San Claudio de la Colombière |
Hoy he recibido un regalo en forma de oración, una auténtica maravilla, escrita por San Claudio de la Colombière, jesuita, santo francés que vivió en el siglo XVII, durante el reinado de Luis XIV, y director espiritual de Santa Margarita María Alacoque. De entre las diversas oraciones que escribió, la que comparto hoy se titula "ACTO DE CONFIANZA EN DIOS", título que describe bien su contenido y su sentido, y que refleja perfectamente la característica principal de su autor: su entrega a la voluntad divina sin límites y sin condiciones, y por tanto, su total desapego del mundo. ¡Cuántas veces hemos esperado sin resultado, cuántas veces hemos depositado nuestra confianza o nuestra esperanza en quien no debíamos, cuántas veces nos hemos volcado en lo terrenal! Nuestra naturaleza humana llena de fragilidad e imperfección nos lleva a equivocarnos y a desviarnos del camino recto y seguro. Y estos tiempos actuales son idóneos para apartarnos de lo único que importa: Dios mismo. Por ello, leamos atentamente la siguiente oración y depositemos toda nuestra confianza en Dios.
ACTO DE CONFIANZA EN DIOS
Dios mío, estoy tan persuadido de que veláis sobre todos los que en Vos esperan, y de que nada puede faltar a quien de Vos aguarda todas las cosas, que he resuelto vivir en adelante sin cuidado alguno, descargando sobre Vos todas mis inquietudes. Mas yo dormiré en paz y descansaré; porque Tú, ¡Oh Señor! y sólo Tú, has asegurado mi esperanza.
Los hombres pueden despojarme de los bienes y de la reputación; las enfermedades pueden quitarme las fuerzas y los medios de serviros; yo mismo puedo perder vuestra gracia por el pecado; pero no perderé mi esperanza; la conservaré hasta el último instante de mi vida y serán inútiles todos los esfuerzos de los demonios del infierno para arrancármela. Dormiré y descansaré en paz.
Que otros esperen su felicidad de su riqueza o de sus talentos; que se apoyen sobre la inocencia de su vida, o sobre el rigor de su penitencia, o sobre el número de sus buenas obras, o sobre el fervor de sus oraciones. En cuanto a mí, Señor, toda mi confianza es mi confianza misma. Porque Tú, Señor, solo Tú, has asegurado mi esperanza.
A nadie engañó esta confianza. Ninguno de los que han esperando en el Señor ha quedado frustrado en su confianza.
Por tanto, estoy seguro de que seré eternamente feliz, porque firmemente espero serlo y porque de Vos, ¡oh Dios mío!, es de quien lo espero. En Ti esperé, Señor, y jamás seré confundido.
Bien conozco, ¡ah!, demasiado lo conozco, que soy frágil e inconstante; sé cuanto pueden las tentaciones contra la virtud más firme; he visto caer los astros del cielo y las columnas del firmamento; pero nada de esto puede aterrarme. Mientras mantenga firme mi esperanza, me conservaré a cubierto de todas las calamidades; y estoy seguro de esperar siempre, porque espero igualmente esta invariable esperanza.
En fin, estoy seguro de que no puedo esperar con exceso de Vos y de que conseguiré todo lo que hubiere esperado de Vos. Así, espero que me sostendréis en las más rápidas y resbaladizas pendientes, que me fortaleceréis contra los más violentos asaltos y que haréis triunfar mi flaqueza sobre mis más formidables enemigos. Espero que me amaréis siempre y que yo os amaré sin interrupción; y para llevar de una vez toda mi esperanza tan lejos como pueda llevarla, os espero a Vos mismo de Vos mismo, ¡oh Creador mío!, para el tiempo y para la eternidad. Amén.
La penitencia es una virtud que nos lleva a trabajar por eliminar de nuestra vida todo aquello que nos separa del amor de Dios y del amor al prójimo. No es un sentimiento, una experiencia emocional, sino más bien un acto de voluntad. Muchos confunden la penitencia exclusivamente con actos externos de expiación, sin embargo es toda una actitud interior.
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