Muchos se extrañarán al leer sobre Don Blas de Lezo en este blog espiritual, sin embargo, si lo traigo a este ámbito es porque creo firmemente que estamos necesitados de referentes, hoy más que nunca, y Don Blas es merecedor de ser recordado por ser un ejemplar español, lo que implica ser un buen católico.
Corren tiempos difíciles para nuestra nación, la católica España se ha diluido como un azucarillo en agua, y la gran mayoría de nuestros compatriotas desconocen nuestra Historia y no saben quién fue Blas de Lezo, y por tanto, poco pueden saber de sus grandes cualidades, entre las que destaca su profunda fe en Dios, como buen español y buen católico. Reconozco que Don Blas es uno de mis héroes favoritos, por no decir, el favorito con mayúsculas, y no hay un sólo día en que no le tenga presente.
Su historia sería larga de contar, no pretendo desentrañar todos los detalles de su vida, aunque resulta necesario contar, lo más resumidamente posible, las características del personaje para que el lector pueda hacerse una idea de su importancia. Espero sepan disculparme por traer a esta página a quien no es un hombre dedicado a la religión, pero creo que posee la suficiente importancia para ser una inspiración para cada uno de nosotros, sea cual sea el ámbito en el que nos desarrollamos y vivimos.
Retrato de Don Blas de Lezo como teniente general.
Blas de Lezo y Olavarrieta, nació en 1689 en Pasajes, pueblo de la provincia de Guipúzcoa, por tanto vasco, y como buen vasco, buen español. Don Blas pertenecía a una respetable familia del lugar, y era nieto de un gran marino, don Francisco de Lezo. Tal vez porque lo llevaba en la sangre, Blas se enroló en la marina a la temprana edad de 12 años. En plena guerra de Sucesión, que enfrentaba a Felipe de Anjou y al archiduque Carlos de Austria, el joven Blas, siendo un guardiamarina de tan sólo quince años, sufrió su primera gran herida de guerra: una bala de cañón le destrozó su pierna izquierda. Apretando sus dientes y agarrando con su mano derecha un Cristo de plata que su madre le había regalado para que lo llevara siempre consigo, y después de santiguarse, cerró los ojos y se prestó a la amputación de su pierna, necesaria para salvar su vida, demostrando un valor inmenso al soportar el terrible dolor de semejante intervención en aquellos tiempos. Debido al valor mostrado durante ese trance y también en el combate, fue ascendido a alférez, y se le ofreció un cargo en la Corte del rey Felipe V, pero Blas había nacido para ser marino y en sus venas corría la sangre valiente en la misma proporción que el agua de mar.
La pérdida de su pierna no fue el último infortunio del joven Blas. En aquella época de continuas batallas, poco después, siendo teniente de navío, la esquirla de otra bala de cañón se le incrustó en el ojo izquierdo, quedando sin vista en el mismo. Con tan sólo dieciocho años, además de mocho, era tuerto. Pero los infortunios iban siempre acompañados de ascensos en su carrera, pues nada parecía detener al joven Blas, que siempre demostraba el mayor arrojo en cualquier situación, por muy dura y difícil que fuera.
Cumplidos los veinticinco años, manteniendo intactos su coraje y sentido del deber, su antebrazo derecho fue atravesado por una bala de mosquete, rompiendo sus tendones y paralizándole el brazo del codo hacia abajo. La herida no le impidió seguir combatiendo. No importaban las heridas de combate, lo más importante para él era no perder la vida, ni el honor ni la gloria por la causa de España. Era consciente que sus heridas y las secuelas de las mismas valían más que todas las condecoraciones que colgaban de su pecho a tan joven edad.
Tras diversos destinos y muchas misiones coronadas por el éxito de nuestro marino, Don Blas es enviado al virreinato del Perú, con el objetivo de limpiar de piratas aquellas costas, cometido que ya había llevado a cabo en las Antillas. Siendo ya a sus treinta y cuatro años teniente general de la Armada española, será en Lima donde conozca a su futura esposa, Doña Josefa Pacheco de Bustos, hija de una acomodada familia criolla. Don Blas era consciente que su estado físico no era el más apto para conseguir un matrimonio, en el fondo de su corazón latía la idea de que ninguna dama le querría como esposo, pero la joven Josefa supo apreciar sus grandes virtudes, supo ver que tras sus heridas se escondía un alma grande y un verdadero caballero español, cuyo corazón también estaba intacto. Su matrimonio, que se celebró teniendo él 36 años y siendo ella una jovencita de 16, y la llegada de su primer hijo (tuvieron siete en total) supusieron para él un gran orgullo, que le hicieron olvidar el desprecio con el que muchos hablaban de él llamándole "medio-hombre". A partir de entonces ya no sería medio-hombre sino hombre y medio. Don Blas fue siempre un buen esposo, buen padre, con un gran sentido familiar, siempre preocupado por el bienestar de los suyos.
