues allí profesaba una sobrina suya. Salió del mencionado Monasterio y fue donado al Museo del Prado, donde hoy puede ser contemplado por todos los visitantes.

LA VIRGEN DE LA GRANADA (1424-25)


Todavía recuerdo la primera vez que contemplé esta obra, por aquel entonces, propiedad de la Casa de Alba. Me impresionó la calidad de la pintura, la intensidad del colorido y su perfecto estado de conservación. El cuadro fue adquirido en 1817 por Carlos Miguel Fitz-James Stuart y Silva, XIV Duque de Alba, quien fue uno de los mayores coleccionistas de arte de la España de su época. A partir de ese momento, el cuadro decoró el Salón Italiano del Palacio de Liria hasta el año 2016, en que fue adquirido por el Museo del Prado. 

El intenso azul Quattrocento es inigualable y cobra especial protagonismo en esta pintura en la que contemplamos entronizados a la Santísima Virgen con el Niño Jesús. Tras ambos, dos ángeles sostienen un paño de honor tejido con hilos de oro, como muestra de los lujosos tejidos que fueron base importante de la economía de Florencia y de otras ciudades italianas. Fra Angelico manifestó siempre un gran interés en la representación de esos textiles florentinos, tanto en sus motivos como en la textura de los materiales, demostrando su perfecto conocimiento de ese sector industrial. La fabricación de terciopelos con hilos de oro se vio enriquecida a partir de 1420 con la llegada de los battilori, expertos en el manejo de hilos metálicos. Un ejemplo de esta técnica es precisamente el paño de honor representado en la obra que nos ocupa, así como diversos textiles mostrados en la exposición y que los visitantes pudimos contemplar.

Es obligado dirigir nuestra mirada a la Virgen para, acto seguido, centrarnos en el Niño Jesús y su manita recogiendo granos de la granada. Esta fruta posee múltiples significados. Por un lado, la granada decoraba las vestiduras del sumo sacerdote Aarón y de sus hijos; por otro lado, es considerada símbolo de la armonía y concretamente, símbolo de la unidad de la Iglesia. Este último aspecto cobra especial importancia en la época debido, por un lado, a la elección  en 1417 del Papa Martín V, poniendo fin al Cisma de Occidente que había dividido a la Cristiandad europea. Por otro lado, se habían condenado las herejías de Inglaterra y Bohemia en el concilio de Pavía-Siena (1423-24) y se había planteado la esperanza de la reunificación de las iglesias de Oriente y Occidente. Dicho concilio había sido presidido por Leonardo Dati, maestro general de los dominicos, la orden de Fra Angelico. La granada es también símbolo mariano y anuncio de la futura Pasión de Nuestro Señor, sacrificio que el Niño Jesús acepta al depositar su mano sobre las semillas de color rojo.

LA VIRGEN DE LA HUMILDAD CON CINCO ÁNGELES (1425)


Esta representación es, sin duda, realmente cautivadora por su composición y por la expresión de los rostros de la Santísima Virgen y del Niño Jesús. La Virgen aparece sentada sobre un almohadón, en compañía de ángeles que tocan instrumentos musicales. En una de sus manos sujeta un jarrón con rosas encarnadas, blancas y azucenas, símbolos de pureza. Al igual que en la anterior obra mencionada, los ángeles sostienen un rico paño de honor florentino.

Llama la atención que el Niño Jesús sostenga también una azucena, lo cual se ha interpretado como un posible encargo de un eclesiástico de la catedral de Florencia, Santa María del Fiore. Sin embargo, los círculos dorados que decoran las rojas alas de los ángeles, así como la roja cruz del halo del Niño, podrían apuntar a un encargo del gremio de banqueros, cuyo escudo consistía en un campo rojo con bolas doradas. 

En 1816, este cuadro fue el obsequio de boda del futuro rey Jorge IV de Inglaterra a su hija la princesa Carlota de Gales. A la muerte de ésta, el cuadro permaneció en manos de la familia de su viudo, el futuro rey Leopoldo I de Bélgica. En la actualidad, forma parte de la colección Thyssen-Bornemisza.

