martes, 7 de junio de 2016

SANTO TOMAS MORO Y LA AGONIA DE CRISTO

Siempre he sentido gran admiración por la figura de SANTO TOMAS MORO, pensador, jurista, escritor, humanista, teólogo, un hombre culto y bien formado donde los haya, el más cumplido, prudente y sabio  de los caballeros,  que destacó en la Historia por ser hombre de confianza del rey Enrique VIII de Inglaterra, que le encargó diversas misiones diplomáticas, destacando siempre por su tacto y buen hacer, lo que le llevaría a convertirse en Lord Canciller.
 
Tomás Moro - (obra de Hans Holbein el Joven)
 
Católico devoto, fiel a sus valores y principios, se opuso desde el primer momento a la pretensión del Rey de anular su matrimonio con la reina Catalina (Catalina de Aragón), para casarse con Ana Bolena. Participaba de la gran admiración que el pueblo inglés demostraba hacia la reina, y como fiel católico, consideraba que sólo el Papa podía dirimir la cuestión del matrimonio del rey. La boda del rey con Ana Bolena despertó el descontento del pueblo, que sólo aceptaba a Catalina como auténtica reina.
 
La historia es ya bien sabida, el rey, enfurecido con la negativa del Papa al reconocimiento de su boda con Ana Bolena,  hizo que el Parlamento votara la ley titulada Acta de Sucesión, en la que se reconocía a Ana como reina y a sus posibles hijos como herederos del trono. Así mismo, a través del Acta de Supremacía, se reconocía al rey como suprema cabeza de la Iglesia de Inglaterra con poder sobre laicos y clérigos.
 
Ante semejante desatino, Tomás Moro presentó su dimisión al rey por motivos de salud, lo cual era cierto, aunque su mayor dolor fuera ver la cercanía de la ruptura con la Iglesia de Roma. La decisión de Tomás Moro fue admirada en la Corte ya que el canciller salió de su cargo más pobre de lo que entró, lo cual le llevó a despedir a gran parte de su servidumbre y vender bienes para poder mantenerse. Se retiró para dedicarse al estudio y la meditación.
 
Fue entonces requerido para prestar juramento al Acta de Sucesión, a lo cual estaban obligados todos los ciudadanos. Presintiendo Tomás Moro las dificultades que se le avecinaban, después de confesar y comulgar, se despidió de su familia sabiendo que ya no volvería a verlos. Su talento como jurista, le llevó a emprender su defensa, argumentando que no tenía inconveniente en aceptar a los hijos de Ana Bolena como herederos al trono pues era competencia del rey escoger a sus sucesores, pero en la cuestión de la validez del matrimonio real, la autoridad no le competía a él.
 
Su negativa al juramento enfureció al Rey, que por ese motivo ordenó encarcelarlo en la Torre de Londres, en la que permaneció quince meses, tiempo que dedicó a la escritura de obras muy provechosas para el alma.
 
Fue juzgado por traición al rey, pero  siempre se mantuvo firme en su posición: Ningún príncipe temporal podía disponer sobre un asunto que únicamente era competencia de la sede de Roma, prerrogativa concedida por el mismo Señor Jesucristo tan sólo a San Pedro y a sus sucesores, los obispos de dicha sede. El tribunal declaró que, con estas palabras, quedaba demostrada su traición  y se le condenó a muerte.  En atención  a los servicios prestados al rey, éste dispuso que fuese decapitado, en lugar de ahorcado y troceado. Sus últimas palabras fueron de lealtad al rey, pero ante todo a Dios. Su ejecución tuvo lugar el 6 de julio de 1535.
 
Foto: María Luz
 
Como he citado, durante su prisión en la Torre de Londres, se dedicó a escribir, en concreto una obra titulada "LA AGONIA DE CRISTO", libro que leí por primera vez hace cinco años y al que regreso periódicamente.  Analizando cada instante transcurrido desde la oración de Jesús en el Huerto del los Olivos hasta su captura, el autor hace una reflexión de la actitud de Nuestro Señor en todos y cada uno de esos instantes, confrontándola con las actitudes de los apóstoles y de todos nosotros, pobres pecadores.  Durante su lectura es imposible para el lector olvidar las especiales circunstancias en que se encontraba su autor, viendo segura ante sí una muerte cercana, por ello el valor de sus reflexiones se incrementa todavía mucho más si cabe.
 
"El miedo a la muerte o a los tormentos, nada tiene de culpa, sino más bien de pena: es una aflicción de las que Cristo vino a padecer y no a escapar. Ni se ha de llamar cobardía al miedo y horror ante los suplicios. Sin embargo, huir por miedo a la tortura o a la misma muerte es una situación en la que es necesario luchar, o también, abandonar toda esperanza de victoria y entregarse al enemigo, esto, sin duda, es un crimen grave en la disciplina militar. Por lo demás, no importa cuán perturbado y estremecido por el miedo esté el ánimo de un soldado; si a pesar de todo avanza cuando lo manda el capitán, y marcha y lucha y vence al enemigo, ningún motivo tiene para temer que aquel su primer miedo pueda disminuir el premio. De hecho, debería recibir incluso mayor alabanza, puesto que hubo de superar no sólo al ejército enemigo, sino también su propio temor; y esto último, con frecuencia, es más difícil de vencer que el mismo enemigo."
 
"Si alguien rehusara seguir a Cristo en el camino hacia la muerte cuando el caso lo requiere, no sólo no evita la muerte, sino que viene a caer en una mucho peor. Quien da su vida, no la pierde, sino que la cambia por una vida más plena, quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierde su vida por mí la encontrará. ¿De qué le sirve al hombre ganar todo el mundo, si pierde su alma? ¿Qué podrá dar entonces para rescatarla?"
 
"El cuerpo es como el vestido del alma; en un sentido, se pone el alma su cuerpo al entrar en el mundo y se separa de él al dejar este mundo y morir. Así como los vestidos valen mucho menos que el cuerpo, así el alma es mucho más preciosa que el cuerpo. Tan loco de atar estaría quien diera su alma para salvar la vida corporal como quien optara por perder el cuerpo y la vida antes que perder el manto...Para evitar caer en pecado hemos de arrojar no sólo la túnica o la camisa o cualquier otro vestido del cuerpo, sino hasta el mismo cuerpo, que es el vestido del alma. Si al pecar pretendemos salvar el cuerpo, en realidad, lo perdemos, y con él perdemos también nuestra alma."
 
...Palabra de Santo...
 
 
Tomás Moro fue beatificado por el Papa León XIII en 1886.
Fue canonizado en 1935 por el Papa Pío XI, y proclamado Santo Patrón de políticos y gobernantes por el Papa Juan Pablo II.

Su historia fue llevada al cine a través de la película "Un hombre para la eternidad"
 
 
 
 

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