Pero si por algo es conocido Blas de Lezo es por ser el heroico defensor de Cartagena de Indias en 1741, ciudad de gran importancia estratégica, y cuya conquista ambicionaban los ingleses para poder así herir de muerte al imperio español. Consciente de ello, Don Blas se empeñó en mejorar las defensas de la ciudad, cuyo estado impediría la victoria en caso de que los ingleses la invadieran. En esos intentos, Blas de Lezo chocaba frontalmente con gran parte del funcionariado español y con el virrey de la Nueva Granada, Sebastián de Eslava que nunca se mostraba de acuerdo con las ideas de nuestro valiente general.
Enfrentando una situación difícil, una inferioridad de medios abismal, Don Blas de Lezo, contando con la enemistad del Virrey, supo hacer gala de su valía personal y profesional, y haciendo uso de su ingenio, se dispuso a defender la ciudad hasta la muerte, si era preciso. La batalla y la defensa no fueron sencillas, los ingleses, creyendo que la ciudad ya estaba en sus manos debido a alguna exitosa incursión, se apresuraron a considerar suya la victoria, acuñando incluso unas monedas conmemorativas que pueden contemplarse en el Museo Naval de Madrid. Pero no contaban con alguien de la valía de Don Blas que consiguió la victoria, no por tener una fuerza superior sino por hacer uso de su habitual ingenio y por contar con una inquebrantable fe en Dios. Es aquí donde paso a destacar el que es uno de los principales rasgos de su persona: su gran religiosidad.
Durante los días del asedio, Don Blas no olvidaba sus deberes de buen cristiano, y siempre apelaba a la intervención divina en lo que para él era mucho más que la batalla para defender una ciudad, se trataba también de una lucha contra herejes. Su presencia en los oficios religiosos junto al resto de la población demostraba la importancia que para él tenía la fe y hacía pasar por su mente la imagen de unas fuerzas británicas diabólicas a las que había que vencer a toda costa. Coincidiendo los días de Semana Santa, Don Blas participó junto al resto de autoridades los oficios de Jueves Santo. Todos a coro cantaron: "Oh, Redentor, acoge el canto de los que unidos te alaban. Escucha, juez de los muertos, única esperanza de los mortales, la oración de los que llevan el don que promete la paz..." En la jornada de Viernes Santo, aprovechó para hacer su más grande rogativa y se hizo presente en la Catedral para escuchar el sermón de las siete palabras.
Don Blas fue siempre un hombre respetado y admirado por sus subordinados, a los cuales apoyó siempre, y a los que no dudaba en defender cuando la ocasión lo requería. Al mismo tiempo, poseía el don de hacer partícipes a los demás de sus ideales y creencias. La defensa de Cartagena de Indias convirtió a la ciudad en un hervidero de actividad, procediendo a la evacuación de mujeres, niños y personas de edad avanzada. Ante la difícil situación en la que se encontraban, sabiendo que los refuerzos esperados no llegarían, Don Blas de Lezo reunió a la marinería y les dijo:
"Soldados de España peninsular y de España americana: Habéis visto la ferocidad y el poder del enemigo; en esta hora amarga del Imperio nos aprestamos para dar la batalla definitiva y asegurar que el enemigo no pase. Las llaves del Imperio nos han sido confiadas por el Rey, nuestro Señor; habremos de devolverlas sin que las puertas de esta noble ciudad hayan sido violentadas por el malvado hereje. El destino del Imperio está en vuestras manos. Yo, por mi parte, me dispongo a entregarlo todo por la Patria cuyo destino está en juego; entregaré mi vida, si es necesario, para asegurarme que los enemigos de España no habrán de hollar su suelo, de que la Santa Religión a nosotros confiada por el Destino no habrá de sufrir menoscabo mientras me quede un aliento de vida. Yo espero y exijo, y estoy seguro que obtendré, el mismo comportamiento de vuestra parte. No podemos ser inferiores a nuestros antepasados, quienes también dieron su vida por la Religión, por España y por el Rey, ni someternos al escarnio de las generaciones futuras que verían en nosotros los traidores de todo cuanto es noble y sagrado. ¡Morid, entonces, para vivir con honra! ¡Vivid, entonces, para morir honrados! ¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva Cristo Jesús!"