LA CORONACIÓN DE LA VIRGEN Y
LA ADORACIÓN DEL NIÑO CON SEIS ÁNGELES (1429-31)

Nuestra Señora, arrodillada en oración, es coronada por Nuestro Señor Jesucristo ante los ángeles que les rodean, y teniendo como espectadores a diversos santos y profetas, entre ellos figuran:

-En la fila superior, San Juan Bautista, San Pedro, dos profetas no identificados, el rey David (coronado y con un arpa), San Pablo y San Juan evangelista. 
-En la fila intermedia aparecen un santo joven, Pedro Mártir, Santo Domingo, San Francisco de Asís, San Esteban y un diácono santo y mártir. 
-En la fila inferior apreciamos a San Antonio Abad, San Jerónimo, Santo Tomás de Aquino, San Agustín (o Nicolás de Bari), Santa María Magdalena y Santa Cecilia. Entre este último grupo contemplamos a Santo Tomás de Aquino que gira su cabeza hacia el espectador, señalando la escena, así como vemos a San Pedro en la fila superior con su cabeza vuelta. Al respecto, conviene recordar la lección dada por Santo Tomás según la cual, la sabiduría divina desciende de lo alto y se transmite a través de los doctores. Ello explicaría la presencia de los dos santos que están junto a él, así como de los tres profetas judíos situados en el centro de la primera fila. 

En la predela se representa la Adoración del Niño Jesús con seis ángeles vestidos de azul, color que se asociaba con los dominicos y también con la orden angélica de los querubines, con la que eran comparados. Santo Tomás de Aquino consideraba que era el color de la plenitud de la ciencia.

RETABLO MAYOR DE SAN DOMENICO DE FIÉSOLE (1419-1422)


La tabla principal representa a la Virgen María con el Niño entronizados, con ocho ángeles y los santos Tomás de Aquino, Bernabé, Domingo y Pedro Mártir.

Contemplar todo el conjunto del retablo es un verdadero privilegio, especialmente si pensamos en que fue el primer retablo obra de Fra Angelico, razón por la cual, asombra el grado de perfección alcanzado en esta obra. No se conservan documentos sobre este conjunto pero su historia está vinculada a la refundación del convento de San Domenico y a la decisión del artista de tomar los hábitos en esa comunidad. 

Sin entrar en un detalle pormenorizado de todo el conjunto, destaco una serie de figuras que completan el retablo:

Entre otras figuras, en una las pilastras podemos contemplar a San Nicolás de Bari y el Arcángel San Miguel, quien aparece ricamente ataviado y pisando al demonio sin mostrarle atención.

En la predela pueden contemplarse diversas representaciones, todas ellas magníficas en su ejecución y colorido:

Cristo glorificado
Cristo resucitado en una maravillosa gloria de ángeles músicos y cantores, con una esfera azul en la base que simboliza el cielo. En la parte derecha, los ángeles de la fila superior visten del azul de los dominicos. El primero de ellos porta una guirnalda de hojas, como si fuese a coronar  a Jesucristo, cuya victoria sobre la muerte está simbolizada por sus heridas, pintadas en oro, en lugar del rojo habitual.

La Virgen María con apóstoles, doctores de la Iglesia y santos monjes.
La Virgen en oración se sitúa en el centro de la fila superior. Muchos de los santos son monjes y frailes especialmente queridos por la comunidad de San Domenico. Junto a Santo Domingo, santo Tomás de Aquino y San Francisco de Asís, vemos monjes benedictinos con hábitos de otras órdenes florentinas, como los vallombrosanos (de marrón) y los camaldulenses (de blanco).

Los precursores de Cristo con mártires y vírgenes.
La fila superior está encabezada por Adán con otros personajes del Antiguo Testamento, en cuyo centro está San Juan Bautista. La fila intermedia está formada por mártires varones, uno de ellos dominico, Pedro de Verona, en posición central. La fila inferior agrupa a santas mártires.


En las bases de las pilastras se sitúan dos tablas de beatos dominicos, que constituyen una celebración de su eterna comunidad. Casi todas las figuras se identifican gracias a una inscripción colocada en sus hábitos.