Y así comenzó la lucha final por la defensa de la ciudad, cuando la victoria parecía imposible, el ingenio de don Blas, su sentido de la estrategia y su inquebrantable fe en Dios, trajeron la victoria. En cada jornada de lucha, los españoles, a mediodía hacían toque de oración, suspendiendo el fuego, procediendo al rezo del Ángelus...Los ingleses, en la distancia, contemplaban perplejos a los españoles, sin llegar a comprender del todo la escena. Tras el Ángelus, Don Blas rezó el salmo 69 ante toda la tropa arrodillada:
"Ven, Señor, en mi ayuda; apresúrate, Señor, a socorrerme. Queden corridos y afrentados los que atentan contra mi vida. Tornen atrás y queden afrentados, los que desean mi desgracia. Haz que se salven tus siervos que en ti esperan, Dios mío. Sé para nosotros, Señor, Torre inexpugnable. En cuanto a mí, pobre soy y necesitado; ayúdame, Dios mío. Tú eres mi ayuda y mi libertador; no te demores, Señor. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo...como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén"
Todo pareció, entonces, aliarse para la victoria española. Por un lado, las ideas de nuestro general, que ideó una larguísima y zigzagueante trinchera en forma de zeta, conectada con el foso en torno al castillo de San Felipe, evitando así su toma por los ingleses, que contaban con datos falsos, proporcionados por varios soldados españoles que actuaron como supuestos desertores siguiendo la orden de Don Blas. Por otra parte, los ingleses mermados por las enfermedades que se extendían debido a los cadáveres sin enterrar y a un sol de justicia que no podían soportar, comenzaron a fallar en sus fuerzas. Ante esto, nuestro héroe pensaría: "Gracias, Señor, por haber detenido el sol, que ahora los quema." Todo ello, unido a la terrible carga final por parte de los bravos españoles, hizo que los ingleses, finalmente, retrocedieran y huyeran despavoridos. Don Blas no tuvo dudas: la Providencia tenía muchas formas de ayudar a quienes la piden por causas justas.
Finalizada la contienda, estando ya la ciudad a salvo del enemigo, Don Blas rindió el parte de guerra al Virrey Eslava, cuadrándose ante él y diciendo: "Señor Virrey, hemos quedado libres de estos inconvenientes." La frase demuestra el carácter estoico del general, que no se vanagloriaba en sus éxitos. Tal como dejó plasmado en su diario: "Este feliz suceso no puede ser atribuido a causas humanas, sino a la misericordia de Dios."
Con motivo de la victoria se celebró un Te Deum, y las campanas de todas las iglesias de la ciudad se echaron al vuelo.
Don Blas de Lezo había consignado todos los detalles de la contienda en un diario para no perder detalle de todo lo vivido en aquellas jornadas. Pero de nada sirvió su diario ni la valía demostrada, pues el rencor del Virrey hacia él ganó la partida y dedicó todo su empeño en desprestigiar a nuestro héroe, no dudando en exigir al Rey su destitución. Cuando Don Blas se enteró de la trama contra su persona, quedó abatido moralmente y sus esfuerzos por salvar su reputación fueron infructuosos. Fue el golpe de gracia que minó la salud ya quebrantada de nuestro héroe, lo que no consiguieron las batallas ni las heridas de guerra, lo consiguió la maldad humana. Se puede decir que Dios se apiadó de él, haciendo que muriese antes de conocer la orden de su destitución, ahorrándole así una humillación que no merecía. Murió sin ningún reconocimiento a su extraordinaria carrera. El desprestigio del que fue víctima junto a los numerosos salarios que se le debían, hicieron que su familia sufriera las consecuencias y que todavía hoy no sepamos a ciencia cierta el lugar donde reposan los restos de Don Blas. Hubo que esperar 20 años tras su muerte, ya en el reinado de Carlos III para que su memoria fuese rehabilitada, siéndole concedido a título póstumo el título de marqués de Ovieco en la persona de su hijo primogénito, reconociendo también todos sus méritos profesionales.
Hasta en su propio testamento, Don Blas destacó como hombre profundamente religioso. Si bien, la religiosidad era una característica propia en la sociedad del siglo XVIII, al comparar su testamento con otros de la época, apreciamos que Blas de Lezo escogió la fórmula más piadosa posible, transformándose, más que en un documento legal, en una verdadera profesión de fe:
"Creyendo como firme y verdaderamente creo el muy alto y soberano misterio de la Beatísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, el de la Encarnación de la segunda persona en las Virginales entrañas de la Purísima Virgen María, nuestra Señora, el del Santísimo Sacramento del Altar y todos los demás misterios y artículos que cree y confiesa nuestra Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana en cuya creencia he vivido y quiero morir como católico y fiel cristiano, invocando como invoco por mi intercesora y Abogada a la siempre Virgen María Madre de nuestro redentor Jesucristo, al Santo Ángel de mi guarda, el de mi nombre y demás cortesanos celestiales para que intercedan con su divina Majestad el perdón de mis culpas y pecados y encaminen mi alma a estado de salvación."
Han tenido que pasar siglos para que Don Blas de Lezo haya sido homenajeado como merecía en la capital de España, erigiéndose su monumento en la madrileña plaza de Colón, cuya inauguración fue presidida por S.M. el rey Juan Carlos I el día 15 de noviembre de 2014.
Don Blas fue siempre un hombre respetado y admirado por sus subordinados, a los cuales apoyó siempre, y a los que no dudaba en defender cuando la ocasión lo requería. Al mismo tiempo, poseía el don de hacer partícipes a los demás de sus ideales y creencias. La defensa de Cartagena de Indias convirtió a la ciudad en un hervidero de actividad, procediendo a la evacuación de mujeres, niños y personas de edad avanzada. Ante la difícil situación en la que se encontraban, sabiendo que los refuerzos esperados no llegarían, Don Blas de Lezo reunió a la marinería y les dijo:
"Soldados de España peninsular y de España americana: Habéis visto la ferocidad y el poder del enemigo; en esta hora amarga del Imperio nos aprestamos para dar la batalla definitiva y asegurar que el enemigo no pase. Las llaves del Imperio nos han sido confiadas por el Rey, nuestro Señor; habremos de devolverlas sin que las puertas de esta noble ciudad hayan sido violentadas por el malvado hereje. El destino del Imperio está en vuestras manos. Yo, por mi parte, me dispongo a entregarlo todo por la Patria cuyo destino está en juego; entregaré mi vida, si es necesario, para asegurarme que los enemigos de España no habrán de hollar su suelo, de que la Santa Religión a nosotros confiada por el Destino no habrá de sufrir menoscabo mientras me quede un aliento de vida. Yo espero y exijo, y estoy seguro que obtendré, el mismo comportamiento de vuestra parte. No podemos ser inferiores a nuestros antepasados, quienes también dieron su vida por la Religión, por España y por el Rey, ni someternos al escarnio de las generaciones futuras que verían en nosotros los traidores de todo cuanto es noble y sagrado. ¡Morid, entonces, para vivir con honra! ¡Vivid, entonces, para morir honrados! ¡Viva España! ¡Viva el Rey! ¡Viva Cristo Jesús!"
Y así comenzó la lucha final por la defensa de la ciudad, cuando la victoria parecía imposible, el ingenio de don Blas, su sentido de la estrategia y su inquebrantable fe en Dios, trajeron la victoria. En cada jornada de lucha, los españoles, a mediodía hacían toque de oración, suspendiendo el fuego, procediendo al rezo del Ángelus...Los ingleses, en la distancia, contemplaban perplejos a los españoles, sin llegar a comprender del todo la escena. Tras el Ángelus, Don Blas rezó el salmo 69 ante toda la tropa arrodillada:
"Ven, Señor, en mi ayuda; apresúrate, Señor, a socorrerme. Queden corridos y afrentados los que atentan contra mi vida. Tornen atrás y queden afrentados, los que desean mi desgracia. Haz que se salven tus siervos que en ti esperan, Dios mío. Sé para nosotros, Señor, Torre inexpugnable. En cuanto a mí, pobre soy y necesitado; ayúdame, Dios mío. Tú eres mi ayuda y mi libertador; no te demores, Señor. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo...como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén"
Todo pareció, entonces, aliarse para la victoria española. Por un lado, las ideas de nuestro general, que ideó una larguísima y zigzagueante trinchera en forma de zeta, conectada con el foso en torno al castillo de San Felipe, evitando así su toma por los ingleses, que contaban con datos falsos, proporcionados por varios soldados españoles que actuaron como supuestos desertores siguiendo la orden de Don Blas. Por otra parte, los ingleses mermados por las enfermedades que se extendían debido a los cadáveres sin enterrar y a un sol de justicia que no podían soportar, comenzaron a fallar en sus fuerzas. Ante esto, nuestro héroe pensaría: "Gracias, Señor, por haber detenido el sol, que ahora los quema." Todo ello, unido a la terrible carga final por parte de los bravos españoles, hizo que los ingleses, finalmente, retrocedieran y huyeran despavoridos. Don Blas no tuvo dudas: la Providencia tenía muchas formas de ayudar a quienes la piden por causas justas.