LA CRUCIFIXIÓN (1418-20)

Contemplar a Nuestro Señor crucificado siempre capta nuestra atención, pero a medida que me acercaba a esta obra, me sentía inundada por el fondo de tonalidad dorada que hace que Su figura en la cruz nos atraiga con una mayor intensidad, al igual que los ángeles dolientes que resaltan en torno a Él y cuyas vestimentas azules aparecen un tanto oscurecidas. Nuestro Señor aparece rodeado de soldados romanos a caballo. De Su costado mana la sangre, tras ser traspasado por la lanza de Longinos (primero por la izquierda) y cuyo gesto parece indicar que acaba de reconocer la divinidad de Cristo. Justo al lado del pie de la cruz vemos al hombre que sostiene la esponja empapada en vinagre con la que calmó la sed de Cristo.

Si hay otra figura que capta nuestra atención es la de Nuestra Señora, desvanecida por el dolor y atendida por dos mujeres, mientras María Magdalena, ataviada con manto rojo, se acerca a Ella. La escena es contemplada por San Juan, quien muestra su rostro inundado de tristeza y sus manos entrelazadas.

Sirva este selección de algunas de las obras expuestas como un recuerdo de esta exposición tan deseada desde hace mucho tiempo por quienes admiramos el arte celestial de Fra Angelico y sirva también para acrecentar en nuestro espíritu el deseo de perfección que nos conduzca a la santidad.

"¡Mi gloria más grande fue pintar para ti, oh Cristo!"
(Epitafio de Fra Angelico)

miércoles, 4 de septiembre de 2019

Acto de desagravio al Sagrado Corazón de Jesús para el mes de septiembre

Eterno Dios, creador y conservador de todas las cosas: yo, pecador indigno, me postro ante el trono de vuestra soberana Majestad y por medio del Sagrado Corazón de vuestro Hijo Jesús, mi vida, mi verdad y mi camino, os adoro por todos los hombres que no os adoran, os amo por todos los que no os aman, y por todos los que voluntariamente ciegos rehúsan conoceros, os reconozco y confieso por verdadero Dios, único y supremo Señor de cielos y tierra. 

¡Ojalá pudiese yo satisfacer la estrechísima obligación que tienen todos los hombres de alabaros, amaros y rendirse enteramente a vuestra santísima voluntad! ¡Ojalá pudiese yo recorrer todas las partes del mundo, reunir todas las almas redimidas con la sangre preciosa de vuestro Hijo, y abrazándolas con entrañas de verdadera caridad, ofrecéroslas todas dentro del Corazón santísimo de mi Jesús, reparar las injurias que os han hecho, y por los méritos de este Corazón amantísimo, alcanzar la salvación de todas ellas. No permitáis, oh Padre Celestial que sea por más tiempo ignorado de ellas vuestro Hijo unigénito. Sumidas están muchas en el abismo del pecado y muertas a la gracia: haced que resuciten a nueva vida, viviendo por Jesús, que murió y vertió por ellas su preciosísima sangre. Con ese Corazón sagrado presento también a vuestra Majestad todos los que le son devotos, y os pido que los llenéis de su espíritu y les concedáis estar con Vos eternamente. Otorgadme, os ruego, todas estas gracias, no mirando a la indignidad del que os las pide, sino a vuestra  infinita misericordia, y a los méritos de vuestro Hijo santísimo.

Mas ¿quién podrá corresponder a tantos beneficios como me habéis hecho, y a tantos otros que espero recibir de Vos en adelante, oh Jesús mío? Confieso que nada puedo y nada soy: deseoso, con todo de agradecer en alguna manera tantos favores, os ofrezco el Corazón Inmaculado de vuestra Madre amorosísima. Quisiera yo amaros, Jesús mío, con aquella encendida caridad con que os ha amado y ama este purísimo Corazón. Por aquel amor entrañable con que esta Madre tierna os albergó nueve meses en su seno virginal, y alimentó con su purísima leche, concededme, os suplico, una verdadera contrición de mis pecados; para que, limpio mi corazón de toda mancha, logre amaros, alabaros y gozar de Vos eternamente en la gloria. Amén.


"Áncora de Salvación"
por el R.P. José Mach.
Edición de 1954.