Finalizada la contienda, estando ya la ciudad a salvo del enemigo, Don Blas rindió el parte de guerra al Virrey Eslava, cuadrándose ante él y diciendo: "Señor Virrey, hemos quedado libres de estos inconvenientes." La frase demuestra el carácter estoico del general, que no se vanagloriaba en sus éxitos. Tal como dejó plasmado en su diario: "Este feliz suceso no puede ser atribuido a causas humanas, sino a la misericordia de Dios."
Con motivo de la victoria se celebró un Te Deum, y las campanas de todas las iglesias de la ciudad se echaron al vuelo.
Exposición dedicada a Blas de Lezo en el Museo Naval de Madrid.
Foto: María Luz
Exvoto dedicado a la Virgen por la victoria de Cartagena de Indias
Anónimo, 1749
Museo Naval de Madrid.
Foto: María Luz
Don Blas de Lezo había consignado todos los detalles de la contienda en un diario para no perder detalle de todo lo vivido en aquellas jornadas. Pero de nada sirvió su diario ni la valía demostrada, pues el rencor del Virrey hacia él ganó la partida y dedicó todo su empeño en desprestigiar a nuestro héroe, no dudando en exigir al Rey su destitución. Cuando Don Blas se enteró de la trama contra su persona, quedó abatido moralmente y sus esfuerzos por salvar su reputación fueron infructuosos. Fue el golpe de gracia que minó la salud ya quebrantada de nuestro héroe, lo que no consiguieron las batallas ni las heridas de guerra, lo consiguió la maldad humana. Se puede decir que Dios se apiadó de él, haciendo que muriese antes de conocer la orden de su destitución, ahorrándole así una humillación que no merecía. Murió sin ningún reconocimiento a su extraordinaria carrera. El desprestigio del que fue víctima junto a los numerosos salarios que se le debían, hicieron que su familia sufriera las consecuencias y que todavía hoy no sepamos a ciencia cierta el lugar donde reposan los restos de Don Blas. Hubo que esperar 20 años tras su muerte, ya en el reinado de Carlos III para que su memoria fuese rehabilitada, siéndole concedido a título póstumo el título de marqués de Ovieco en la persona de su hijo primogénito, reconociendo también todos sus méritos profesionales.
Monumento a Blas de Lezo en el castillo de San Felipe de Barajas.
Cartagena de Indias - Colombia
Hasta en su propio testamento, Don Blas destacó como hombre profundamente religioso. Si bien, la religiosidad era una característica propia en la sociedad del siglo XVIII, al comparar su testamento con otros de la época, apreciamos que Blas de Lezo escogió la fórmula más piadosa posible, transformándose, más que en un documento legal, en una verdadera profesión de fe:
"Creyendo como firme y verdaderamente creo el muy alto y soberano misterio de la Beatísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, tres personas distintas y un solo Dios verdadero, el de la Encarnación de la segunda persona en las Virginales entrañas de la Purísima Virgen María, nuestra Señora, el del Santísimo Sacramento del Altar y todos los demás misterios y artículos que cree y confiesa nuestra Santa Madre Iglesia Católica Apostólica Romana en cuya creencia he vivido y quiero morir como católico y fiel cristiano, invocando como invoco por mi intercesora y Abogada a la siempre Virgen María Madre de nuestro redentor Jesucristo, al Santo Ángel de mi guarda, el de mi nombre y demás cortesanos celestiales para que intercedan con su divina Majestad el perdón de mis culpas y pecados y encaminen mi alma a estado de salvación."
Retrato de don Blas de Lezo, cedido para la exposición a él dedicada, en el Museo Naval de Madrid a finales del año 2013 e inicio del 2014.
Foto: María Luz
Han tenido que pasar siglos para que Don Blas de Lezo haya sido homenajeado como merecía en la capital de España, erigiéndose su monumento en la madrileña plaza de Colón, cuya inauguración fue presidida por S.M. el rey Juan Carlos I el día 15 de noviembre de 2014.
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Fotografías del monumento de Don Blas de Lezo que tuve ocasión de tomar el día de su inauguración.
Fotos: Maria Luz
...Don Blas, le debía este escrito desde hace mucho tiempo. Deseando que Dios le tenga en su Gloria, sirvan estas líneas como modesto homenaje a su persona y a todos los españoles que supieron hacer grande a nuestra patria a través de los siglos, dando lo mejor de sí mismos, y poniendo toda su fe y esperanza en Dios.
Soy vasca y estoy muy orgullosa de mi paisano Blas. Un gran hombre, militar y católico. Un modelo de hombre que hoy no existe, por desgracia. Un caballero.
ResponderEliminar¡Qué honor ser paisana de tan insigne caballero!
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